En el verano de 1965 los argentinos Carlos Comesaña y Jose Luis Fonrouge ascendían por su pared oeste la supercanaleta del Chalten, conocido también como Fitz Roy en la Provincia de Santa Cruz
Como si la Pampa se cansara de mansedumbre y se encabritara, surge y se proyecta al cielo, bajo destellos de, sol y aborregadas nubes de tormenta, la fabulosa pirámide del Fitz Roy. Sin ninguna duda, es el ideal de montaña y su cumbre que atrae y alucina, merece el máximo dé los esfuerzos del trepador.
Habiendo rechazado numerosos intentos de ascensión, su cima virgen es hollada por los franceses Terray y Magnone en 1952 tras superar enormes dificultades. El terrible viento patagónico, el continuo mal tiempo, sumado a lo empinado de sus paredes y de sus glaciares rechazan una y otra vez a quienes intentan repetir la hazaña francesa.
La búsqueda estética y deportiva de nuevas rutas llega también a esta montaña y es así como una expedición del Club Andino Bariloche ataca en el invierno de 1962 la extensa pared oeste, equipando con cuerdas fijas varios centenares de metros. Utilizan como clave de su tentativa, un inmenso tajo incrustado de hielo que se conocerá como el Supercouloir (Supercanaleta) del Fitz Roy. Fuertes temporales hacen desistir a las cordadas de Bariloche, las que al descender retiran las cuerdas fijas. Soñada por mucho tiempo, la cumbre por esta bella ruta sería nuestra meta. Tres queridos amigos, también del Centro Andino Buenos Aires, nos acompañarían en la empresa, que como es lógico en nuestro país debe asumir los caracteres de expedición.
Antonio Misson, infatigable entrenador de muchas cordadas del C. A. B. A. y que ya habia participado en otro intento al Fitz, vendría con nosotros, al igual que Martín Dónovan y Jorge Ruiz Luque, quienes pese a sus 18 y 20 años, tienen en su haber varias difíciles cumbres patagónicas.
A nosotros dos mucho no nos cuesta convencernos que la forma de atacar la pared sería diferente a la táctica empleada por las cordadas barilochenses en el 62. Preferimos un ataque a fondo, con algunos vivacs en pared, a la demora que supone hacer un equipado previo con sogas fijas.
La Expedición Argentina al Fitz Roy toma cuerpo entre octubre y noviembre de 1964; después de los preparativos y urgencias tan comunes a este tipo de empresas, alimentos y equipos son despachados rumbo a la Patagonia. El 22 de diciembre, partimos. Tres mil quinientos kilómetros separan Buenos Aires de nuestro objetivo: Río Gallegos, Piedrabuena, Río de las Vueltas, son los hitos que jalonan el camino de acceso. Por fin, un amanecer: el Fitz Roy y su reino.
¿Quién comprenderá el entusiasmo que este espectacular despliegue de verticalidad nos produce? Por momentos las inmensas murallas son sombrías, pavorosas, luego, centellean plenas de sol. Sobrevienen los días de transporte de equipo hasta el emplazamiento del Campamento Base, ubicado sobre el Río Eléctrico, a poca distancia del Glaciar Marconi.
Entre el 7 y el 10 de enero nos instalamos y terminamos la construcción de un refugio de troncos, en medio de una tremenda tormenta. El buen tiempo no se hace esperar y el 11 amanece claro y calmo. Muy atrás quedan los días y las noches en que el viento aúlla, el nylon tiembla y la visibilidad es tan escasa que nuestra base se convierte en una verdadera isla. Un cielo azul, un espectáculo magnífico recompensa nuestras mojaduras.
El programa, muy sencillo, se trazó de inmediato: tentaríamos nosotros dos, la Aguja Guillaumet y luego con el entrenamiento necesario, nos mediríamos con el Fitz Roy. Nuestros tres compañeros, mientras tanto, efectuarían un reconocimiento del valle Marconi tratando de alcanzar la base del Nevado Rincón, un hermoso pico lindante al Hielo Continental. Toda la jornada remontamos las bellísimas pendientes de la ladera norte del macizo del Fitz Roy y tras un corto camino glaciar, llegamos por la tarde al pie de la pared que nos interesaba
La Aguja, magnífico satélite al norte del gigante, es del mismo granito y alcanza los 2593 metros de altitud, siendo de 600 metros el desnivel de la pirámide germinal. Aprovechando un empinado nevé ganamos 150 metros antes de encordarnos. El itinerario prosigue a lo largo de la pared norte y rectamente hacia la cumbre; tras abandonar las piquetas afrontamos varios largos de dificultad mediana e instalamos vivac cuando el sol se esconde tras el filo del "Moreno". Cuatrocientos metros de granito entre nosotros y la cima nos dicen en lenguaje elocuente que nos espera un trabajo bien duro. Desde nuestra plataforma contemplamos a gusto las cumbres del Hielo Continental y de los valles cercanos. Enormes torres de hielo se desmoronan y toneladas pulverizadas ruedan por las pendientes con un rugido infernal. Luego, el cansancio nos sume en un sopor extraño y nos abstrae en nuestros propios pensamientos.
José Luis Fonrouge, 23 años. Comenzó a trepar muy ¡oven, a los 15 años. "Mi vida esta ligada a la montaña", nos dice. Cuando este número de CAMPING salga a la venta, estará trepando en la Cordillera Blanca, en Perú. Y en un futuro quizás cercano, ¿por qué no?, piensa en el Himalaya... con una expedición argentina, por supuesto.
Carlos E. Comesaña, 24 años. Lo vemos aquí en una pared del Cerro López, en Bariloche, una de sus muchas trepadas. Con Fonrouge ha partido ya hacia la Cordillera Blanca.
Por la mañana del 12, maníes y caramelos parecen solucionar nuestros problemas energéticos y con la ayuda del sol, nos encordamos y salimos. Un diedro corto, exige cierto claveteo para desembocar en una laja, muy clásica. Pasamos al lado de una torre adosada a la pared y tras varios largos que nos reconcilian con la roca, enfilamos hacia una placa lisa y decepcionante. Un nuevo diedro, enorme esta vez -casi 25 metros exige al máximo la escalada artificial. La salida, difícil, empalma con una travesía hacia la izquierda, que muy expuesta nos deja evolucionando con un inmenso vacío a nuestros pies.
Usamos abundantes clavos o cuñas en especial al encarar un nuevo diedro de cercanos cuarenta metros, no tan vertical pero si desprovisto de presas. Escalamos ya con plena satisfacción, gozando el sol y del granito, al que nos aferramos con cariño, sin maltratarlo con los movimientos ni con la velocidad. Cambiamos muy pocas palabras entre nosotros pero experimentamos una intensa comunicación. Tratamos de eliminar al mínimo los errores, tanto en las maniobras como en la elección de la ruta.
Las órdenes para trabajar con la cuerda y el material son cortas y precisas. Cinco largos bastante penosos en los que aparecen combinadas todas las dificultades clásicas, nos conducen a un nevé muy inclinado que remata en la cumbre. Desprovistos de grampones escalamos los últimos metros muy cuidadosamente dejando a nuestras espaldas la pared este de la aguja.
Luego, la inevitable cumbre viene a nosotros. Un poderoso bloque de granito tras el que huye un precipicio fantástico. Nuestra altura y ubicación nos permiten distinguir un paisaje increíble. El Fitz desde este ángulo se yergue más liso y vertical que nunca y sus enormes lajas nos causan estupor. A' las 17 y 30 hs., tras poco más de media hora de permanencia en la cumbre emprendemos el retorno. Quince rappels de cuarenta metros nos dejan en el primer nevé, sin ninguna novedad más que la de retirar al pasar nuestras bolsas de vivac. A medianoche, bastante cansados pisamos el llano del valle Eléctrico y poco después nos reciben nuestros amigos en el Campamento Base.
Comemos hasta explotar y dormimos diez horas. El día 13 de enero reponer energías es la consigna y la cumplimos al pie de la letra. Antonio se esmera y sus recetas vegetarianas resultan muy sabrosas; Jorge completa el menú para quienes somos carnívoros.
El día siguiente, el 14 de enero, se produce un hecho inesperado, el tiempo que el día anterior había empeorado comienza a cambiar bajo los influjos del promisorio viento del sur. Muy pronto las nubes se disipan. Decidimos partir de inmediato y tras preparar nuestros equipos dejamos nuevamente el Campamento Base, despidiéndonos de nuestros amigos.
El valle Eléctrico está despejado hasta donde la vista alcanza y resulta extraño recorrerlo sintiendo tan solo una brisa ligera en el rostro. Estamos en plena forma y nos invade esa extraña sensación que precede a los grandes esfuerzos. Brillante de hielo, nieve y roca, ese universo fascinante de cumbres, habla de eternidad y permanencia frente a nuestro fugaz tránsito.
Vamos rumbo a una gran montaña, la más sentida y amada por nosotros; deseamos la tensión del; combate y el esfuerzo hacia la meta que disipa toda noción de espacio y tiempo. Queremos confirmar que en nosotros existe también algo indestructible y sólo la cumbre a nuestros pies nos dirá eso.
Torcemos al sur abandonando el Eléctrico y remontando el glaciar Fitz Roy norte. La subida es penosa. El equilibrio de las piedras parece incompatible con la pendiente y el más pequeño choque puede desencadenar verdaderos aluviones.
Dos horas. Hace ya rato que la pared norte del Fitz se perfila contra un telón de cielo como un enorme y estirado boquete. Ahora transitamos entre inmensas barreras de hielo, a lo largo de grietas abiertas, buscando el paso entre los puentes de nieve. Sin poder evitarlo, avanzamos bajo la amenaza de gigantescos seracs a punto de desmoronarse. Siniestros crujidos hacen templar los grandes bloques de hielo. Sin embargo todo esto es muy bello. Cuatro, cinco, seis horas. Ya anochece cuando llegamos a las cercanías de la Supercanaleta, a 1700 metros sobre el nivel del mar y casi quince kilómetros del Campamento Base.
Solitarios, volvemos a menudo la cabeza para contemplar el espectáculo. El Fitz aniquila totalmente, A sus costados se yerguen dos inaccesibles y gigantescas torres, altas murallas de centenares de metros. Este Fitz es una verdadera fortaleza. La noche es completa cuando terminamos de ubicar nuestras hamacas en una rimaya.
El alba nos encuentra ya desayunados y metidos en nuestras bolsas de vivac, clavos, cuñas y demás en las mochilas. Llevamos sólo lo imprescindible y sin embargo vamos muy cargados. Nonos preocupan los primeros centenares de metros, sabemos que si bien son difíciles, el hombre ya los ha recorrido, y sólo ansiamos superarlos rápidamente para poder luchar contra la pared virgen. Kilos al hombro, nos encordamos y salimos. Ni una nube en el cielo ni el más ligero soplo de viento empañan nuestra partida. Trescientos metros de glaciar y entramos en la Supercanaleta. Tras la rimaya, la pendiente se empina más, quizá entre 45 y 50 grados. Como una inmensa boca abierta el Supercouloir nos engulle. Ascendemos a toda velocidad, los dos al mismo tiempo, rápida y rítmicamente, confiados cada uno en la seguridad de nuestro doble juego de piquetas.
El peligro de avalanchas es real y quizá excesivo, pero corremos el riesgo; continuamente caen pequeños pedruscos y trozos de hielo y por su zumbido aprendemos a diferenciarlos.
Ascendemos trescientos metros por la Canaleta y ésta se bifurca; desviándonos a la izquierda superamos un repecho más inclinado y luego volvemos nuevamente al ritmo. Mecánicamente contamos al trepar los clavos de rappel que sobre la pared de la izquierda han colocado las cordadas de Bariloche. Pero a partir de la bifurcación no los vemos más; suponemos que ellos continuarían por la pared del espolón rocoso que divide la canaleta en dos. Desechando esa roca, proseguimos por el hielo que nos brinda mayor velocidad de ascenso. El hielo ahora ha aumentado en unos grados su pendiente pero es duro y apropiado para escalarlo. La pedrea incesante que se emboca por la Supercanaleta nos preocupa, sobre todo cuando algún zumbido más grave nos señala el paso de un bloque grande. Nuestros cascos y el duvet con que nos protegemos del frío nos dan seguridad y confianza y ya al mediodía tocamos pared virgen.
La enorme e inhumana pirámide se yergue fantásticamente hacia el cielo en increíbles saltos, oscuras lajas escarchadas e inmensos diedros zanjados por techos, ofreciendo dificultades superiores a las ya vencidas. El aspecto de la Supercanaleta varía notablemente; dividida en dos canales de hielo, el de la izquierda está continuamente barrido por avalanchas de piedras, mientras el de la derecha, si bien relativamente protegido, presenta una serie de chimeneas y paredes en fuerte sobrependiente.
Abandonamos las piquetas, las cubrebotas y un par de grampones reservando el otro para los pasajes escarchados. Después atacamos por la roca. Las mochilas, soportables al escalar la pendiente de hielo, se vuelven ahora demasiado pesadas y son principales factores de desequilibrio, sobre todo al superar las chimeneas y al afrontar las difíciles salidas de artificial.
Encajados en una chimenea tras otra, recuperamos hasta el último los clavos puestos y tratamos de hacer lo mismo con las cuñas. Las horas transcurren y la dificultad, siempre constante, no da tregua. El día va terminando, mientras la lucha no cesa, ahora empeñados en la búsqueda de un lugar donde vivaquear. A las 22 hs. después de una dificilísima salida en artificial, una travesía corta hacia la derecha nos deja fuera de la Supercanaleta y señala los últimos metros ganados a la montaña esa jornada. De una pared colgamos nuestras hamacas y comemos algo caliente.
A medianoche, bien asegurados a la pared, podemos aflojar la tensión y gozar de un maravilloso descanso. Estamos mil metros por encima de nuestro anterior vivac y sobrepasamos ya casi todos los cordones cercanos. Un cálculo rápido nos indica que nos separan todavía setecientos metros dé la cumbre. La noche es apacible y templada. Caemos en un sueño entrecortado por la fascinante y continua visión del boquete por el que hemos ascendido.
Otra vez, la claridad del amanecer nos despierta. Los músculos doloridos y las manos y dedos desgarrados por la roca nos hacen sufrir. Finalmente, el ansia de cumbre, la voluntad por luchar, se imponen y lentamente, en la casi penumbra del alba, damos comienzo a la delicada operación de salir de las hamacas. Abandonamos todo nuestro equipo de vivac y cargando sólo con el material de escalada, remidamos la ascensión. Si queremos ganar la cumbre lo haremos a fuerza de velocidad y para ello ir livianos es fundamental.
Es muy temprano y el frío del amanecer conspira todavía contra nuestra agilidad. Atacamos nuevamente las chimeneas. Dos dificultosos largos deben desandarse para continuar el ascenso más a la derecha, casi por encima del vivac. Ansiamos sol.
La Supercanaleta, cerrada y sombría, nos priva de su calidez. Arriba vemos aflorar el granito recortado de luz. Ahora luchamos con hielo durísimo incrustado en rocas desesperadamente lisas, y donde se resisten a entrar nuestros clavos a rosca. Artificial en roca, luego en el hielo, fisuras y extraplomos, todo en una sucesión increíble de sextos grados. Las manos, sangran y se insensibilizan de tanto palpar, adherirse y tirar de la roca. Tras un enorme bloque encajado, la promesa incierta de una plataforma se desvanece rápidamente; el itinerario es dudoso.
¿Cómo pasaremos ese fenomenal diedro que se levanta sobre nosotros? No tiene menos de doscientos metros y gruesos penachos de hielo cuelgan como barbas de sus paredes. Nuestra exigua provisión de clavos disminuye en forma alarmante, sobre todo por la imposibilidad de recuperarlos. Una duda nos llena de angustia:
¿Cómo regresaremos? Cuatrocientos metros se nos interponen a la cumbre y nos preguntamos sin cesar con cuántos clavos llegaremos arriba. Evitamos el diedro e iniciamos una travesía ascendente en busca de la cumbre de una aguja lateral que remata la pared derecha de la Supercanaleta. La sed y el hambre son cada vez más intensos.
Recorremos algunas decenas de metros, bien clásicas y luego una larga travesía ascendente a lo largo de una placa sólida. Un clavo en U con un estribo nos permite recorrer una expuesta fisura horizontal de cinco o seis metros, y luego, el sol.
Ya presentimos la cumbre. Ahora, nada importa, sólo este goce distinto, escalar, sentir que el cuerpo responde a las exigencias como lo haría un motor bien afinado. Más tarde hacemos una pequeña pausa y tomamos algunos maníes y caramelos para calmar el estómago. La ruta no se define claramente y es preciso descender y forzar el paso por otro lado. Cinco de la tarde. Ya hemos llegado al Hombro de la aguja lateral, y tenemos la primera visión exterior hacia el este y el sur; dos horas de dura y difícil escalada nos ubican en la cumbre de la aguja. Desde allí, rápidamente hacemos un rappel y llegamos a los bloques fáciles por los que podremos ganar la cumbre del Fitz. Una finísima capa de nieve en polvo cubre las rocas adornándolas con un aspecto suave y algodonoso.
Escalamos displicentemente, ahora que la tensión ha cedido. Poco a poco vamos teniendo más al alcance la soñada cumbre. Hasta el momento, abstraídos por la escalada, era casi una cosa secundaria, sabíamos que habría de llegar y por lo tanto descartábamos pensar en ella; mas ahora, allí estaba. Todo se transformaba y cobraba una nueva dimensión.
Esa pequeña cresta que unía las dos cumbres nos parecía casi irreal, suspendida en los cielos e iluminada por el sol, que ya se escondía camino de la noche. Esa reverberación propia de la altura, el panorama, el momento, ese todo, explotaba en nuestros espíritus como una emoción nunca experimentada. Ninguna otra cumbre nos había dado lo que allí sentíamos. No hubo palabras... sólo lágrimas de felicidad incontenible. Nos abrazamos emocionados. Estábamos allí, físicamente enteros, mentalmente lúcidos, con la Patagonia a nuestros pies. Ninguna duda, el Fitz había sido vencido; ¡no lo podíamos creer!
Luego, las ceremonias propias de la cumbre. Rescatamos el mosquetón de los franceses y dejamos nuestro testimonio, una bandera argentina. Sacamos fotos, comemos algún caramelo y nos ponemos en camino de descenso. Son las nueve de la noche ya pasadas, cuando nos metemos en la Canaleta, e instalando rappel tras rappel bajamos automáticamente, esta vez rectos hacia abajo, por el diedro que a la subida evitamos...
La noche cae sobre nosotros portadora de una tormenta que no tardará en llegar. Diez rappels y nos quedamos sin clavos. Allí mismo hicimos nuestro tercer vivac. Casi sin abrigo, y tiritando de frío, esa noche también quedó atrás.
El amanecer trajo la tormenta y nosotros todavía muy arriba. Comenzamos a sacrificar todo el material que nos queda; estribos, cordones de los martillos, clavos a rosca en una serie de rappels desesperados. La soga, mojada, pesa el doble y el frió la endurece dificultando su recuperación. Nuestra ropa pronto rezuma agua trabando los movimientos. Frío, viento y nieve. Las nubes no nos permiten ver más allá de veinte metros.
Doce horas de bajada alucinante y trescientos metros arriba de la rimaya la soga se atranca y se niega a bajar. A pesar de lo trágico dé la situación agradecemos que esto no hubiera ocurrido más arriba. La cortamos y ahora debemos bajar destrepando cada uno por su cuenta; no somos hombres, somos máquinas que desesperadamente huyen de esa trampa en que la Canaleta se ha convertido. Es una verdadera cascada de agua, piedras y hielo.
Todo termina, y la Supercanaleta también. A las 18 pisamos el glaciar que nos ha de llevar al seguro abrigo del Campamento Base. Solos, caminamos automáticamente, con la mirada fija y la mente obnubilada por una sola ansiedad: abandonar este lugar abatido por increíbles ráfagas de viento. Ya no caminamos, sino que corremos por entre las grietas, los seracs y ya más abajo, los interminables acarreos.
A las 22 llegamos a nuestro Campamento Base y caemos en los brazos de nuestros compañeros. La historia ha terminado; es el Fitz Roy quien la ha escrito.
Acceso al pie de la Supercanaleta: Seis a ocho horas saliendo de Piedra del Fraile (Campamento Base).
Altitud Campamento Base: 500 mts. sobre el nivel del mar.
Altitud pie de la Supercanaleta: 1725 mts. sobre el nivel del mar.
Saliendo de Piedra del Fraile seguir la margen izquierda del Río Eléctrico hasta que sé avista la pared norte del Fitz Roy. Aquí doblar hacia el sur, remontando los pedreros y luego el glaciar. Conviene poner cuerdas fijas en la parte final del pedrero. El glaciar sumamente roto, conviene tomarlo recién después del escalón. Siguiendo por el centro hay paso seguro, aunque si en el invierno ha nevado mucho por la izquierda es menos pesado.
Unos pocos metros con poca pendiente llevan a la grieta terminal. Allí el ancho de la canaleta es de 50 mts. Remontar la pendiente de hielo (50 grados) por la izquierda, protegiéndose de las avalanchas de piedras y hielo.
Continuar varios cientos de metros de esta manera hasta arribar a una neta bifurcación. Seguir por el canalón de la izquierda (20 mts 60-65 grados y luego 50-60 grados), dejando a la derecha el espolón que divide la canaleta. Doscientos metros y se acaba el espolón.
Seguir ascendiendo oblicuo derecho hacia un espolón que vuelve a dividir la canaleta. Por la izquierda caen numerosas piedras, conviene seguir por la derecha. Varios largos (IV y V) llevan a una serie de chimeneas con hielo en el fondo. Son largos muy difíciles y extenuantes (IV, V, VI, y A I y II). Una salida en VI de artificial (techo) permite ver una pequeña plataforma protegida de avalanchas de hielo qué caen de la aguja lateral (quedan dos cuñas marcando).
Allí puede vivaquearse con hamacas y hay nieve y hielo para hacer agua. Desde el vivac seguir rectos paralelos a la Canaleta (ramal derecho) pero sin meterse en ella. Así se evitan varios techos (largos en V). Introducirse en el ramal derecho de la canaleta a la mitad de un enorme bloque encajado bien visible. Usar grampones pues la roca está cubierta de verglas (hielo cristal). Son largos muy difíciles (V, VI y A en hielo); proseguir luego por el hielo de la canaleta asegurándose en la pared derecha.
Esta zona hay que atravesarla rápido pues caen numerosos pedazos de hielo. Llegados a este punto se aprecia una larga travesía que lleva al hombro de la aguja lateral.
Trescientos metros hacia la derecha con pasajes muy aéreos y expuestos (varios de V y VI) para luego atacar unos couloirs (canaleta) muy nevados (V). Se alcanza así el hombro.
Desde allí ganar altura haciendo travesía por la pared norte de la aguja lateral, eligiendo cuidadosamente la ruta y sin pasar a la vertiente opuesta, que es muy lisa y requiere artificial. Se llega así a la cumbre de la aguja.
Desde este punto hacer un rappel (40 mts.) y ascender 50 mts. hasta los bloques fáciles (III).
Luego la dificultad cede y desaparece (últimos 150 mts.). La cumbre es el promontorio hacia el este. Para descender llegar al lugar del rappel, que es la terminal del inmenso diedro entre el Fitz y la aguja lateral. Desde acá diez rappels llevan al bloque encajado, empalmando allí con la ruta de ascenso.
La pared oeste por esta ruta de la Supercanaleta requirió un gran trabajo de claveteo, pero casi todos los clavos eran recuperados, por lo que la vía puede perderse fácilmente.
Desde el bloque encajado unos 30 a 35 rappels más permiten llegar a la rimaya.
Altura de la pared: 1700 mts. aproximadamente.
Material de escalada:
Una cuerda bicolora 80 mts. 8 mm perlón, Edelrid. Dos pares de grampones. Dos piquetas. Dos Marteau-piolet Charlet. Dos clavos hielo rosca. 10 clavos U Simond. 10 clavos Simona horizontales variados. 20 mosquetones. 4 estribos. 14 cuñas de madera. Cordín de rappel. Dos martillos.
Material de vivac:
Dos sacos de vivac. Dos hamacas. 1 Zardsky. 1 calentador butan camping gas.
Horas netas de escalada:
Desde el vivac en la rimaya a la cumbre, 33 horas (con vivac intermedio). Descenso 16 horas (con vivac intermedio). Tiempo total de permanencia en la pared 70 horas.
- por Marcelo Scanu-
“En el fondo de esta ensenada (lago) hay dos piedras en forma de torres, sin nieve, una más alta que otra, cuyas puntas muy agudas superan en altura a todas las otras montañas vecinas, y los indígenas llaman Chaltén.”
Don Antonio Viedma, explorador español (1782).
“Lionel, hemos perdido.”
Guido Magnone a Lionel Terray durante la primer ascensión al Chaltén (1952).
“De todas las escaladas que hice, la del Fitz Roy es aquella que, por sobre cualquier otra, reclamó todas mis energías físicas y psíquicas, técnicamente es quizás un poco inferior a las que he llevado a cabo recientemente sobre las paredes graníticas de los Alpes, pero una gran ascensión es más que la suma de sus largos de cuerda.”
Lionel Terray años después de su ascensión al Chaltén.
Para describir al Chaltén, nada mejor que la visión de un enorme obelisco granítico o una flecha de colosales dimensiones hundiéndose en el turbulento cielo patagónico, sobresaliendo sobre incontables agujas más bajas pero de formas atrevidas semejantes al Rey Patagónico.
Su nombre original, tal como lo explica Viedma, es Chaltén o Chaltel cuyo significado aun permanece en la penumbra de la duda. Algunos lo traducen como “terror” y otros como “azul” debido al color del hielo, la mayoría se inclina por “volcán” pues siempre tiene una nube lo cual habría dado la impresión de un volcán en actividad. Una autoridad en la materia cree que Chaltén es un nombre genérico para las montañas y entonces estaría mal aplicado específicamente para una montaña.
El Perito Moreno, ese gran explorador y patriota, siempre respetó los nombres nativos, preservándolos para la posteridad. Una sola vez cambió un nombre original por uno moderno y fue este el caso del Chaltén. Quizás ignorando su antiguo bautizo tehuelche, le asignó el apellido de un almirante inglés (Fitzroy). Con el tiempo se deformó en el actual Fitz Roy. Desafortunadamente tanto Fitzroy (comandante del barco inglés Beagle) y su pasajero Charles Darwin no dejaron casi nada positivo en su visita por nuestro país, tratando a nativos y criollos como “personas inferiores”.
En la actualidad ha sido escalado por múltiples vías como también ocurrió en el cercano Cerro Torre y otras agujas del macizo. El único ingreso a la región es a través del pueblo más jóven de la Argentina, el Chaltén.
(Tomado del libro aún inédito de Marcelo Scanu sobre leyendas de los Andes Argentinos)
- Revista "Camping", N° 3 Junio 1965
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