Historia · Personajes

Biografía del Coronel Emiliano Huerta

Militar, ingeniero, explorador y director fundador del Instituto del Hielo Continental Patagónico, un gran inspirador del andinismo argentino

José Herminio Hernández. Montañista, Coronel (RE) -

Edición: CCAM



Biografía del Coronel Emiliano Huerta

Militar, ingeniero, explorador y director fundador del Instituto del Hielo Continental Patagónico, un gran inspirador del andinismo argentino

- Por José Herminio Hernández. Montañista, Coronel (RE) -


Restauración Fotográfica: Centro Cultural Argentino de Montaña, Natalia Fernández Juárez

 

Nació en la localidad de Almagro, provincia de Buenos Aires, el 10 de junio de 1913; nos decía el propio Emiliano Huerta: Fue un año privilegiado, por otro lado, refiriéndome al número trece, no soy supersticioso, además, mi vida ha estado llena de suerte, por tal motivo, creo que el año 13, ha sido para mí una suerte; me críe en el Parque Centenario; también debo recordar que todos los años para mi cumpleaños a partir de que en el gobierno de Alfonsín, que decretó el día 10 de junio, como asueto, aparece ese día en el calendario de color rojo, en mi honor, bueno, diríamos que compartidos con toda la gente que estuvo en Malvinas, por supuesto, es una broma!.
 

Emiliano Huerta y Mario Bertone

Su padre se llamaba Emilio y su madre Lucía Gómez; durante su juventud le  dedicó mucho tiempo al fútbol ya que  tenía la ventaja de estar viviendo en el Parque Centenario, frente a la cancha de San Lorenzo, calle de por medio; lo llevaba en el alma, por esa fecha y hasta ese momento no había tomado nunca contacto con la montaña.
 

Fue al ingresar al Colegio Militar de la Nación, donde se enteró que podría realizar excursiones por la montaña cuando se recibiera; y cuando egresó lo enviaron a San Carlos de Bariloche, Río Negro, y fue este el escenario  donde hizo sus primeros pasos como montañista; corría el año 1938.
 

Su ingreso al Colegio Militar de la Nación fue el 05 de marzo de 1934 y egresó, como subteniente del arma de Ingenieros, el 23 de diciembre de 1937, con la promoción Nro. 63, en el orden mérito 61.Sobre la elección del arma, su paso por el Colegio  y sus experiencias al egresar   nos relataba: Ese año de mi ingreso al Instituto de formación militar, luego de unas prolongadas maniobras militares, que para todo primer año era común que hiciéramos infantería, vi pasar a los jinetes a caballo, por supuesto frescos, a pesar de los intensos calores que hacía, eran del arma de Caballería.
 

A continuación los de Ingenieros, más cómodos aún, en unos carros, mientras que nosotros los infantes, marchábamos con la mochila al hombro, sumamente pesada, esta diferencia en cuanto a las armas y al trabajo que luego presencie en Campo de Mayo, en la construcción de puentes, voladuras y otras tareas, me hizo enamorar de esa arma, y me decidió a elegir Ingenieros, además, pensando que tras esta decisión nunca más tendría que llevar la agotadora mochila, pero que iluso!!! y tan lejos de esta idea fue mi apreciación, dado que durante mi vida ha sido la mochila parte de mi cuerpo, pues luego, es decir, toda mi vida la tuve que llevar a cuesta, cuando me decidí por esta sacrificada, silenciosa y humilde especialidad de montaña.
 

Cuando salí del Colegio Militar e hice los documentos para solicitar destino, pensé, voy a pedir un destino cerca, San Nicolás, lugar este donde estaba la Escuela del arma y cerca de mis seres queridos, y/o San Carlos de Bariloche, en Río Negro, bastante lejos de Buenos Aires, jugando un poco con la suerte del destino; de todas formas mi deseo aunque era difícil de concretar por lo menos tenía que intentarlo; si me mandaban a Bariloche, tenía la esperanza que luego de tres años o algo más podía llegar a solicitar mi pase hacia Buenos Aires, lugar en donde tenía mis afectos, es decir, mi familia.
 

De izq. a Der.: Juan, Jesús (hermanos) y Emiliano Huerta

Nuestro batallón de Bariloche, nació como consecuencia del traslado del Batallón de Ferrocarrileros, ubicado en Campo de Mayo, sobre la base de éste se formó el Batallón de Ingenieros 6, pero ninguno de los que lo conformábamos tenía experiencia en montaña, y había que salir a hacerla.
Pero en San Carlos de Bariloche, a pesar de estar en un ambiente único de montaña, no se realizaba mucha actividad en el ambiente militar, y era más privativo de los civiles, muchos de ellos extranjeros; los cuales, habían tenido la suerte de ser los primeros en ascender los picos de la zona; fue por ello que me propuse aprender a escalar y esquiar para intentar ser uno de los argentinos que pudieran realizar estas actividades que hasta ese momento estaban en manos de ellos, y más de una vez lo comentaban cosa que me dolía mucho escucharlo.
 

Cómo era el oficial más joven, era también por ese motivo el abanderado de la Unidad, en una formación en un 25 de mayo, coincidía también la jura de la bandera de los soldados conscriptos, resultó que luego de la jura tuvieron que desfilar, nuestros soldados; eran bajos, cobrizos, por ser descendientes de nativos, y mientras pasaban con su paso cansino, casi pedaleando, con el uniforme marrón terroso, casco de cartón, imitando el casco suizo, alcance a escuchar desde atrás un comentario que por estar con la bandera no me pude distinguir quien era el que lo hacía, pero por la forma y entonación eran extranjeros, y decían entre ellos, ¿estos son soldados de montaña? Y eso me quedó grabado, esa forma despectiva hacia nosotros, pues pese a que soy descendiente de españoles me sentía uno de ellos, me dolió mucho y eso me hizo dar más fuerzas para emprender la actividad andinística.
 

No podía sacar de mi mente lo que había escuchado, teníamos que demostrarle a esos señores que nosotros, los argentinos, también podíamos realizar las mismas tareas que ellos; todo esto me trajo el deseo de buscar quien me enseñara los rudimentos del escalamiento y del esquí y me esforzaba para realizarlo lo mejor, buscar compañeros y entusiasmarlos en este emprendimiento que consideraba noble para nuestro deporte nacional y nuestras tropas de montaña.
 

El que me guio en mis primeros pasos, fue el destacado y famoso andinista de origen alemán radicado en Bariloche, el señor Otto Meiling. Era un gran escalador, con el que aprendí a esquiar y a escalar.
 

Posteriormente, fue compañero de mis aventuras y aprendí bastante también de él, el señor Margarido; en una de mis excursiones, ascendí el Catedral y desde allí además de conocer, ver y admirar, el imponente y bello Nahuel Huapi, pude observar algo que me impacto más aún desde ese lugar, era la silueta nevada y que se destacaba en el horizonte pese a estar a mucha distancia, el Monte Tronador, el cual, no había sido escalado todavía por ningún argentino, y me propuse intentarlo.”

Cnel. Emiliano Huerta en frente del Plumerillo, 1941


El Tronador

En cuanto al Monte Tronador que Huerta se proponía escalar cabe destacar que  la primera ascensión fue la de Hermann Claussen, considerada una proeza ya que la montaña era codiciada por escaladores de todo el mundo. Pocos días después de la primera ascensión, fallecieron dos andinistas italianos Walter Durando y Sergio Matteoda, integrantes de una expedición mayor, a cargo del conde Aldo Bonacosa, quienes no sabían de la escalada de Claussen, y en su intento desaparecieron en una tormenta que los sorprendió, mientras ascendían desde el lado chileno, creyendo ser los primeros que iban a coronar su cima. En la memoria del Club Andino Bariloche (CAB), Claussen, reseñaba su conquista, que tuvo lugar por la cara Este de la montaña.
 

El andinista subió a la antecumbre denominada Promontorio y desde allí cruzó la pared somital de Sur a Norte, en una larga travesía por una pared de hielo, bautizada la misma, luego con su nombre. La ruta fue utilizada durante varias décadas, cayendo en desuso cuando la cumbre perdió casi todo el hielo y la travesía se hacía extremadamente peligrosa por las caídas de piedras. Hoy se sube en línea directa, desde el Promontorio a la cumbre. Claussen, partió de Bariloche el 25 de enero, demandando 2 días para llegar hasta el puesto de Manuel Cancino, en Pampa Linda. No había ningún tipo de caminos y lo hizo a caballo, siguiendo la picada que bordea el lago Mascardi, por su orilla Norte.
 

El día 27 de enero, subió hasta un campamento aledaño al glaciar Castaño Overo y todo el día siguiente, permaneció esperando al doctor Juan Javier Neumeyer, quien sería su compañero de cordada.
 

El propio Claussen, nos decía: El tiempo se presentaba muy bueno y como el doctor no llegaba, decidí seguir solo. Comencé la marcha hacia las 4 de la mañana y pasado el mediodía estaba en el Promontorio, a 3.410 metros, detallaba en la memoria del CAB. Desde aquí pude observar de cerca el paredón del pico principal, hasta ahora invencible. Dudé si continuar. Como el tiempo era muy favorable, decidí intentarlo. No obstante, las dificultades fueron tantas, que recién hacia las 21.30 superé la parte peligrosa. Tuve que tallar centenares de escalones en la nieve y el hielo. Finalmente, pise la cumbre hacia las 22, anotó. Al no poder descender porque era de noche, se ató a la piqueta con una cuerda y caminó en círculos toda la noche, para combatir el frío. La luz de la luna le permitió observar la cima, de unos 40 metros de largo, angosta y con 4 elevaciones hacia el Oeste. Piedra viva no aflora en el pico y cálculo que el espesor del hielo es de unos 40 metros y mucha edad, siglos posiblemente, escribió también luego.

Expedición al Cerro Aconcagua, 1953

Al día siguiente, descendió dejando anotado en una maderita su nombre, con un alambre y un pedazo de carne de huemul, único alimento que tenía. Al segundo día, en el valle de los Alerces, se encontró con Neumeyer y el ingeniero de la Motte, miembros del CAB.
 

Festejaron la ascensión con un pato asado. Claussen, regresó a Bariloche, cruzando las montañas hacia el brazo Tristeza del lago Nahuel Huapi, en otras 3 jornadas de marcha solitaria. Como travesía Claussen, se conoce, desde el año 1934, la ruta seguida por este andinista que conquistó por primera vez el cerro. Los tres primeros ascensos a la cima del monte Tronador, considerada una escalada de dificultad media pero que requiere un buen estado físico, fueron realizadas en solitario.
 

El segundo en alcanzar la cumbre fue Otto Meiling, quien lo hizo el 6 de enero de 1937, en ruta directa desde la Depresión y un año más tarde, lo hizo Manuel Margarido, el cual repitió la ruta de Claussen.
 

Nos comentaba Huerta: Resulta que yo me había hecho amigo del hermano de este último, es decir, Margarido, y por medio de éste lo conocí y que mejor compañero para intentarlo, puesto que ya conocía la ruta, fue así que con la compañía de él escalamos el pico internacional o Anón, como le llaman los nativos, siendo en ese momento el primer argentino en realizarlo, era el año 1938, de ese modo se inauguraba en mi persona y al mismo tiempo se abrían las puertas del andinismo para mí.
 

El cuarto ascenso volvió a tener como protagonista a Manuel Margarido, integrando la cordada con el joven subteniente Emiliano Huerta del Ejército Argentino y el 14 de diciembre de 1938, coronaron la cima principal del Monte Tronador, convirtiéndose en el primer argentino que lo hacía. Pero que mejor dar paso al relato del entonces subteniente Huerta, que en un artículo editado por la Revista del Suboficial, nos decía: Al cerro Tronador llegamos el 5 de diciembre y regresamos el día 14.
 

Para abreviar solo relataré las actividades de los últimos días por cuanto en los demás, las nevadas y fuerte vientos reinantes no nos permitió salir del refugio (salvo el día 7, en que fracasó nuestro primer intento por la nieve blanda de los paredones).
 

El día diciembre 13, salimos a las 04,00 horas, del refugio con nuestro equipo y nos dirigimos hacia el pico Principal. Como la nieve está escarchada decidimos ir sin los esquíes, para ir más livianos. Caminamos una hora y observamos con pesar que desde la parte desde donde nos encontrábamos hacia arriba, había nieve blanda.
 

Sin embargo continuamos la marcha, casi enterrándonos a cada paso. Llegamos a la gran grieta marginal del pico y comprobamos que la nieve era también blanda en ese lugar y que se deslizaba. La ruta a seguir era imposible; era inútil hacer la tentativa en esas condiciones. Tratar de subir en esas circunstancias, equivalía a dar un paso hacia arriba y deslizarse hacia abajo dos o más pasos.
 

Expedición al Cerro Aconcagua, 1953

Integrantes de la expedición al Cerro Aconcagua, 1953

La amargura atenaceaba mi espíritu al ver cerrada la ruta para alcanzar la cima de ese gigante de hielo. Sentí un sabor de derrota. Fue inútil. Ese día estábamos en la mala. El sol calentó los picos y bajo el influjo de sus cálidos rayos los paredones, desprendían agua y pedazos de piedras y hielo. Volvimos sin prisa al refugio. Me sentí amargado. Margarido, marchaba a mi lado y en su rostro se reflejaba la desilusión.
 

Marchamos sin decir una palabra. De vez en cuando me daba vuelta para contemplar esa cima helada que se defendía con tanto éxito, sin darnos siquiera la oportunidad de atacarla. Parecía estar tan cerca que no me resignaba a la idea de tener que alejarme de ella. Nuestras ilusiones habían llevado un duro golpe: conocimos el fracaso.
 

A las 14 horas; el día se mantuvo despejado; unas nubes se dirigían hacia el Este, después de habernos cubierto; un sol intenso derramó sus rayos, haciendo brillar las moles blancas de los nevados, mientras que violentas ráfagas de viento, rugiendo entre las piedras, barrían la superficie de los campos de hielo.
 

En medio de nuestra amargura, brotó una chispa de esperanza. ¿Qué es lo que sucedió? Fue que el sol derritió la blanca sábana y el agua corre por la superficie, el viento aplastó la nieve. Si la noche era favorable, es decir, serena, despejada, esa nieve semilicuada y aplastada se convertiría en hielo o nieve dura, tan necesaria para el éxito de nuestro intento.
 

A las 23 horas, estábamos acostados; de vez en cuando miramos hacia afuera. El cielo se nos mostraba estrellado y ello nos reconfortó. El viento suave y frio, nos llenó de alegría. Todo estaba de nuestra parte, por ahora!
 

Como en las anteriores noches de espera, tampoco pudimos conciliar el sueño. No nos atrevíamos ni a respirar siquiera, como temiendo por ello se echara a perder tan linda noche.
 

Diciembre 14. Las manecillas del reloj nos indicaban que eran las 02,00 horas. La febril impaciencia nos aconsejó que no perdiéramos tiempo. Nos levantamos y después de revisar por centésima vez el estado de nuestro equipo, nos preparamos para salir.
 

A las 03,00 horas. Era una noche esplendida. Un cielo frío y puro, lleno de titilantes constelaciones; la luna en cuarto menguante, iluminaba con su luz lívida el camino a seguir. Sobre el fondo oscuro del firmamento se destacaban con sorprendente nitidez los picos del cerro, a semejanza de enormes bloques de plata fundida.
 

La nieve estaba durísima por lo cual, llevamos los esquíes sobre los hombros. Después de una hora de marcha, encontramos que la nieve estaba un poco blanda y nos colocamos los esquíes para marchar por ella.
 

Llegamos al pie del pico Principal, costeamos la gran grieta marginal, hasta encontrar un endeble puente del hielo que la cruzaba. ¿Resistirá nuestro peso? Dejamos clavados en la nieve los esquíes y los bastones, nos unimos con la soga y nos ajustamos a los botines los grampones (ramplones). Luego, clavé mi piqueta en la nieve dura, le coloque unas vueltas de soga y me afirme contra la piqueta. Margarido, avanzó por el puente de hielo. En el caso de ceder éste, la cuerda que nos unía, serviría para atraer hacia a mí a Margarido y sujetarlo. Ya estaba al otro lado. Avanzó unos metros clavó su piqueta y le colocó la soga. Me tocó el turno. Cruce el puente y recién en ese momento se podía decir que comenzaba la ascensión. Fuimos repitiendo la maniobra de soga y piqueta en una subida muy empinada que condujo a una masa llena de piedras y hielo, conocida por el nombre de Promontorio Este, del pico Principal. Estábamos siguiendo por donde años atrás subiera Germán Claussen. Las piquetas iban entrando ya en funciones y fueron tallando escalones para el apoyo de los pies. La subida era empinada y poco a poco nos aproximamos al Promontorio. Al pie de éste sacamos unas fotografías, mientras descasamos para normalizar la respiración.
 

Expedición al Cerro Aconcagua, 1953

Luego, encaramos el Promontorio, el cual dejamos atrás después de un largo pensar. El viento nos acaricia rudamente con sus rachas, las que en algunos momentos eran violentas. Fue una dificultad más pero no nos dimos por aludidos; la suerte ya está echada.
 

Seguimos el faldeo de nieve existente entre el Promontorio y el pico Principal. Ya estamos tanteando las paredes del pico, que era el obstáculo mayor que se oponía a nuestros designios. Seguimos todavía, según creíamos, por la antigua ruta Claussen, la cual dejamos luego para seguir por un arroyito, que quizás fuere la antigua ruta Margarido. Llegamos así, a una parte sumamente abrupta, que fue la peor parte. Algunas piedras y pedazos de hielo se desprendían debajo nuestro y caían dando saltos hacia los abismos.
 

Las dificultades fueron vencidas poco a poco. Margarido, volvió a realizar su proeza pasada y despaciosamente, fuimos acercándonos a la cumbre.
Estábamos ya en una cuesta sumamente inclinada, cubierta de hielo. Las piquetas seguían tallando escalones y los clavos infundían una mayor seguridad a nuestras maniobras. Un resbalón en ese gigantesco plano inclinado, podía significar la muerte. Un simple escurrimiento de hielo que nos soporta parecía abrir la boca inmensa del abismo que acechaba a nuestros pies.
 

Las manos, que estaban sin guantes para sujetar mejor la piqueta, estaban casi insensibles y me pareció un milagro poder sujetar la herramienta. Tenía los pies doloridos del frío y reconozco en parte que tenía la culpa, por haberme apretado demasiado las correas de los ramplones; pero en la situación comprometida en que estábamos, no podía más que hacer escalones en el hielo para no resbalar. Mire a Margarido y no pude menos que admirar su seguridad para tallar el hielo.
 

Las piquetas seguían trabajando, pedazos de hielo saltaban de aquí para allá, y se deslizaban luego por la pendiente con ruidos que se me antojaban un tanto lúgubres.
 

Unos metros, la ansiedad creciente y sin darme en cuenta exacta aún, agitado y lleno de polvo de hielo, me encontré en la cima principal del Tronador. Habíamos vencido!! No importaba que la vuelta fuere más peligrosa; habíamos conseguido hollar la nívea corona del gigante de los Andes patagónicos.
 

Sin decirnos una palabra y emocionados, nos dimos un fuerte apretón de manos. Entonces recuerdo que por la circunstancia de que Margarido era portugués, yo fui el primer argentino que pisaba esa cima majestuosa. El orgullo me invadió. De tanto en tanto el viento nos acariciaba fuertemente y tuve la fea impresión de que por mi poco peso iba a volar.
 

Mientras descansábamos contemplé el maravilloso paisaje andino que nos había dado apreciar desde estas alturas. Hacia el Oeste, una vaga cinta azul con entrantes que se internaban en tierra chilena, trajo a mi memoria a Núñez de Balboa y creí comprender las emociones que se debieron haber encontrado en él, al divisar el gran océano Pacífico.
 

En todas las direcciones, infinidad de cerros que se entremezclaban con lagos y lagunas de colorido diverso. Las ondulaciones montañosas con su cabellera de nieve, parecían las olas de un mar airado.
 

Un examen detenido nos permitió conocer los paisajes ya familiares, y donde hicimos nuestros primeros pasos de andinismo puro, cerros Catedral, López, etc. Tirado en el hielo me asomé hacia el ventisquero Blanco; las paredes eran cortadas a pique y no presentaban salientes. Arroje pedazos de hielo, que al romperse en infinitos fragmentos, llenaban el espacio de extrañas sonoridades.
 

La cima fue en sí, un filo de unos 50 metros más o menos de largo, dividida en montículos o mogotes, de los cuales dos, centrales, parecían un lomo de camello, que fue el nombre con que los designó Margarido. Saque de mi mochila la bandera argentina y la coloque en mi piqueta; el fuerte viento la hizo ondear. Margarido, me quería sacar una fotografía, y fue en esa circunstancia que casi se produce una tragedia. Mientras que me acomodaba para que el viento no molestara, Margarido, fue retrocediendo, y al llegar a pisar cerca del borde, éste se quebró con un ruido impresionante. Margarido, atinó a dar un manotón a la soga, que todavía unía nuestros cuerpos y las piquetas clavadas en el hielo. Se salvó, mejor dicho, nos salvamos, pues su cuerpo me hubiese arrastrado el mío, si las piquetas y mi persona no hubieran cumplido con su misión de anclaje.
 

Expedición al Cerro Aconcagua, 1953

Perdimos la máquina fotográfica, la cual se cayó al abismo. La suerte estaba con nosotros. Habíamos acabado de cambiar el rollo y conservábamos por tal motivo, las fotografías nuestras de permanencia en la cima principal.
 

No hablamos y nuestros rostros debieron haber palidecido. La máquina caída ¿Fue acaso un presagio?
Permanecimos 15 minutos en la cima. Colocamos la bandera argentina tendida sobre el hielo y la sujetamos con piedras. Descendimos un poco y dentro de unas piedras, Margarido, sacó una lata de avena abollada dentro de la cual sacó un trapo blanco, con una fecha de su anterior ascensión y de su nombre. Colocamos en un tubo de plomo de un rollo de películas de fotos, las tarjetas con nuestros nombres.
 

En medio de un profundo silencio, turbado a ratos por las caídas de trozos de hielo y por los bramidos de las rachas del viento, dimos comienzo al descenso, eligiendo la ruta por la cual habíamos venido. Para salvar las partes peligrosas, colocamos los clavos largos especiales para el hielo y pasando las sogas por sus anillas, bajamos por la soga doble.
 

Dejamos abandonados dos clavos largos, pues no pudimos arrancarlos desde abajo e hicimos deslizar la soga por sus anillas.
Seguimos después de bajar por el arroyito, por la antigua ruta de descenso de Margarido, es decir, por el faldeo entre el Promontorio y el pico Principal. El sol calentaba y la nieve se estaba poniendo blanda. Salvamos por último la grieta marginal, la que no ofreció gran dificultad, viniendo desde arriba.
Como en un sueño nos encontrábamos en un suelo más o menos firme, aprovechamos para darnos un fuerte apretón de manos.
 

Buscamos los esquíes y nos deslizamos hacia el refugio. Al pasar por la Depresión, entre los picos Argentino y Principal, sentimos fuertes olores a gases de azufre. Las rocas de ese lugar son en su mayoría de azufre. Nuestras sombras sobre el hielo, eran de un intenso color azul.
 

Llegamos al refugio a las 11,30 horas; habíamos tardado 08,30 horas, entre ir y volver. La alegría nos embargó y no nos dejó sentir la fatiga.
A las 14,00 horas. Resolvimos seguir al valle. Dejamos en orden el refugio, para los que llegasen más tarde a ese lugar; dejamos nuestros víveres. Preparamos nuestros equipos y salimos hacia el valle. Dimos un adiós al refugio de piedra, que nos había cobijado durante tantos días; él sabía de nuestras ansiedades, de nuestras amarguras y de nuestra alegría final.
 

A pesar de la carga, nos deslizamos muy bien hacia el campamento del valle. Después de descansar una hora y matear, resolvimos seguir marchando aún. Replegamos la carpita y nos repartimos el equipo.
 

El cielo se estaba cubriendo de negras nubes, pero sentimos la grata impresión que esta vez le habíamos ganado al tiempo: ya podía llover, nevar o granizar, que no nos importaba. Lo principal ya estaba terminado.
 

Llevábamos todo nuestro equipo sobre los hombros. Volvimos a ser como mulas cargueras. Salimos hacia Pampa Linda. Después de una fatigosa marcha decidimos hacer campamento para pernoctar.  
 

Diciembre 15, a las 06,00 horas. Me despertó un fuerte cosquilleo en los labios. Fue la bombilla del mate, con que Margarido, tocó diana. Mateamos y nos pusimos en marcha hacia Pampa Linda, a donde llegamos a las 09,30 horas, marcha que a pesar de la carga que llevábamos, no se nos hizo difícil, puesto que la pendiente era descendente.

A las 12,00 horas. Salimos de Pampa Linda llegando a San Carlos de Bariloche, a las 15,30 horas, dando por terminada la maravillosa exploración y ascensión, realizada en el cerro Tronador.

Emiliano Hueta junto a otros dos integrantes de la expedición al Cerro Aconcagua, 1953


Reconocimientos

En relación a la cumbre alcanzada por Huerta  el Ministro de Guerra de la Nación, dio a conocer un comunicado interno a la fuerza que decía: el 19 del corriente, el Ministro de Guerra General de Brigada, D. Carlos D. Márquez, ha suscrito una resolución felicitando al Subteniente, don Emiliano Huerta, del Batallón Nro 6, de Zapadores de Montaña, por la ascensión al cerro Tronador, realizada el 14 de diciembre de 1938.  
 

En los considerandos de la resolución de referencia se expresa que las ascensiones a la alta montaña, efectuadas en forma progresiva y metódica, son un complemento necesario de la instrucción y forman el espíritu de la tropa de la especialidad; que el oficial aludido ha revelado inteligencia y voluntad para preparar y realizar la empresa; que es el primer argentino que llega hasta la cumbre del mencionado cerro y que actos de esta naturaleza, deben ser conocidos por el Ejército, para ejemplo del mismo y como estímulo para quienes lo realicen.
 

Por esta actividad recibió la medalla de oro del Ejército y la medalla de Oro del Ministerio de Agricultura y Ganadería, otorgada por Parques Nacionales.

Huerta, nos decía que: Toda mi vida he pensado que cómo, siendo porteño me dio tantas ganas, casi una fiebre por hacer montaña, nunca me he podido explicar, fue más un deseo casi irresistible, una pasión desmedida por llegar a las cimas y mirar desde arriba, la inmensidad de la naturaleza, creación del Señor. Con el pasaje del tiempo tuve oportunidad de estar en España, y visitar el pueblo de mi padre, al Norte de nuestra Madre Patria, en Avilés, Asturias, lugar que tiene una gran cantidad de simpáticas montañas que alcanzan los tres mil metros, luego de allí, comprendí que el gusto por visitar montañas derivaba de esos lugares, que tenía en mi sangre antecedentes de mis antepasados, que habían sido labradores y habían andado por los cerros, por estos cerros que ese momento conocía, el mismo apellido mío Huerta, deriva de esos lugares, de la huerta al pie de las montañas.

Expedición al Cerro Aconcagua, 1953


El Aconcagua

En cuanto a su actividad en la alta montaña, nos explicaba Huerta, cómo inició sus actividades: Estando en Bariloche, yo tenía un compañero que luego fue un gran escalador y campeón argentino de esquí, el suboficial Jorge Aníbal Martínez, cuyo nombre quedó inmortalizado al pie de la canaleta, el tan conocido “Peñón Martínez”, en el Aconcagua, con él, hice mi bautismo de fuego, en el Techo de América, en el año 1941. Todo comenzó, cuando con Martínez, nos enteramos que se estaba proyectando una expedición al Aconcagua, con personal que integraba el Destacamento de Montaña en Mendoza, solicitamos autorización y viajamos para integrarnos, cuando llegamos no existía dicha expedición solo habían sido comentarios, pero dijimos realizaremos algo, ya que estabamos en zona por lo menos intentar conocer donde estaba ubicado el cerro.
 

Yo me tenía confianza, mis primeros pasos ya los habían dado, sabía esquiar y había realizado escalamientos, me habían ya otorgado los títulos de profesor de esquí y escalamiento, para oficiales y suboficiales de Ejército y Gendarmería Nacional; tenía experiencia en baja y media montaña, pero no sabía que era la puna, ni sus efectos.
 

En Mendoza, no encontré apoyo de nadie, ni económico, ni material, ni espiritual, salvo como toda regla, existe una excepción; estábamos en la cuna de cóndores, pero pocos eran conocedores del Coloso, para colmo mi grado no me ayudaba mucho y menos a Martínez, que era suboficial subalterno, nos miraban como sapo de otro pozo, y por otro lado, no se imaginaban que con nuestra juventud fuéramos capaces de tirarnos un lance hacia el cerro.
 

Sí, nos ayudó bastante, el entonces Teniente Coronel Montes, Jefe del Regimiento de Infantería de Montaña 16, quien además nos decía: “Huerta, vayan a Puente del Inca, hagan un período de adaptación en el lugar y si pueden coman mucho, eso los pondrá fuerte, para encarar la ascensión, yo les daré un camión para que los lleve hasta el lugar y este a vuestra disposición”...
 

Así fue, nos trasladamos a Puente del Inca, en donde había un pequeño destacamento, a cargo de un suboficial y ocho soldados y además recuerdo que estaban haciendo el casino de oficiales y no bien llegamos nos dedicamos ha realizar largas caminatas.
 

Expedición al Cerro Aconcagua, 1953

Llegamos al Destacamento (recordemos que hasta el año 1948, en que se formó la Compañía de Esquiadores de Montaña 8, siguió como destacamento), en un mal momento, dado que hacia un largo tiempo que no llegaban los comestibles necesarios para hacer de comer, por nuestro lado traíamos solo alimentos de altura, los que cuidábamos como un tesoro, pero por otro lado nos daba un cargo de conciencia comerle los pocos comestibles que ellos tenían y en ese momento estaban racionando la comida, por cuanto no se sabía cuando llegaría la provisión nueva de alimentos; como sobraba cebolla en cantidad, nos preparábamos unos platos grandes de ensalada de cebolla y nos convencíamos que era rica y que nos haría bien, especialmente para contrarrestar el mal de altura, que según decían, era muy bueno para la puna; cuando llegábamos a la pieza, decíamos que más que para la puna, era bueno para matar el hambre.
 

Iniciamos nuestro entrenamiento subiendo primero el Santa María, luego el Tolosa, subiendo este último por el Valle de Horcones, y a una de las cumbres, que luego supimos que no era la más alta, mientras que al Santa María llegamos a la cresta cimera dado que la parte superior es de material inconsistente, tipo ripio, pero para el entrenamiento bien valía la pena todo esfuerzo; por último, realizamos una caminata al Cristo Redentor, en donde probamos también las bolsas de dormir, las cuales, las habíamos confeccionado nosotros, con pluma de gallina, pues era muy difícil encontrar para esa fecha la pluma de douvet; la pluma era recortada con máquina de picar carne, recuerdo que en esta actividad rompí un gran número de cuchillas intentando recortar las plumas, por otro lado lo hacía en una habitación en donde nadie podía entrar porque salía con plumas en las prendas y hasta en la boca.
 

En cuanto a sus ascensiones para el entrenamiento con vista a la ascensión del cerro Aconcagua, pasamos a describir el relato que el propio Huerta, entonces con el grado de Teniente, nos dejó: En los primeros días del mes de enero de 1941, nos encontrábamos en puente del Inca, el Sargento Jorge Aníbal Martínez, de la Agrupación Militar Bariloche, y el suscripto, para iniciar un entrenamiento en altura, para luego, intentar la ascensión al cerro Aconcagua. En San Carlos de Bariloche durante el pasado año, habíamos realizado un largo y metódico entrenamiento a base de ascensiones a los cerros vecinos y de largas caminatas con mochilas cada vez más cargadas.
 

En Puente del Inca, dimos comienzo a un periodo de aclimatación. Después de varias largas marchas, entre ellas una hasta el Cristo Redentor (Paso Bermejo), con un total de 44 kilogramos entre ida y vuelta y otra, hasta el ventisquero del río Horcones Superior con un total de 92 kilogramos entre ida y vuelta, entre ambos; y decidimos iniciar el entrenamiento en altura, para lo cual, debíamos ascender a los cerros cercanos a Puente del Inca.
 

Entre los cerros de más de 5.000 metros de altura, había señalado el cerro Santa María, como el primero de todos ellos, por su altura de 5.100 metros. Este cerro se levantaba a unos 9 kilómetros al Noreste de Puente del Inca. Está constituido por bancos de potentes conglomerados de edad más o menos probable del terciario medio. Su pared Sur tiene más de 600 metros de altura sobre las nacientes del arroyo Santa María; esta pared completamente vertical presentaba un magnífico corte, en el cual se reconocen capas de areniscas, cales y yeso; a sus costados, se levantaban enormes columnas de conglomerados y una cantidad extraordinariamente grande. El aspecto de esta parte del cerro parecía recordar a enormes catedrales góticas o a inmensos tubos de órgano. Este horizonte se prolongaba a la ladera Este.
 

Expedición al Cerro Aconcagua, 1953

Las laderas del Oeste y del Norte, eran muy abruptas, presentándose cubiertas de materiales de acarreo y culminando cerca de la cumbre con grandes torres de conglomerados. Todas estas torres presentaban en su cúspide, grandes piedras que a veces sobrepasaban en mucho el diámetro de la torre que la soportaba.
 

A su cumbre arribaron, en febrero de 1908. El doctor Walter Schiller y E. Labayen. Más tarde ascendieron el filo final, Carlos Anselmi (uruguayo) y el guía chileno Mariano Pasten Castro. De otra ascensión no había noticias.
 

El día 13 de febrero de 1941, el sargento Martínez y el suscripto, salimos de Puente del Inca, a las 09,00 horas. El conjunto, equipo y víveres, hizo un total de 32 kilogramos. El día era magnífico.
 

En vez de entrar por la quebrada del arroyo de Los Puquios, ruta habitual, bordeamos la ladera del cerro Banderita Norte (3.900 metros), a cuya cumbre llegamos a las 10,30 horas. En el libro de cumbre anotamos nuestros nombres y rumbos que seguimos. Desde esta cumbre contemplamos, a nuestros pies, los caseríos de Puente del Inca. Hacia el Sudeste se levanta la pared sombría e impresionante del cerro Penitentes; su pared Norte cae a pique en paredones oscuros de conglomerado, en los cuales la erosión ha tallado las figuras gigantescas que le han dado el nombre. Hacia el Noreste, nos fue dado contemplar la deseada cumbre del cerro Santa María, la cual, mostraba su casco nevado y su imponente pared meridional.
Desde la cumbre del cerro Banderita Norte, estudiamos las probables rutas a seguir y decidimos dirigirnos en dirección Noreste, pues observamos que el terreno va subiendo lentamente y no teníamos que dar rodeos.
 

Nos pusimos en marcha, en dirección más o menos paralela al cauce del arroyo los Puquios, que divisamos muy abajo.
 

A las 13,00 horas. Hicimos un alto para descansar y comer. A orillas de un pequeño afluente del Puquios encendimos el calentador, tirados sobre una mullida capa de arena analizamos todo lo hecho, mientras preparamos una sopa de avena.
 

A las 14,00 horas. Seguimos la marcha siempre guiados por el casco nevado de la anhelada cumbre, que parecía expiarnos por encima de unas lomas moreníticas. Después de una hora y media de marcha llegamos al filo que separaba el curso superior del arroyo Santa María, de las nacientes del arroyo Los Puquios. Desde allí contemplamos toda la pared Meridional del cerro.
 

Aquí nuestra ruta podía bifurcarse, seguir por el filo hacia el Noroeste, para luego torcer hacia el Noreste a los 2 kilómetros de marcha, o bien, bajar al arroyo Santa María, que corre unos 300 metros más abajo y luego retomarlo hacia sus nacientes y torcer luego también, hacia el Noroeste.
 

La primera ruta era factible y por ella se podía llegar hasta los 4.600 metros de altura sobre el cerro y llegar asimismo, a la cumbre del cerro Almacenes; preferimos la segunda, porque ello, nos permitía acampar en un valle muy abrigado y en proximidades de agua (a fin de evitar consumir combustible para derretir nieve).
 

A las 17,00 horas, llegamos al pie del paredón Sur del cerro; estábamos a 4.000 metros de altura. Este paredón de conglomerados presentaba en la parte alta grandes velones de hielo.
 

En este lugar reinaba un silencio sepulcral, interrumpido tan solo de vez en cuando por la caída de trozos de hielo.
 

En presencia de las altas torres que parecían soportar la espléndida bóveda azul del cielo, de las largas agujas blancas de hielo que colgaban en lo alto, asemejándose a velas de los órganos de gigantescos tubos formados de conglomerados, cualquiera podía creerse  transportado a inmensos templos recóndito. Largos minutos nos quedamos contemplando este oculto rincón cordillerano que tantas sorpresas nos causaba; fue un lugar maravilloso, donde la erosión pluvial había trabajado intensamente un terreno sumamente blando.
 

A las 17,30 horas. Con un cansancio extraordinario, llegamos a los 4.100 metros de altura, donde levantamos campamento para pernoctar. El lugar era abrigado, entre altas torres de piedras y al lado del arroyo.
 

A las 20,00 horas. Nos acostamos temprano. La idea de que mañana intentaríamos la ascensión a la cima, no nos permitió conciliar el sueño. La impaciencia reinaba entre nosotros; la noche se hizo demasiada larga. Soplaba un viento suave; en el cielo se cruzaban algunos nubarrones manchando las brillantes constelaciones. Estábamos un poco inquietos por el tiempo, pues éste era muy variable en la zona.
Deseamos fervientemente la aparición del astro rey. En nuestro sueño entrecortado soñamos con aludes, tempestades…
 

Expedición al Cerro Aconcagua, 1953

Día 14, a las 04,00 horas. Debido a un frío intenso (10 grados bajo cero), se desprendieron varios trozos de hielo del paredón Sur; su ruido espantoso retumbando en el valle nos hizo dar un salto de alarma, aunque en seguida nos tranquilizamos al pensar en las torres que se hallaban interpuestas entre los lugares de caída y nosotros. Asomé la cabeza afuera de la carpa y vi con alegría un cielo claro, despejado, en el cual brillaban intensamente las estrellas, pupilas del cielo.
 

A las 07,00 horas. Las cascadas de luz del sol nos sorprendieron despiertos, y con las mochilas listas. Dejamos armada la carpa. Llevamos con nosotros un equipo sumamente liviano. Salimos. Ascendimos por la ladera Suroeste del valle superior del cerro Santa María, paralelamente al arroyo. Por encima de nuestro campamento existían varios pasos para llegar al filo superior del Oeste. Cerca ya de este filo, a los 4.400 metros de altura, un gran bloque de roca caído sobre el cajón del arroyo nos cortó el camino. Lo bordeamos por la pared izquierda, debiendo utilizar la cuerda y hacer varios escalones en el hielo que recubría dicha pared.
 

A las 08,30 horas. Llegamos al filo superior del Oeste, filo que separaba las nacientes del arroyo Santa María del curso medio del arroyo del Durazno. Este último arroyo presentaba otra ruta para poder llegar al cerro Santa María y al cerro Almacenes, pero tenía el inconveniente de presentar pendientes muy pronunciadas cubiertas de material de acarreo. Desde este filo (4.500 metros), pudimos ver el majestuoso cerro Tolosa, hacia el Sudoeste; en el Sur, apareció la cúpula plateada del ingente Tupungato.
 

Torcimos hacia el Norte y comenzamos a trepar haciendo cortos zigzag, por una pendiente muy pronunciada cubierta de materiales de disgregación de la montaña y grandes manchones de nieve. Dicha ladera tenía la forma de un triángulo con su base horizontal; su vértice superior presentaba una pared pequeña casi vertical, de unos 6 metros de alto. Este vértice se hallaba situado a los 4.700 metros.
 

Llegamos a esta pared después de bordear un pequeño campo de penitentes de hielo y la escalamos ayudándonos mutuamente con la cuerda. A nuestros costados, a pocos metros, comenzaba las paredes de sendos precipicios.
 

Continuamos por una canaleta fuertemente englaciada, la que preferimos a una pendiente de acarreo vecina, pues en caso de resbalones, los helados penitentes impedirían que nos deslicemos hacia el precipicio Sur.
 

Llegamos así a los 4.800 metros, donde las pendientes se suavizaban, transformándose poco a poco, en una pequeña meseta de unos 300 metros de largo y de unos 70 metros de ancho (término medio, pues existen entradas). La ladera Norte caía bruscamente; el costado Sur, estaba formado por el paredón meridional ya descripto.

Al seguir por la meseta hacia el Este, nos encontramos que la cumbre estaba formado por una especie de tapial o Pirca natural, de una longitud de unos 50 metros aproximadamente; su altura, siguiendo la misma pendiente que la meseta, era de 15 a 20 metros; su ancho variaba desde unos 3 metros en la base hasta un metro o 0,50 metro en la parte superior. Era una verdadera pirca formada por placas de conglomerados. A los costados, y en mayor cantidad de los lados Este y Norte de dicha pared, se encontraban numerosas torres de más de 10 metros de altura, de igual constitución geológica que la pirca. Todo ello era el resultado de una intensa erosión. Con el pasar de los años, dicha pirca se transformarán en varias torres, que en la actualidad están ya más o menos marcadas.En las torres y la pirca se levantaban enormes penitentes de hielo, particularmente del costado Sur, que era más reparado del sol y de los vientos.
 

Expedición al Cerro Aconcagua, 1953

El cielo presentaba algunas nubes y soplaba un viento suave. En ciertos momentos, unas rachas impetuosas soplaban entre las torres y los penitentes produciendo un rumor parecidos al de las olas al chocar contra las costas, rumor o ruido nada agradable, en esos momentos.
 

Considerando inestable el filo final (pirca), íbamos iniciar el descenso; sin embargo no nos decidimos a bajar sin haber llegado al punto máximo del cerro, distante unos 100 metros de distancia y a una diferencia de nivel de 30 metros aproximadamente sobre el lugar donde estábamos. La inclinación del filo no ofrecía ninguna dificultad. Ese fantástico tapial de areniscas y cantos rodados nos detenía con su aspecto de fragilidad e inestabilidad. Un pequeño desmoronamiento nos podría precipitar al abismo Sur, que abría una inmensa boca a menos de 30 metros de distancia. Además imponían un cierto respeto las rachas intermitentes del viento, las cuales hacían vibrar el filo y torres adyacentes, cubriéndonos con una nube de arena. La proximidad de la cumbre y el pensamiento de que hubiera algún documento arriba, nos impedía iniciar el descenso.
 

Después de estudiar minuciosamente el filo y de comprobar su resistencia y habiendo calculado las dificultades para el tránsito, nos decidimos escalar el filo. Nos sacamos la mochila para tener más libertad de movimiento, y las atamos a unas piedras para evitar que se deslizaran o que el viento las empujara a los abismos laterales. Nos colocamos la cuerda y nos dirigimos al filo.
 

De vez en cuando nos acariciaban bruscamente las rachas de viento. Montados en horcajadas nos arrastramos por el filo aprovechando los momentos de calma. Cuando el viento hacía retemblar el filo, una corriente de hielo parecía circular por nuestras venas. Huelga decir que nos prendimos del filo como si estuviéramos domando un potro.
 

Cuando nos faltaba unos 10 metros para llegar a la parte más alta del filo, un enorme pedrusco y una prominencia alta de arenisca floja nos cortó el camino. Imposible el sortearlo, pues no hay espacio; subirnos en ellos, para pasar al otro lado era una imprudencia. Estudiamos la conformación del filo en su tramo final y decidimos retroceder unos metros. Ayudados por la cuerda y piquetas, descendimos a una canaleta englaciada del costado Sur. Avanzamos entre los penitentes, a los cuales fuimos quebrando con las piquetas para poder pasar; los trozos grandes de hielo se deslizaban, y rompiendo penitentes y arrastrando piedras que desaparecían en el abismo meridional. De todas mis ascensiones nunca había pasado peores momentos que en este trabajo agobiador, al lado de un inmenso precipicio que parecía esperarnos…
 

Llegamos así a un pequeño filo. Estamos apenas a 5 metros del punto máximo del cerro, cuando al apoyar un pie sobre una enorme piedra de unos 80 centímetros de diámetro y sin haber hecho fuerza, aquella, se deslizó con un ruido atronador, espantoso, rozando apenas a Martínez, que marchaba atrás, apenas tuvo tiempo para esquivar el choque y levantar la cuerda que nos unía para que la piedra no nos arrastrara a los dos hacia abajo.
 

Con un ¡menos mal!, que voló fervientemente de nuestras gargantas, trepamos los últimos metros que nos faltaban. Eran las 13,00 horas. Revisamos ávidamente todo este tramo, pero no encontramos ningún documento ni nada que nos indicara que había subido persona alguna a este filo. Sin embargo, ya hemos dejado indicado que en el año 1908, habían llegado a la cumbre de este cerro Walter Schiller y E. Labayen, y posteriormente subieron Carlos Anselmi y Mariano Pasten Castro. Aunque ellos habían subido a este filo final, a esta especie de pirca que materializa bien el punto máximo del cerro, somos nosotros los integrantes de la expedición argentina que visita dicho filo.
 

En la parte más reparada y más alta de este filo, levantamos un pequeño hito de piedras, debajo de las cuales colocamos documentos nuestros. Sobresaliendo de las piedras colocamos un trozo de cuerda.
 

Reparados por una pequeña ondulación del filo, nos dedicamos a admirar el hermoso panorama que se presentaba a nuestros ojos maravillados.
Grandes colosos andinos como el Aconcagua, Leones, Mercedario, Ramada, Tolosa, Plomo, Navarro, etc., elevaban sus crestas atrevidas hiriendo un hermoso cielo azul, en el cual flotaban los cúmulos.
 

Breves minutos duró nuestra contemplación. Ante los embates del viento resolvimos emprender el regreso. El descenso lo hicimos por la misma ruta que el ascenso; recogimos las mochilas, pero en su lugar dejamos otro pequeño hito de piedras, debajo del cual colocamos papeles con los datos de la ascensión e indicando el sitio en que se hallaba el otro hito.
 

A los 4.700 metros de altura, después de bajar una cornisa, nos metimos entre los penitentes e hicimos un pequeño alto para comer.
 

A las 16,00 horas. Llegamos a nuestro campamento; en los planes proyectados para la ascensión habíamos resuelto pasar otra noche en el campamento. Como realizamos todo en menos tiempo que el calculado, decidimos retornar a Puente del Inca, esa misma tarde. Así lo hicimos; el retorno fue fácil, siguiendo la ruta anterior.
 

Expedición al Cerro Aconcagua, 1953

A las 20,00 horas. Llegamos al refugio Militar General San Martín, donde nos recibieron alegremente.
 

Así finalizaba la primera prueba buscando sus experiencias propias en la alta montaña, para ambos andinistas. El descanso reparador en el refugio militar, permitió que se recuperaran pronto e ir planeando la próxima salida. 
 

El 20 de febrero de 1941, partían nuevamente, desde el refugio Militar General José de San Martín, la cordada formada por los entonces, Teniente Emiliano Huerta, el Sargento Jorge Aníbal Martínez y los integrantes del Club Andinista Mendoza, Juan Semper, Hipólito Pérez y Juan Módica, con el objetivo de alcanzar la cima del cerro Tolosa; para los dos primeros, con otro objetivo posterior en mente, alcanzar la cumbre del cerro Aconcagua y esto les seguía sirviendo como entrenamiento y adaptación a la altura, previo al gran desafío.
 

Sobre esta ascensión nos relataba el propio Huerta: El cerro Tolosa, es una de las grandes elevaciones que bordean el curso del río Cuevas (afluente y origen del río Mendoza); se halla aproximadamente a 12 kilómetros al Oeste-Suroeste de Puente del Inca.
 

Sus paredes son imponentes y dan la impresión de inaccesibles. Sobre sus precipicios abruptos cuelgan hermosos e impresionantes ventisqueros, todos ellos elevados, no bajando de los 4.500 metros. En los flacos del macizo cruzan anchas franjas de diversos materiales de varios colores, entre los cuales se reconocen, yesos, areniscas, depósitos calcáreos ferruginosos y rocas traquíticas (ricas en ácido silícico).
 

La cresta final se dividía en dos grandes cumbres: una septentrional y otra meridional; en el medio del portezuelo que las separaba se levanta una pequeña elevación rocosa. Las laderas eran abruptas; la del Este caía casi a pique, lo mismo que la Nor-Nordeste (casi 60 grados); la ladera Oeste, más tendida que las otras, presentaba en cambio pendientes cubiertas con materiales de acarreo, por lo cual, una ascensión por ese lado sería sumamente penosa; la ladera Sur, presentaba grandes cortes y derrumbamientos; en su parte superior, colgaban los ventisqueros del Tolosa, entre los cuales, se destaca el hermoso y conocido “Hombre sin pierna u Hombre Cojo”.
 

Todas las ascensiones realizadas a este cerro, en general, fueron efectuadas como entrenamiento para efectuar luego la prueba máxima: ascensión al cerro Aconcagua. En marzo de 1903, la condesa Meyendorf, acompañada por el guía suizo Allois Pollinger (ex-guía de la expedición de Fitz Gerald al Aconcagua), realizó la primera ascensión a este magnífico cerro; en febrero de 1906, realizaron la segunda ascensión Mr. Wedgewood, de Newcastle y el guía suizo Kaufmann; la tercera ascensión fue realizada el 10 de febrero de 1908, por el doctor Federico Reichert, el más entusiasta explorador de la Cordillera de Mendoza, cuyo nombre se halla vinculado a las más hermosas ascensiones andinas; la cuarta ascensión fue realizada en el año 1909, por ingenieros que trabajaban en la construcción del túnel trasandino, cuyos nombres lamento no poseer; la quinta fue efectuada en enero-febrero de 1925, por el ingeniero C. W. R. Mac Donald, M. R. Ryan y J. Cochrane; en el año 1934, subieron el entonces Teniente don Nicolás Plantamura y William J. Lance; el 4 de febrero de 1936, subieron William J. Lance y el guía Mariano Pasten; el día 21 de febrero de 1941, le correspondió el honor a los componentes de la expedición Argentina de 1941, es decir la nuestra.
 

La Expedición Argentina, formada por el Sargento Jorge Aníbal Martínez, señores Juan Semper, Hipólito Pérez y Juan Módica (del Club Alpinista de Mendoza) y el suscripto, salió de Puente del Inca el 20 de febrero de 1941, a las 08,00 horas.
 

Las bolsas de dormir, las mochilas bien repletas y carpas, fueron colocadas sobre mulas, las cuales fueron adelantadas, llevadas por el soldado J. Barrios, que iba acaballo.
 

A las 08,40 horas: Entramos a un valle longitudinal, el del río Horcones, una de las rutas más directas para llegar a la base del Aconcagua. En esta parte caminamos sobre un terreno ondulado constituido por las morenas arrastradas por el ventisquero de Horcones Superior, que en tiempos prehistóricos llegó hasta unirse al gran ventisquero que cubría el valle del río Cuevas. En este lugar se presentaba a nuestra vista, en dirección Norte, la impresionante pared meridional del cerro Aconcagua: Dicha Pared cae, casi verticalmente, sobre el glaciar Sur, desde una altura de 3.000 metros aproximadamente; a la sazón presenta grandes ventisqueros. Su contemplación nos llenó de un respetuoso entusiasmo y nos sugestionó poderosamente. El valle se hallaba limitado en este lugar: al Oeste por una alta estribación del cerro Tolosa, llamada indistintamente, Agua Salada o Laguna Amarga, a unos 4.000 metros de altura, aproximadamente, constituida por potentes capas de areniscas, yesos y arcosas; al Este por un cerro de unos 4.000 metros de altura (una de cuyas estribaciones forma, frente a Puente del Inca, el cerro Banderita Norte), cuyas laderas están cubiertas de materiales de acarreo y que sobre el río forma grandes torres de conglomerados. El fondo del valle, ondulado, estaba cubierto de pastos duros y matas.
 

Expedición al Cerro Aconcagua, 1953

A las 09,20 horas: Llegamos a la laguna Horcones, laguna de origen glacial, de aguas potables. Cerca de ella se levanta un pequeño refugio de piedra con capacidad para 12 personas, más o menos.
 

A las 09,30 horas: Cruzamos a la orilla izquierda (Este) del río Horcones. Éste se presentaba encajonado en casi toda la extensión del valle próximo a la desembocadura del mismo, en el río Cuevas. No presentó dificultad para el cruce con mulas, pero a pie el cruce era difícil y hasta peligroso, especialmente, cuando se efectúa en horas del mediodía o de la tarde, cuando por el deshielo de los ventisqueros, el río lleva gran caudal de agua.

A las 12,00 horas: Llegamos a la laguna de los Espejos, situada sobre un gran lomo morenítico glacial, alimentada por las precipitaciones pluviales. Al Norte-Noroeste, el cerro Aconcagua, asomaba su casco nevado por encima de uno de sus escarpados contrafuertes. Una minúscula nubecilla, encima del coloso andino, interrumpía el azul del cielo. Al Oeste-Noroeste, se asomaban las formidables agujas de piedra de la cumbre del cerro de los Dedos, asemejándose a un torreón almenado. Al Oeste-Suroeste, el soberbio cerro Tolosa, nos mostraba sus impresionantes ventisqueros colgantes.Al Sur-Sureste, el cerro Quebrada Blanca, con su inmensa cima piramidal, nos traía el recuerdo de milenarios paisajes egipcios; al Sureste, el cerro Penitentes, nos mostraba sus enormes y espectrales siluetas de procesionarios. Al Norte-Noreste, asomaban los potentes estratos del cerro Almacenes, cuya semejanza a estantes o por el almacenamiento de inmensas capas de arenas y yesos de diversos coloridos, le ha valido el nombre que lleva.
 

Cruzamos la confluencia de los ríos Horcones Superior e Inferior, que nacen en los ventisqueros de los mismos nombres, respectivamente, al pie del Aconcagua. Aquí contemplamos el ventisquero del Horcones Inferior, cubierto de material de acarreo. Hicimos un alto y comimos. Esta confluencia era un rincón abrigado, bien irrigado, que presentaba una capa vegetal muy verde.
 

A las 14,30 horas: salimos de esta especie de oasis y abandonamos el terreno ondulado para entrar en el curso medio del río Horcones Superior. El valle se encontraba rellenado con materiales de acarreo, el río no había cavado en él un cauce propio, divagando de un lado a otro. Al Este, se levantaba un alto promontorio, contrafuerte del Aconcagua, constituido por potentes capas de areniscas y yesos alterados; al Oeste, asomando en medio de una quebrada ancha, se levantaba la imponente pared Norte-Noreste del cerro Tolosa, muralla de color oscuro, la cual presenta muchas canaletas englaciadas: era la pared en la cual esperamos encontrar la ruta que nos permitiera llegar a la cumbre.
 

Penetramos en la quebrada y bordeamos el arroyo que corre en ella, originado en las canaletas englaciadas del cerro Tolosa. A los 3.750 metros de altura, nos encontramos una pequeña laguna de aguas transparentes y frías, alimentada por un grueso chorro de agua que surge de las profundidades de la tierra. En los alrededores encontramos una gran cantidad de fósiles marinos (anemonites y bivalvos).
 

Mientras marchamos por la orilla izquierda del arroyo se produjo un percance sin consecuencias: una de las mulas cargueras, al pisar un terreno gredoso que tapaba a una gruesa capa de hielo, se hundió y solo la carga ancha que llevaba impidió que el animal se entierre más. Después de largos minutos de trabajo, pudimos sacar al pobre animal de su molesta y peligrosa situación.
 

A las 17,00 horas: llegamos a los 3.800 metros. En un lugar reparado del viento y en proximidades del arroyo, decidimos hacer campamento para pernoctar, para lo cual hicimos la repartición de las tareas. El soldado Barrios, volvió a Puente del Inca, llevando las mulas y el caballo, con la orden de venir a buscarnos dentro de dos días.
 

Estudiamos detenidamente el paredón; éste presentaba a sus pies dos enormes conos de deyección cuyos vértices comenzaban en canaletas, que aparentemente se nos mostraban desde aquí como pasos para internarnos en el paredón. Existían canaletas escasamente englaciadas y gran cantidad de torres. La pared parecía, por una ilusión óptica, casi vertical, pero las diversas canaletas que tienen materiales de acarreo y las sombras que proyectaban las torres terminaban por convencernos que el muro no podía ser inaccesible. Desde aquí vimos eligiendo la ruta y decidimos entrar en el cono de deyección más septentrional. Durante la ascensión haríamos los cambios que juzguemos prudentes. Preparamos las mochilas con los elementos a llevar el día siguiente y después de una frugal cena, nos acostamos temprano.
 

Durante la noche, Módica, que tenía la misión de preparar mate cocido antes de las 06,00 horas del día 21, emocionado tal vez por la importancia de su misión, no durmió en toda la noche y se dedicó a preguntar a cada momento por la hora; huelga decir, las contestaciones que recibió.
Día 21, a las 06,30 horas: Después de saborear un jarro de mate cocido nos pusimos en marcha hacia el paredón; todavía era oscuro, pero pronto la vista se fue acostumbrando a encontrar los obstáculos.
 

A las 09,00 horas: llegamos al pie del paredón. Estudiamos detenidamente la ruta a seguir. Encaramos una canaleta cuyas paredes laterales estaban cubiertas de gruesas placas de hielo. Para evitar resbalones nos colocamos las cuerdas. Realizamos el escalamiento de una especie de cornisa de unos 10 metros de altura, escalamiento penosamente realizado por el frío intenso que hacía. Las manos, al contacto con las paredes heladas se negaban casi a cerrarse. Los tibios rayos del sol, que apareció por encima de una las estribaciones del Aconcagua, se encargaron de hacernos olvidar los malos momentos pasados.
 

Expedición al Cerro Aconcagua, 1953

Módica, se fue retrasando mucho. Como ya habíamos perdido mucho tiempo en sucesivas esperas y considerando su falta de entrenamiento, le dijimos que si no estaba en condiciones se volviera al campamento.
 

De esperarlo continuamente como lo estábamos haciendo, llegaríamos muy tarde a la cumbre; como la pendiente era muy pronunciada  y llena de torres y canaletas englaciadas, el retorno a oscuras podría originar algún accidente. Fue así que seguimos sin Módica, después de prevenirle el cuidado oportuno en la bajada. Estábamos ya a casi 4.300 metros de altura.
 

Seguimos por la pendiente de acarreo; ésta estaba tan suelto que nos obligó a trepar por las paredes laterales, a los pies de las torres; llegamos así a una canaleta englaciada, penetrando entre las heladas figuras, las cuales nos servían de apoyo. Este lugar, pudimos presenciar un fenómeno común en la montaña, que suele costar unos golpes: Módica, que se encontraba abajo, tocó un silbato para saber dónde estábamos; al contestarle, los gritos hicieron vibrar el aire y las gruesas piedras empezaron a rodar por las partes lisas de las canaletas, las que chocaron fuertemente contra los penitentes; una llovizna de polvo de hielo y trozos de piedras y de hielo, se desmoronaron; cuando todo se calmó, nos miramos asombrados y luego, nos reímos; nuestras risas resonaron en la canaleta y se repitió el mismo fenómeno, aunque con menos intensidad y cantidad de material; optamos por no respirar siquiera.
 

Al salir de la canaleta, entramos en una zona de elevadas torres, entre las cuales debimos ir buscando paso. De vez en cuando nos encerramos en canaletas y debimos escalar varias cornisas, ayudándonos con las cuerdas.
 

A las 13,00 horas: Estábamos a los 4.800 metros. Decidimos hacer un descanso. De mi mochila saqué comida y la repartí: 6 orejones (el orejón es un durazno desecado, sin caroso) a cada uno; a esa altura no nos convenía comer mucho.
 

A las 14,00 horas: Seguimos la marcha, desviándonos hacia el Sur. Trepamos por una ladera sumamente inclinada cubierta con materiales de acarreo, metidos entre altas torres de roca. De vez en cuando nos internábamos en canaletas cubiertas de penitentes; las cornisas comenzaron a disminuir y las que encontrábamos la pudimos esquivar, mientras otras las escalamos fácilmente.
 

A las 16,00 horas: Estábamos a los 5.100 metros de altura. Desembocamos en un gran acarreo; las endiabladas torres habían dejado lugar a grandes peñascos sobre los cuales transitamos con preferencia, pues el acarreo estaba muy suelto y la ascensión se hacía penosa. La vista se extendía casi sin obstáculos hacia el Norte: la mole ingente del Aconcagua se levantaba con sus magníficos ventisqueros hasta una altura aproximadamente de 2.000 metros sobre el lugar en que nos encontrábamos. Hacia el Sur, sobre la ladera en que trepábamos, un grupo de grandes peñascos nos esperaba: era la cumbre anhelada. Parecía estar cerca, pero el altímetro nos avisaba que aún faltaban varios metros y que esa proximidad era el resultado de un fenómeno óptico.
 

Nuestra alegría por ver tan cerca la cumbre fue disminuida por la amenaza de grandes nubarrones, que se aproximaban lentamente.
A las 17,00 horas: La pendiente comenzó a suavizarse a medida que nos acercamos al filo superior.
 

Experimentamos otra contrariedad: Pérez, viene indispuesto. Para aliviarle la marcha le quisimos hacer dejar la mochila, para luego recogerla al regreso, pero se resistió; su amor propio de andinista, le hizo pensar que era considerado un delito el abandonarla, aunque sea momentáneamente. Le hice unas señas a Martínez y a Semper y me saqué la mochila y la coloque detrás de unas rocas, con unas piedras encima, los demás me imitaron y continuamos la marcha. Al entrar en una zona de grandes peñascos, la cumbre se pierde de vista. Después de un cambio de opiniones y mientras los demás descansaban, me adelanté para buscar una nueva ruta que nos permitiera salir con el menor esfuerzo.
 

Desde lo alto de una torre estudié el terreno y elegí la ruta a seguir. Avisé a gritos a los demás y casi sin aliento los esperé en el lugar alcanzado. Continuamos; Pérez se indispuso cada vez más y vaciló indeciso entre continuar subiendo o bajar. Faltaban tan solo 200 metros de distancia! Pronto le hicimos practicar el remedio salvador: provocar el vómito. Pronto un alivio casi instantáneo hizo que Pérez, siguiera hacia arriba.
 

A las 17,20 horas: Martínez, que en esos momentos iba haciendo punta, nos grita que ha divisado un palo en la parte superior de los peñascos de la cumbre. Llegamos a la cumbre siendo las 17,30 horas, después de haber trepado durante 11 horas. La alegría no nos dejó sentir la fatiga.
 

En el lugar donde estaba el palo clavado y sujeto, con piedras, cavamos para buscar los documentos de los que nos han precedido. Sacamos todas las piedras, pero no encontramos nada. Nos extrañaba que se hubiera colocado ese palo e insistimos; después de un rato, al sacar un puñado de tierra, encontré un piolín de algodón. Fue entonces que cavamos de idéntica manera que los perros. Pronto encontramos una caja de fósforos chilenos. El momento, para nosotros, fue emocionante. La abrimos despacio, apareció una tarjeta de cartulina. La desdoblamos y leemos, en el anverso:
 

18,20 horas
J. W. Lance, con el
Guía Mario Pastén, del Hotel  de
 Puente del Inca.
4-2-1936
 

Y en el reverso:
 

J. W. Lance from the
All América Cables
Villa Mercedes
S. L.
 

Expedición al Cerro Aconcagua, 1953

En el lugar de la excavación dejamos, dentro de un pequeño frasco, varias tarjetas personales, un libro de cumbres provisorio a nombre del Club Alpinistas de Mendoza, un distintivo del mismo y papeles a nombre del Club Andino Bariloche.
 

Examinamos entonces el panorama soberbio que se presentaba a nuestra vista. Hacia el Sur, en el fondo del valle del río Cuevas, distinguimos la estación del mismo nombre perteneciente al Ferrocarril Trasandino; sobre ella parecían desprenderse los impresionantes ventisqueros del Tolosa. Enfrente, los Gemelos, el Navarro y otros numerosos nevados levantaban sus afiladas crestas cortando las nubes que pasaban lentamente entre ellos.
 

Alcanzamos a divisar el camino que conduce al paso Bermejo; sobre el lomo del paso, distinguimos con gran emoción la enorme figura del Cristo Redentor, erguirse entre el cielo y la tierra. Detrás de él, un magnífico fondo. Altos picachos englaciados mostraban todo un mundo helado. Extensas sábanas de nieve, enormes glaciares y ventisqueros, se asemejaban a impresionantes cataratas heladas.
 

Hacia el Noroeste-Norte, aparecían altos cerros, entre los cuales sobresalía la mole del Aconcagua.
Fue éste, un espectáculo que embriagaba: su majestuosidad nos sumió en hondo silencio, apenas perturbado por las suaves ráfagas del viento.
Fue como si estuviéramos en un santuario; experimentamos una mezcla tal de sentimientos, que por momentos creíamos, estar en presencia de las hermosas cimas plateadas, lejos de las pasiones humanas, estar quien sabe, en qué mundo lejano. Cada uno estaba consigo mismo, con su conciencia colocada ante Dios. La inmensa mole del Cristo Redentor parecía agigantarse sobre su inmenso pedestal formado por Los Andes y en el ambiente flotaba no sé qué de misticismo y de tranquilidad.
 

Un gran nubarrón envolvió la cumbre; al cubrirnos con su manto frío y húmedo, volvimos a la realidad y decidimos bajar.
A las 18,15 horas: Hacía mucho frío. Bajamos de los peñascos de la cumbre, iniciando el regreso por la misma ruta del ascenso. Llegamos al mismo lugar donde anteriormente dejamos las mochilas y nos las colocamos.
 

Pérez, se hallaba repuesto. El descenso fue fácil, pues lo realizamos en las cómodas pendientes de acarreo; como este material estaba muy flojo, en ciertas oportunidades bajamos más rápidamente de lo que deseábamos.
 

A las 20,30 horas: llegamos al campamento, después de una rápida marcha en descenso. Habíamos apurado la marcha para evitar que la noche nos tomara lejos del campamento y bajando por las partes más peligrosas.
 

En el campamento base, nos esperaba Módica, quien había regresado antes y lo había hecho sin inconvenientes.
Al día siguiente, descendimos al valle del río Horcones y a las 15,00 horas, llegábamos al Refugio Militar General San Martín, en Puente del Inca.

Tras el merecido descanso luego de coronar el Tolosa, y previo a los necesarios preparativos para encarar al Coloso, la expedición militar se integró con algunos civiles, la cual, estuvo conformada por: el Teniente Emiliano Huerta, como jefe de la misma, el Sargento Jorge Aníbal Martínez, Juan Semper (quien el año anterior con la expedición de Link, había coronado la cumbre del Rey de los Andes), Juan Módica, H. Pérez, los soldados Barrios y Morales, acompañados por los arrieros Mariano Pasten Castro y Bernabé Contreras, que se encargaron de los traslados de las cargas. Nos relataba el entonces Mayor Orlando Mario Punzi: Un año después de la tumultuosa expedición turístico-científica de Juan Jorge Link (1940), en el gran escenario andino hace su significativa aparición una nueva figura, llamada a sentar plaza en la historia del Aconcagua, por la fuerza de su espíritu y su calidad de auténtico montañés: el Teniente Emiliano Huerta.  El joven oficial entró en contacto con la montaña y aunque rechazado obstinadamente por la pesada mano del clima, hizo fructífera la escuela de andinismo que le había propinado el cerro y concluyó su primer intento participando del rescate del desdichado sacerdote esloveno José Kastelic, caído en el Gran Acarreo, en la trágica jornada del 07 de marzo de 1940. Fue la primera expedición totalmente argentina y para lograr su propósito, la armo  en dos escalones; el primero, adelantado, para organizar todo lo necesario en Plaza de Mulas, para apoyar la expedición, estuvo a cargo de Martínez y Módica; mientras que el grueso salió un par de días después. Se integró a la misma, personal del Club Andinista Mendoza, entre ellos, Juan Semper, andinista con mucho conocimiento en los Andes, que respetando sus conocimientos, Huerta, planificó de poner cinco campamentos; número excesivo para adaptarse y para soportar la altura y el clima cambiante del cerro.

El 28 de febrero, ya estaban todos en el Campamento Base de Plaza de Mulas. El 02 de marzo, iniciaron la marcha para instalar los campamentos de altura. Ellos eran, Huerta, Martínez, Semper, Módica y Pérez, más los dos arrieros Pastén y Contreras, que acompañaban los expedicionarios. Luego de tres horas y media, arribaron a lo que hoy se conoce como Nido de Cóndores, desplegaron las cargas y revisaron los equipos e instalaron algunas carpas y se prepararon para continuar la marcha, la idea era alcanzar los casi seis mil metros, hoy conocido como Berlín o Plantamura; lugar donde también Link, instaló su refugio de Plastiversa, cuya instalación duró un suspiro,
 

Los dos arrieros, regresaron con las mulas hasta el campamento Base, en espera del regreso al lugar, de los expedicionarios. A las 13,30 horas, la marcha siguió a pie, arribando a las 16,00 horas, al lugar del segundo campamento de altura. Semper, Módica y Pérez, ante los síntomas del mal de altura retrocedieron hasta Plaza de Mulas, en busca de recuperarse y de una mejor adaptación, mientras que en lo alto quedaron Huerta y Martínez, en busca de su esperado intento. Durante el regreso los arrieros, tuvieron un importante hecho; los animales de Contreras, se les dispersaron fuera de la senda, intentando reunirlos halló un cadáver de un andinista, se suponía que fuera el andinista chileno Ruperto Freile, desaparecido en el año 1937.
 

Expedición al Cerro Aconcagua, 1953

El día 03 de marzo, arribaron Huerta y Martínez, a proximidades del portezuelo del Viento, cercano a lo que actualmente está el Refugio Independencia, allí tras una dura marcha, debieron emparejar el irregular suelo para instalar su carpa; lo cual, por momentos lo hacían sentado para evitar el viento fuerte que empezaba a dar su embate a los intrépidos andinistas, que al finalizar la tarea se introdujeron en sus bolsas camas, casi sin comer, pues la altura había comenzado a hacer de las suyas…
 

El día 04 de marzo, amaneció encapotado, el viento y los primeros granos de escarchilla anunciaron el inicio de un tiempo peor. La carpa no se abrió salvo para las necesidades y vislumbrar la esperanza de un día mejor. La temperatura bajó bruscamente, llegando a los 30 grados bajo cero y para aumentar algunos grados dentro de la carpa, encendieron unas velas, las que redujeron bastante el frío, sin llegar a superar los -3° C.
 

Esa noche, tras la plegaria para despertar con un día mejor, se durmieron con la esperanza de continuar la marcha en la jornada siguiente. El mal tiempo siguió y aguantaron dentro de la diminuta carpa durante dos largos días. Ante el desgaste de sus energías y las condiciones reinantes del clima, decidieron regresar para recuperarse, con un escaso esquipo, dejando casi todas sus cosas en este campamento de altura, para intentar  nuevamente.
 

Cuando iban descendiendo, Martínez, sufrió un brusco enceguecimiento, momento este que relataba Huerta: Su cuerpo temblaba producto del desgaste y la mala alimentación que habíamos tenido en la altura; sus ojos en blanco ofrecían un aspecto capaz de impresionar al más impasible. Su ronca voz me trajo a la realidad y comprendí el peligro a que estábamos expuestos si nos dejábamos vencer por nuestro debilitamiento. Me acerqué a él, le grité, lo sacudí con el resto de mis escasas fuerzas. Su pesado cuerpo avanzó tambaleándose, y no lo pude sujetar y solo lo agarre a medias, y rodamos cuesta abajo. Le golpeé la cara alarmado por su expresión; me dijo débilmente que estaba bien, le ayudé penosamente a levantarse y descendimos lentamente. Seguía el entonces Mayor Orlando Mario Punzi, con el relato de este descenso: Con energías solo suficientes para mantenerse en pie bajaron los temerarios montañeses, doblegados de cansancio. El peso era doloroso. La tentación de arrojarse al suelo para descansar era apenas vencida por la obsesión de bajar y alejarse del cruento lugar de tamaño sufrimiento. Huerta y Martínez, se desplazaban lentamente, apoyados en sus piquetas. Metro a metro fueron saliendo de su dramática situación. La salvación residía en caminar como autómatas entre el siniestro canto del aire que aullaba sobre las torres de piedras. De vez en cuando la niebla se rasgaba, y por las brechas iban los viajeros corrigiendo los errores de orientación. Tensa atención, soportando el embate constante de los elementos, el sueño y la debilidad, luego de cuatro largas horas, arribaron al penúltimo campamento de altura, actual Berlín. Pero, imposible detenerse, era necesario seguir bajando, con solo tiempo para recoger algunas vituallas y seguir bajando. Por fortuna, salieron del manto de nubes que envolvía la montaña y enderezaron el rumbo hacia las carpas, que se encontraban en Nido de Cóndores, que se divisaban lejanamente en medio de las rocas, donde arribaron a las 19,30 horas.
 

La jornada del día 07 de marzo, comenzó a las 11,00 horas; la ruta había sido cubierta por una capa de nieve, pero se podían ubicar bien en el espacio geográfico; trescientos metros más abajo, se distinguía un par de jinetes que iban en busca de los que ellos creían perdidos, eran Semper y Pérez, pero que se alegraron al distinguirlos a los lejos. A las 17,00 horas, arribaron los cuatro a Plaza de Mulas y al día siguiente, llegaron a Puente del Inca, para descansar y recuperarse.
 

El 16 de marzo, regresaron nuevamente para intentar bajar el equipo que había dejado en los campamentos de altura y buscar el cuerpo del andinista que Contreras y Pastén, habían ubicado en el Gran Acarreo. Acompañado por Martínez, Pastén, Contreras y un agente de la Policía de la Provincia, arribaron montados en mulas a Plaza de Mulas a las 17,30 horas.

Martínez, debió volver a Puente del Inca, por encontrase indispuesto; Huerta y Pastén, el 17 de marzo, salieron hacia arriba, a los efectos de rescatar el cuerpo del infortunado que estaba  localizado en la zona del Gran Acarreo y para recuperar y levantar sus campamentos de altura, a donde habían dejado parte de su equipo. Llegaron a Nido de Cóndores, levantaron el primer campamento de altura, con cuya carga volvió Pastén hacia Plaza de Mulas; mientras que Huerta, luego de un pequeño descanso siguió hacia los otros campamentos de altura.
 

Al regreso, Pastén, localizó el cadáver, lo señalizó y siguió hasta el Campamento Base de Plaza de Mulas; mientras tanto, Huerta, siguió en su ascensión para alcanzar los otros campamentos de altura y recuperar sus pertenencias. Así lo hizo, partió a las 12,30 horas, y a las 22,30 horas, arribó al último campamento, fueron 10 horas de puro ascenso, sobre un terreno nevado, pero sus pies acusaron ese ambiente, con terribles dolores, el barómetro marcaba 18 grados bajo cero y el desenterrar la carpa le insumió parte de su escasa energía que le quedaba; luego de esto, se arropó en su bolsa cama y se durmió con la esperanza de un día mejor e intentar suerte.

El 18 de marzo, amaneció con viento pero despejado, esto lo tentó y siguió la ruta hacia la cúspide por un momento, llegó a la entrada de la Canaleta, pero el cansancio lo hizo entrar en razón, un momento de inspiración, de buena inspiración lo hizo retroceder, recuperando en el camino sus pertenencias.
 

Expedición al Cerro Aconcagua, 1953

A las 20,00 horas, arribó a Nido de Cóndores, con 45 kilogramos de carga en la fatigada espalda, pero sabiendo que lo esperaban en Mulas, siguió su camino de noche, logrando en la madrugada del 19 de marzo, arribar al Campamento Base. A todo esto, Pastén, Contreras y un agente de la policía de la provincia, ya habían  rescatado el cadáver del Padre Kastelic y solo esperaban el regreso del jefe de expedición para bajarlo. Cerca del mediodía la comitiva regreso a Puente del Inca.
 

Mientras que el propio Huerta, nos relataba años después, sobre el primer intento al Aconcagua: La verdad no teníamos ninguna experiencia y era tal el desconocimiento que pensando en las características del Sur (San Carlos de Bariloche, Río Negro), frío, lluvia, nieve y humedad, a la bolsa la había cubierto con tela engomada, lo cual la hacía impermeable desde afuera, pero desde adentro condensaba la transpiración de nuestro cuerpo, por la humedad la pluma había tomado un mal olor, y era un sacrificio, un sufrimiento meterse en ella.
 

Pero pese a todo iniciamos la marcha hacia el Aconcagua, estábamos en el mes marzo y concluimos en los primeros días de abril, pues nos habían dicho que era la mejor época; nuestros primeros pasos, fueron los normales a toda expedición creo no es necesario entrar en detalle; llegamos a los 6.800 metros y esa noche comenzó la danza del rugir del viento y abrigarse la montaña con una capa de nieve, al amanecer del día siguiente al abrir la carpa seguía el temporal, entonces dispusimos quedarnos, para especular con un fortuito intento. El tiempo seguía nevando, comentábamos entre nosotros si mañana se calma seguimos hacia arriba, aunque ya se había acumulado bastante nieve, pero el día siguiente siguió igual y ya no era adecuado salir hacia arriba, pensábamos que con dificultad íbamos a tener que replegarnos hacia abajo, mientras que el frío nos había minado nuestras fuerzas.
 

Habíamos ido demasiado rápido y la poca experiencia en altura, más tres días soportando el temporal; por la tarde amainó el temporal y batimos carpa, solamente los parantes, le colocamos piedras encima, con la idea de volver; partimos hacia abajo, con la confianza de que no nos iba a pasar nada, de todas formas no se nos venía a la mente los nombres e imágenes de tantos que habían quedado en el cerro.  Salimos ayudándonos mutuamente hacia Plaza de Mulas, dejando tres campamentos, el actual, en 6.800 metros, luego dos intermedios, en Nido de Cóndores y otro más abajo, esto nos permitió volver solo con la bolsa de dormir y algo más de comida; hasta la máquina de fotos y la filmadora, habían quedado en el campamento más alto; en Nidos de Cóndores, nos encontramos con otros militares que venían subiendo con andinistas del Club Andinista Mendoza, aprovechamos las mulas de esta gente y descendimos hasta Puente del Inca, aunque nuestro pensamiento era volver a intentarlo luego de un período de descanso, pero cuando arribamos nos llegó un mensaje militar en donde nos ordenaban que suspendamos la expedición y debíamos regresar a la ciudad de Mendoza, en ese entonces se había recibido la noticia de carabineros chilenos, de que los arrieros nuestros luego de dejarnos al regreso, se les había escapado una mula y al ir a buscarla uno de los integrantes descubrió en un campo de nieve o sobre un manchón de nieve con penitentes, una solapa de una chaqueta de color blanco, era de un rompeviento, entonces el arriero dictaminó que era un cadáver y supuso que podría ser de la expedición chilena de Ruperto Freile, Carlos Espinosa, Fernando Solari y otros, que habían perdido a dos de sus integrantes en el año 1937, de los cuales sólo habían encontrado uno y en esa expedición, también Espinosa, había bajado muy mal, casi ciego y arrastrándose hasta que lo bajaron otros integrantes de otra expedición.
 

El cadáver de Solari, se había bajado, pero el de Freile no, y se pensaba que este hallazgo era el cadáver de éste último, por tal motivo, carabineros de Chile habían viajado para identificarlo una vez que lo bajaran; y el motivo de nuestro llamado era para que en la próxima tentativa, nosotros bajáramos el muerto, pero ante esta noticia yo hago otro radiograma a Mendoza, para pedir autorización o permiso para bajar nuestro equipo que habíamos dejado en la montaña. Lo más importante de todo el material que habíamos dejado era la filmadora, pero también a partir de este momento había otra responsabilidad el bajar el cadáver, por un sentido humanitario.
 

Sin esperar la autorización nos marchamos y cuando estábamos en Plaza de Mulas, Martínez, de quejaba de los pies, dado que había tenido un principio de congelamiento.
 

Cuando llegamos al lugar en donde estaba el cadáver que presuntamente era de Freile, descubrimos que era del Padre Kastelic, por coincidencia era el mismo día del su Santo Patrono, el 19 de marzo de 1941 y con la recuperación del mismo, dimos por finalizada esta expedición, replegándonos hacia nuestro destino, pero con un gran enriquecimiento en experiencia y aventuras.
 

Durante este invierno de 1941, recibió el título de Profesor de Esquí del Ejército Argentino. En los comienzo del mes de febrero de 1942, la cordada integrada por el Teniente Emiliano Huerta, el Cabo Primero Carlos Grassetti y el soldado conscripto clase 1920, Alberto Ramírez, todos del Batallón de Zapadores de Montaña, realizaron la ascensión al volcán Maipo, ya pensando cómo trabajo previo, para enfrentar al Coloso de América. El 17 de febrero de 1942, la misma cordada que coronó el Maipo, iniciaron la marcha hacia el Cerro Laguna. Este cerro se encuentra al Este de la Laguna del Diamante, en el Departamento San Carlos, al Oeste de la localidad de Pareditas, a unos 70 kilómetros al Suroeste de Tunuyán. Tiene unos 5.178 metros SNM. Su pared Sur cortada casi a pique, ofrece innumerables ventisqueros colgantes, al menos en ese tiempo y según la descripción de los escritos de la época. Los expedicionarios, Teniente Huerta, Cabo Primero Grassetti y el Soldado clase 1920, Alberto Ramírez, acompañados también, por el soldado clase 1920,  Lucero, quien se debió quedar a los 4.000 metros, en un campamento de altura y eventual, a la espera de los andinistas, con la mulas, que los había dejado a esa altura, para realizar el repliegue luego del ascenso. Nos relataba el entonces Teniente Huerta: La ruta seguida fue elegida en el filo superior del paredón Sur, yendo de Este a Oeste. Este filo, de piedras eruptivas descompuestas, eran sumamente atrayentes, con grandes formaciones de penitentes y cortinas de hielo compuestas de enormes carámbanos. Después de cruzar esta zona, llegamos a los 3.300 metros, al pie casi del paredón Meridional. De allí nos dirigimos a una alta pared rojiza, la cual la bordeamos en su parte Sur y ascendimos por un filo peñascoso que corre encima de la pared. La pendiente fue aumentando y tenía grandes piedras y pequeñas cornisas. Fue asombroso como trepaban las mulas, sorteando a veces lugares muy difíciles. A los 4.000 metros dejamos las mulas, a cargo del soldado Lucero, quien nos acompañó e instalamos un pequeño campamento para un caso de una eventual necesidad.
 

Expedición al Cerro Aconcagua, 1953

A las 10,15 horas, emprendimos la marcha. Esta se realizó en una pendiente sumamente escarpada. Doscientos metros antes de llegar a la cumbre, tropezamos con un pequeño portezuelo que se hallaba casi encima de nosotros. Estudiamos la ruta y decidimos dirigirnos directamente a éste, a donde llegamos a las 12,00 horas. La marcha, a partir de ese momento, estuvo llena de interesantes obstáculos, con la aparición de torres rocosas de 5 a 8 metros de altura y por penitentes que alcanzaban a medir 4 metros de altura. Debimos seguir la marcha lentamente debida, no tanta a lo desgarrada que se presentaba la cresta, sino por el enrarecimiento del aire. En nuestra anterior ascensión al volcán Maipo, llegamos a una altura superior 5.323 metros, sin sentir los efectos de la altura, a pesar de trabajar en la misma zona y en un intervalo de seis días. A las 14,00 horas, cuando llegamos a la cima, observamos que sobre la misma y separados unos 200 metros uno de otro, se levantaban dos mojones de piedras. No sabíamos cual materializaba el punto más alto del cerro. Pero por las dudas, resolvimos alcanzar ambos.
 

Llegamos al primer mojón, el Meridional, el que nos pareció el más alto. Allí en el mojón, luego de desarmarlo, encontramos una lata conteniendo una bandera suiza, una moneda de diez centavos y un distintivo suizo; más abajo encontramos un disco de aluminio con el nombre y apellido del andinista Alberto Antognini. No encontramos papeles de la fecha de ascensión, aunque se sabe que fue a principios del año 1939.
 

Luego de descansar algunos minutos y merendar detrás de una gran piedra, al reparo del viento, regresamos al primer mojón y dentro de una lata colocamos hojas de papel, un libro de cumbre provisorio a nombre del Club Andino Bariloche y del Club Alpinista Mendoza, y tarjetas y papeles a nombre del Ejército y de los clubes mencionados. Sobre este tarro levantamos un nuevo mojón de piedras.
Serían las 15,30 horas, cuando iniciamos el descenso, después de haber permanecido en la cumbre por espacio de una hora y media. El descenso se realizó, por el mismo camino de ascenso.
 

Estos ascensos fueron la preparación previa y entrenamiento para realizar el segundo intento al cerro Aconcagua. De estas dos ascensiones nos relató Huerta, sus experiencias cuyas enseñanzas fueron las siguientes:
 

Las ascensiones al volcán Maipo y al cerro Laguna, nos permitió reflexionar que para intentar ascender el Aconcagua, era necesario realizarlo sin equipos pesados, desde los campamentos intermedios. A lo sumo se debía llevar a partir de los 6.000 metros, una carpita liviana para el campamento superior, uno o dos litros de nafta y pocos víveres. La marcha debía ser así, más rápida y nos cansaríamos mucho menos. En mi tentativa del año pasado llevamos muchos equipos y nuestra marcha fue lenta; como consecuencia de esto, estuvimos demasiado tiempo arriba de los seis mil metros, nos cansamos mucho y fuimos presas fáciles del apunamiento, por haber sufrido un desgaste enorme de energías en la instalación de los campamentos superiores. Pero esta vez, llegaremos a coronar la cima, pues estamos alentados todos de una fe extraordinaria y de un adiestramiento adecuado.

Ya en la zona de Puente del Inca, el Teniente Emiliano Huerta, reunió a los integrantes de la expedición que volvía a intentar el Aconcagua y esto nos decía, el entonces Mayor Orlando Mario Punzi: A pocos meses de su fracasado intento al Aconcagua, asomó nuevamente, la figura del joven oficial, el Teniente Huerta. Ahora, cuenta con el valioso aporte de su experiencia: ya no le son extraños la ruda naturaleza del monte máximo, ni la intransigencia del clima, ni la hostilidad aleve del apunamiento. Consta asimismo que conoce exhaustivamente el problema, por haber estudiado al detalle el mejor entrenamiento compatible con el esfuerzo proyectado, y el vestuario, los equipos y los víveres más adecuados al magno propósito.

Expedición al Cerro Aconcagua, 1953


Cumbre en el Aconcagua

El 02 de marzo de 1942, iniciaba el nuevo intento para intentar coronar la cumbre; salieron de Puente del Inca, la columna integrada por el Teniente Emiliano Huerta, como guía y jefe de la misma, lo acompañaban, el Teniente Alfredo Lega, los subtenientes León Allegri y Arturo Pasqualis Politi, los Cabos Primero Carlos Grasetti y Roberto Páez y el soldado conscripto Alberto Ramírez, agregándose a ellos, Miguel Gossler, excompañero de Stepaneck y Pablo Giannaccari, acompañados por los arrieros, encabezado como siempre y en esta época, por Mariano Pastén Castro. La columna se disciplinaba con la senda que permite uno tras otro recorrer el camino hacia este gran desafío, todos encerraban y abrigaban el deseo de llegar a pisar la cima.
 

Con su pluma, nos relataba el entonces Mayor Orlando Mario Roque Punzi: Acaso la montaña contemple con admiración al bravo andinista que, con año apenas de experiencia, vuelve a disputarle palmo a palmo la supremacía de su reinado secular al Coloso. El río brama entre los riscos con sordo ímpetu, anormalmente crecido por los fuertes deshielos. Al mediodía la caravana, hábilmente orientada por los arrieros, da con un paso providencial; en las angosturas del cauce, las avalanchas de nieve, perforaron al golpe del torrente el cruce de su cauce, al tiempo que tendieron un puente lo suficientemente fuerte a pesar de que a simple vista no lo parece, que permite el cruce de las mulas y las cabalgaduras. Las mulas cruzan ágilmente y se encaraman en las cuestas salpicadas de hielo y piedras.
 

Finalmente, llegaron a las 18,00 horas al Campo Base, acompañados en parte de su recorrido por un cielo encapotado y de un ambiente bastante helado. El jefe de la expedición distribuyó las tareas: racionar el ganado, reconstruir los fogones de piedras, despejar las vertientes y recoger agua e instalar las diminutas carpas para pasar la noche.
 

El día siguiente, 03 de marzo, ya cuando estaba calentando algo el sol, iniciaron la marcha hacia el previsto campamento de altura; encolumnados van cargados los mulares, con cargas y personal, bajo la tutela del avezado arriero Mariano Pastén.
 

Cerca del mediodía arribaron a lo que en la actualidad se le denomina Nido de Cóndores; allí hicieron alto, desmontaron y descargaron los mulares y regresó Pastén, a Plaza de Mulas. Se armaron dos carpas para los seis  integrantes, mientras que algunos, además de mirar el paisaje y pensar en el ascenso revisaron los alrededores, dando con algunos diarios viejos del año 1929, lo que trae a la especulación que haya sido portado por la primera expedición militar argentina, de los Tenientes Pujato y Nazar.
 

Esta distracción dura poco tiempo dado que muy pronto se armó una tormenta que descarga sus pesados copos de nieve y detuvo por el momento la aspiración de continuar la marcha.
 

Expedición al Cerro Aconcagua, 1953

El día 04 de marzo, amaneció nublado y escarchillando, de todas formas a las 10 horas, la columna se dirigió hacia su próximo campamento de altura, actualmente, refugio Plantamura, solo el Teniente Lega, quedó indispuesto en este campamento; la marcha concluyó a las 16,00 horas, cuando se arribó al emplazamiento del nuevo campamento de altura. Los efectos de la altura y la fatiga van minando la voluntad de los andinistas, y la rápida ascensión, han debilitado a algunos. Claro está, han evitado gastar energías haciéndose llevar hasta los 5.600 metros aproximadamente, por las mulas, en vez de haberlo realizado caminando para lograr una buena adaptación.
 

El 05 de marzo, amaneció nevando; los expedicionarios solo salieron de la bolsa de dormir para hacer sus necesidades, la noche no los acompañó muy bien; sus equipos mostraban sus debilidades. El jefe de la expedición con su mala experiencia pasada el año anterior, dispuso sabiamente bajar al día siguiente a todo el personal. El regreso fue lento, cuando arribaron al primer campamento de altura, depositaron en él parte del equipo para otro intento, comida y vestuario y siguieron hacia Plaza de Mulas, donde arribaron a las 16,00 horas; Huerta, llegó con vómitos, Allegri, con sus manos con principios de congelamiento, como así también, Politi, Grasetti, Páez y Ramírez.
 

El 10 de marzo, realizaron la segunda salida; esta vez fueron: Huerta, Páez, Grasetti y Ramírez, acompañados por Pastén y los andinistas Miguel Gossler y Pablo Giannaccari; se quedaron como grupo apoyo en Mulas, Lega, Allegri y Politi. Gossler, fue el compañero de cordada de Juan Stepanek, primer andinista muerto en el Aconcagua, junto con Giannaccari, intentaron encontrar el cadáver del infortunado andinista y compañero.
 

Nos relataba Huerta: Nuestro Plan era: alcanzar a lomo los 5.900 metros; a la tarde llegar a pie hasta los 6.400 metros y descansar; al amanecer, coronar los 6.700 metros; esperar la salida de la luna e intentar la cumbre.
 

Hay que recordar que las altitudes que se mencionan son diferentes a la realidad. Al llegar a lo que actualmente se conoce por Nido de Cóndores, habían pasado los treinta minutos del mediodía, el ganado retornó conducido por Pastén y los andinistas se colocaron las pesadas mochilas, a esto se le agregó las carpas, que cada una pesaba cuatro kilogramos, las que se fueron rotando su traslado.
 

A las 17,30 horas, se arribó al emplazamiento actual del refugio Plantamura, donde se instaló la primera carpa. Mientras que Gossler y Giannaccari, iniciaron la búsqueda del malogrado Stepanek, en inmediaciones del lugar. Mientras que los cuatro restantes siguieron hacia arriba, previo a aligerar la mochila, en ella llevaban: una manta, un litro de nafta y víveres, cada hombre; además, de una carpa de alta montaña para dos personas, que debía alojar a los cuatro.
 

A las 21,30 horas arribaron al actual refugio Independencia, donde se instalaron con la pequeña carpa, previos a nivelar el áspero terreno. En la incómoda carpa, se acomodaron como pudieron y se encendió el calentador que además de luz, calentaba algo a los alojados, que esperaban la salida de la luna, para iniciar el intento de coronar la cima. A las tres de la madrugada cuando comenzó a alumbrar la luna, su menguada luz de cuarto menguante, esto hizo postergar la salida y esperar que aclare.
 

A las 08,00 horas, del 11 de marzo, comenzaron a marchar con el objetivo de alcanzar la cumbre. A la cabeza iba su guía y jefe, el Teniente Huerta y como autómatas lo seguían los tres restantes.
 

Expedición al Cerro Aconcagua, 1953

También relataba este tramo, Huerta: Con nuestros gruesos abrigos, con la cara cubierta por los pasamontañas y bufandas, y los ojos protegidos por amplias antiparras, parecíamos extraños seres en un mundo muerto. Contemplábamos con la garganta anudada la cumbre, tan próxima; ahora o nuca, parecía decirnos.
 

A las 09,00 horas, se encontraban en lo que actualmente se encuentra el refugio Independencia; cercano al mediodía entraron en La Canaleta, el cansancio y la altura hizo que el ritmo fuera menor; la columna de andinistas siguió el ritmo y los altos que fue dando el primero de cordada.
 

De a poco la cumbre Sur fue apareciendo, y a las 15,30 horas, el primero que se ha adelantado y para entusiasmar a los que venían, da su grito de triunfo: Cumbre! poco a poco fueron llegando y confundiéndose en un fuerte abrazo, mezclados con algunas lágrimas que aparecían por la emoción, fue el 11 de marzo de 1942, convirtiéndose en la primera expedición totalmente argentina, y siendo  todos ellos  militares.
 

Huerta, rescató los testimonios de cumbre dejados por la expedición anterior del año 1940, de Juan Jorge Link, depositados en una mochila, también, una placa triangular dejada por integrantes del Club Andino de Chile, y luego de firmar el libro de cumbre donado por el Club Andinista Mendoza, se procedió a dejar entre las piedras una bandera argentina y banderines de distintas unidades del Ejército y otros trofeos menores de los clubes  andinos, de Bariloche y Mendoza. Es de destacar que la bandera argentina dejada por la expedición de Link, tenía la firma del Gobernador de la provincia de Mendoza, otro de los trofeos dejado por éste, eran: banderín del Club Andinista Mendoza, un banderín alemán, que llevaba la inscripción Augsburg; una Bandera Suiza, una imagen de la Virgen de Lourdes, un banderín del Centro de Estudiantes de la Universidad Popular de Mendoza y otros objetos menores, tales como, tarjetas, pulsera, medalla, etc., mientras de la expedición de Freile, del año 1937, se recuperó dentro de una botella, un banderín comunista con el nombre de Solari, bordado con la hoz y el martillo. Tomo Huerta, numerosas fotos panorámicas, permaneciendo un poco más de media hora en la cima; regresando todos a partir de las 16,30 horas.
 

A las 18,00 horas, arribaron al último campamento de altura, el cual se desarmó y prosiguieron la marcha hasta el campamento donde actualmente se encuentra el refugio Plantamura, donde había dos carpas instaladas, donde pasaron la noche; Gossler y Giannaccari, habían bajado a Plaza de Mulas.
 

El 12 de marzo de 1942, siendo las 09,00 horas, siguieron bajando, llegando al primer campamento de altura a las 10,30 horas; allí descansaron, y nuevamente, siguió la marcha hacia Plaza de Mulas, donde arribaron a las 16,00 horas.
 

Regresaron a Puente del Inca donde fueron recibidos con alegría y entusiasmo, en el Refugio Militar General San Martín. Esto trajo aparejado la entrega a los integrantes de la expedición por parte del Ejército Argentino, del cóndor de Plata, símbolo de las Tropas de Montaña y una medalla de plata por parte del Centro de Instrucción de Montaña.

Expedición al Cerro Aconcagua, 1953


El curso de esquí

En los meses de agosto y septiembre de 1942, se desarrolló un curso de esquí, de perfeccionamiento y especialización para oficiales y suboficiales de las unidades de montaña. La Plana Mayor de este curso estuvo integrada por los siguientes jefes y oficiales de la Inspección de Tropas de Montaña:

- Director de los cursos: Coronel Juan Domingo Perón.

- Profesor del curso de perfeccionamiento Mayor Roberto V. Nazar.

- Profesor del curso de especialización Capitán Augusto S. Maidana.

- Integraron también el mismo: el Teniente Primero Eduardo Aguirre, el médico del regimiento Miguel Ángel Mazza, el profesor Gustavo Kammerer y el Sargento Roberto Páez.

Además de las  actividades técnicas del curso, se llevó a cabo una marcha de 10 kilómetros con equipo y con un desnivel de 500 metros; como resultado final tanto del curso como de la marcha, el entonces Teniente Emiliano Huerta, obtuvo el primer puesto entre sus pares y el título de Maestro Esquiador. Este resultado y conocimiento con el director del curso, y sus antecedentes de trabajos en la montaña, hizo en gran parte que fuera designado años más tarde jefe de la Segunda Expedición al Himalaya.

Durante el cuarto trimestre del año, participó de algunos reconocimientos en la zona del paso Argentino y de los Piuquenes.

En los años 1943 y 1944, realizó algunos reconocimientos en la zona cordillerana de Río Negro y Neuquén. Además hizo un intento de ascenso al volcán Lanín, cuyo fracaso se debió a que tuvo que bajar por un ataque de apendicitis; Luego de este inconveniente de salud, luego de su recuperación, se desempeñó en estos dos años, como instructor para oficiales y suboficiales del Ejército y de Gendarmería Nacional en los cursos de esquí, realizados en la localidad de San Carlos de Bariloche.

Curso de esquí. Expedición al Cerro Aconcagua, 1953


El Aconcagua. La misión de rescate de cuerpos

El domingo 28 de enero de 1945, a las 10,00 horas, pasó revista en el Batallón Motorizado 8, el inspector de Tropas de Montaña, Coronel Julio Argentino López Muñiz, acompañado por otros jefes militares, a la expedición militar ordenada por el Ministerio de Guerra y patrocinada por la Inspección de Tropas de Montaña.
 

En esa ocasión el entonces Teniente Primero Huerta, le expresó al Coronel López Muñiz y a los integrantes de la expedición: la finalidad de nuestra expedición será ascender a la cima del cerro, máxima cumbre del continente americano, de realizar estudios de la zona, localizar e intentar rescatar los restos de los andinistas perdidos el año anterior.
 

Posteriormente leyó una esquela enviada por el Inspector de Tropas de Montaña, que expresaba: Al señor  Teniente Primero Emiliano Huerta, jefe de la expedición que intentará la ascensión al cerro Aconcagua: al despedirme de usted y de la comisión que preside, para intentar ascender al cerro Aconcagua, cúspide máxima de América, donde se pondrá a prueba el coraje, la perseverancia y el espíritu de sacrificio, son mis más fervientes deseos y los del personal de jefes, oficiales, suboficiales y tropa de esta inspección, que dicha empresa sea coronada con el más rotundo de los éxitos, para satisfacción personal de cada uno de los componentes, del Ejército Argentino y de la especialidad andina.
 

Nos decía, años más tarde el coronel Huerta, respecto a esta expedición: En el año 1945, se realizó una expedición con la finalidad de rescatar los cadáveres de los esposos Link y el ingeniero Kneidl, que habían muerto en el año 1944, los detalles de esta desgraciada expedición fueron relatados en el libro de Tibor Sekerlj, cuyo título es: “Tempestad en el Aconcagua”, un gran amigo, no sé si vive aún, sus noticias son de hace más de treinta años, cuando estaba viajando por Katmandú, era de un gran espíritu aventurero; este hombre era muy interesante escucharlo, pues se ponía a comentar aventuras, podía estar dos o tres horas todos atrapados por su conversación o relatos, luego de lo cual, nos manifestaba que no lo buscáramos en ningún libro por cuanto era algo que acababa de inventarlo, era muy divertido en sus salidas o dichos y tenía una gran imaginación.
 

Cabe destacar la coincidencia de habernos encontrado en Puente del Inca, con representantes del Club Andino Bariloche, con la intensión de realizar el mismo intento que el nuestro, la cima del cerro Aconcagua, ellos eran: Alejandro Hemmi, Director de la Escuela Suizo-Argentina de Esquí perteneciente al Parque Nacional Nahuel Huapi, Antonio Ruiz, perteneciente al Club Universitario Buenos Aires  y Augusto Valmitjana, del Club Andino Bariloche, que se unieron a nuestro intento.
 

Una vez instalados en el Refugio Militar General San Martín, en Puente del Inca, al día siguiente de nuestra llegada dimos comienzo a la preparación de las cargas y arreglo de los equipos. El día 31 de enero de 1945, iniciamos nuestra aproximación hacia Plaza de Mulas, ubicada a 4.230 metros; salimos a las 07,00 horas y llegamos en las últimas horas de la tarde.
 

Pese al cansancio nos sentimos muy satisfecho por lo que habíamos realizado algo más de 36 kilómetros y un desnivel de más de 1.500 metros. Cabe destacar que la planicie que presenta este lugar y las comodidades en cuanto a la obtención de agua y para instalarnos era el lugar ideal para instalar el Campamento Base, y así lo hicimos.
 

Curso de esquí. Expedición al Cerro Aconcagua, 1953

Podemos decir que corría los inicios del año 1945, cuando en Puente del Inca se dieron cita dos expediciones militares, ambas con un objetivo común, rescatar los cuerpos de los infortunados andinistas, Adriana Bance, Juan Jorge Link y el ingeniero Alberto Kneidl, que tras tres expediciones de auxilio, realizadas el año anterior, por las condiciones climáticas no pudieron rescatar sus cuerpos, salvo el del profesor doctor Walter Schiller. Por otro lado, tras la experiencia de la ascensión del año 1941 y 1942, Huerta, quiso formar y probar nuevos andinistas militares e intentar rescatar los cuerpos del personal muerto de la expedición de Link; por su parte, Ugarte, fue simultáneamente, con Huerta, reconociendo los lugares que pronto serían, los más apropiados para instalar los refugios de altura, para el apoyo a las expediciones por la ruta Norte o normal y con Huerta, intentar rescatar los cuerpos de los infortunados del año anterior.
 

Los integrantes del grupo de Huerta fueron: él como jefe y guía,perteneciente a la Escuela de Tropas de Montaña, el Sargento Ayudante Demecio Roberto Páez de la Inspección de Tropas de Montaña, Sargento Primero Jorge Aníbal Martínez del Sexto Batallón de Zapadores Motorizados, Sargento Julio César Cernuda del Regimiento de Infantería de Montaña 21, Ayudante de Gendarmería Nacional Oscar Maure, y los señores Antonio Ruiz, Tibor Sekelj, Raúl Videla (Tibor y Raúl, agregados oficialmente con carácter de periodistas), Augusto Vallmitjana (famoso fotógrafo y cineasta, de la localidad sureña de Bariloche) y Alejandro Emmi.
 

Mientras que los integrantes de Valentín Julián Ugarte fueron: él como jefe, el Teniente Primero Cirujano Roger Eleazar Zaldívar, Teniente Orlando Hugo Yansen, subtenientes Ignacio Rodolfo Nazar, Jorge Roberto González Naya, Eduardo Miguel Arancet, Sargento Primero Antonio Ángel Saligari, Sargento Samuel Carduner, Sargento Enfermero Osvaldo César González, Cabo Primero Julio César Álvarez, Cabos Aldo Budassi, Enrique Lúquez, Cabo (R) Ademar Eduardo Braconi, cabo Conscripto Pablo Yáñez y el andinista Félix Fellinger. Esta expedición militar, organizada por la Agrupación de Montaña Cuyo, tenía como misión principal la instalar un refugio de madera que serviría de resguardo a futuras expediciones a la altura de 6.400 metros y si el estado físico y climático lo permitía, sentir, como todo montañés, la satisfacción de dominar la cumbre.
 

El 30 de enero, el equipo de Huerta, que se divide en dos escalones, salió  el primero junto a Huerta, lo acompañaba Martínez, Maure y dos soldados; la tarea fue de mejorar la senda para el personal y mulares, que por las precipitaciones del período anterior, se sabía que había sido cortada en varios lugares, por los desprendimientos.
 

El 31 de enero, la segunda fracción de Huerta, salió y alcanzó a la primera en su primer vivac; ambas ejecutaron las tareas, poniéndose en marcha a las 13,00 horas, arribando a las 21,00 horas, a Plaza de Mulas.
 

El 01 de febrero, todo el personal comenzó a mejorar las condiciones del Campamento Base; realizando luego, el armado de las carpas, instalación del mástil e izamiento de la bandera, instalación de la cocina Posteriormente, Huerta, distribuyó las tareas a todos sus integrantes.
El día 02 de febrero, arribó el primer escalón de los integrantes de la expedición militar de Ugarte; mientras que los integrantes de Huerta, aclimataron ese día en el glaciar de Horcones Superior, realizando prácticas del manejo de la piqueta y los grampones.
 

Por la tarde de ese día, comenzó a cambiar el tiempo; el viento azotaba las instalaciones y las primeras nubes comenzaron a cubrir las alturas.
 

Un segundo escalón de la expedición de Ugarte, que había salido de Puente del Inca al mando del Teniente Yansen, conduciendo las cargueras con las partes del refugio a instalar, fue sorprendido por el temporal en plena marcha y solo pudo llegar a Plaza de Mulas, a costa de un extraordinario esfuerzo, pero tuvo que dejar al pie de una cuesta, que dista a una hora de Plaza de Mulas, casi todo el ganado y equipo.
 

El temporal, contrariamente a lo que cabría esperar en esta época del año, siguió con intensidad cada vez mayor, a punto tal que superó en velocidad y duración del viento, a todo lo conocido desde hacía 27 años atrás, en cuanto a temporales de verano.
 

El día 03 de febrero, el segundo escalón de Ugarte, desperdigado por el camino y afectado por las condiciones del mal tiempo, comenzó a llegar con algunas novedades; algunos habían quedado retrasados y por el ritmo lento para otros, especialmente los últimos de la columna, que fueron desfalleciendo en el último obstáculo de la Cuesta Brava; último escalón y esfuerzo para arribar al Campamento Base.
 

Expedición al Cerro Aconcagua, 1953

Con estas malas noticias y ante esta situación, salieron en búsqueda de los últimos, arreciados por los copiosos copos de nieve y por momento, de viento blanco, Ugarte y Huerta. Los primeros fueron reunidos por Huerta, mientras que los últimos, fueron reunidos y alentados por Ugarte y juntos fueron desfilando lentamente, hasta lograr la meta, alcanzar Plaza de Mulas; para ese momento el reloj marcaba las 02,00 horas, una madrugada fría y gris.
 

El frío intenso, la tormenta de nieve y el agotamiento, más la altura, hizo estragos en la moral de esta gente que luego de alimentarse, amontonados, se fueron ubicando en las carpas que ya estaban armadas de la gente que había arribado con anterioridad, pero no con la suficiente capacidad para todos. Durmieron durante la noche en forma incomoda y con mucho frío. Mientras tanto la gente de Huerta, había subido para instalar el campamento de altura de Nido de Cóndores.
 

Eran las 10,00 horas, del 04 de febrero; la noche había sido cruel con el personal aglomerado en las tiendas insuficientes; la nieve acumulada era bastante importante. Había mulares que habían quedado en el camino, desperdigados.
 

Ante esta situación, es decir, la pérdida de material, equipo, carpas, comida, etc., y viendo que continuaba el mal tiempo, y el deterioro físico progresivo de los integrantes, acompañado de una pérdida visible de peso y energía, Ugarte, resolvió retirarse a Puente del Inca. Para lo cual, comisionó al subteniente Ignacio Nazar, para que se repliegue, recuperando el ganado disperso y debía conducirlo a Puente del Inca. En caso de que siguiera el mal tiempo debería soltar el ganado que encontrara en el camino próximo a Plaza de Mulas, para regresaran solo para Inca y con el personal que lo acompañaba debía retornar a Plaza de Mulas. Se alistaron junto a Nazar, el Sargento Primero Saligari, Félix Fellinger y siete soldados.
 

Fue de imaginar en qué condiciones terribles se efectuó esa marcha heroica, azotados continuamente por un vendaval furioso, con nieve casi hasta la cintura y el aullido de muerte del viento blanco zumbando constantemente en sus oídos. La temperatura era glacial. El subteniente Nazar al que se la había congelado una pierna, con varios soldados, se vio obligado a pernoctar en una cueva de nieve, y luego, reinició la marcha, tardando treinta y seis horas para llegar a Puente del Inca. Solamente sus voluntades sobrehumanas los salvaron de perecer.
 

Llegaron a Puente del Inca por parte, y en pequeños grupos disgregados; primeros unos soldados y el Sargento Primero Saligari, y después el subteniente Nazar. Fue necesario ir al encuentro de éste a la Laguna de Horcones, ya que físicamente se encontraba extenuado. Por una rara coincidencia fue su propio hermano, el Teniente Coronel Roberto Nazar, quien logró recuperarlo.
 

El resultado de esta penosa marcha, sobre terreno totalmente cubierto de nieve de más de 1,50 metros de espesor, fue el siguiente: Subteniente Nazar, el más afectado por el rigor del frío, sufrió el congelamiento en uno de sus miembros inferiores; el Sargento Primero Saligari y los soldados, congelamiento de menor grado, en mano y extremidades inferiores.
 

Existe una nota donde Nazar contaba estos momentos vividos y sus consecuencias, la cual, se transcribe: En Plaza de Mulas, el día 4 de febrero de 1945, recibí la orden de salir en busca de una columna de abastecimiento que el día anterior debía haber llegado, pero que a causa de un temporal que se desencadenó, tuvieron sus componentes que abandonar todos los elementos que llevaban y las mulas, para poder salvar sus vidas. 
 

La misión impuesta fue: rescatar las mulas que hubieran sobrevivido al temporal y llevarlas por arreo hasta Puente del Inca y luego, regresar con otras que estuvieran en buenas condiciones.   
 

Me acompañaba un suboficial, Saligari, siete soldados y un socio del Club Andinista Mendoza, llamado Félix Fellinger.
 

Apenas alcanzamos el lugar donde había quedado la columna un furioso temporal se desencadenó, aislándonos completamente.
 

Fue en ese momento que tratando de reunir a los hombres que iban a mis órdenes, al caminar sobre el glaciar Horcones Superior, se rompió una placa de hielo que pisaba, mojándome la pierna izquierda.
 

Sentí mucho frío, pero la desesperación por reunir a los hombres que iban conmigo, me hizo olvidar este detalle.
 

Después de un rato, logré reunirme con dos soldados y con el andinista. Aprecié de inmediato la situación y juzgue como muy posible, que el suboficial hubiera reunido a los otros cinco soldados y emprendido con ellos el regreso a Puente del Inca.
 

Volver a Plaza de Mulas, era imposible, la visibilidad era nula. El temporal iba en aumento y la nieve caía en forma extraordinaria. Caminamos dificultosamente, pues la nieve blanda recién caída, no aguantaba nuestro peso, hundiéndonos en la marcha hasta casi la cintura.
 

La noche y el temporal nos obligaron en un momento a detener nuestra marcha. Hicimos una cueva excavando en la nieve, con los platos de los soldados. Providencialmente, el temporal amainó y pudimos continuar la marcha y digo, providencialmente, porque de seguir el temporal con la misma impetuosidad, fácil hubiese sido que nos hubiera cubierto la nieve.
 

A esta altura, no sentía la pierna izquierda, solo tenía la sensación de llevar un gran peso.
 

Expedición al Cerro Aconcagua, 1953

Continuamos juntos, pero al llegar a la laguna de Horcones, unos cinco o seis kilómetros antes de Puente del Inca, el caminar me era imposible, por lo que llamando al suboficial, le ordené continuar la marcha, mientras que yo permanecería  en el lugar alcanzado, y que una vez que hubiera arribado a Puente del Inca, me enviara una  mula, para poder reanudar la marcha. El andinista Félix Fellinger, pidió quedarse conmigo y acompañarme, mientras llegaba el auxilio.
 

Para dar esta orden consideré como muy peligroso, que los soldados que ya daban muestra de agotamiento, y algunos, con principio de congelamiento, marchaban al mi ritmo, con mi pierna insensible.
 

Había empezado nuevamente a nevar y el viento volvía a castigar nuestros rostros.
 

En cumplimiento de la orden, el suboficial siguió su camino con los soldados hacia Puente del Inca.
 

Al poco rato ya no los divisamos más. Una sensación de desolación se apoderó de nosotros dos. Pocas posibilidades habían de que en esa noche pudieran encontrarnos, pues nuestras blancas ropas se confundían con la nieve. Afortunadamente, Dios, a quien tantas veces lo invocáramos en nuestra penosa jornada, no nos olvidó.
 

Esa noche, alrededor de las 21 horas, el entonces Mayor Nicolás Plantamura y dos suboficiales nos encontraron. Yo casi durmiéndome.
 

A consecuencia de esta marcha de casi 36 horas, en terreno nevado, sufrí un congelamiento de la pierna izquierda, debiéndoseme amputar los cinco dedos del pie.
 

Antes de terminar, quiero agregar que el andinista debe ser una perfecta amalgama de corazón y brazo, para que pueda sobrellevar con éxito, una empresa de esta índole, en la que se exige a la par de un gran esfuerzo físico, casi sobrehumano, un corazón que lo aliente y lo ayude a sobrellevar con éxito los diferentes estado psíquicos a que ve expuesto.
 

Ambos jefes de expedición concordaron en salir el día 05 de febrero, juntos hacia Puente del Inca, dado que el mal tiempo continuaba y el personal integrante de sus respectivas expediciones había sufrido los embates del temporal y que mejor recuperarse en Puente del Inca, donde las comodidades permitían mejores ventajas para hacerlo.
 

El repliegue se hizo durísimo, con el Horcones taponado de nieve reciente, pero seguro iba ser el último trance para llegar al destino.
 

A las 12,00 horas ambas columnas se pusieron en marcha; las carpas quedaron armadas y cerradas como para volver y utilizarlas
 

La punta de la columna, dado lo blando del terreno, se fue cambiando para evitar un desgaste prematuro de la gente; a medida que se fueron encontrando las mulas, se las fue descargando y algunas utilizando para transportar a los más débiles, mientras que otros mulares se los dejan suelto para que puedan volver solos a Puente del Inca.
 

Fue tan desgastante la marcha que arribaron al refugio Militar General San Martín, el día 6 de febrero, a las 09.00 horas, luego de 21 horas consecutivas de marcha; llegando algunos con los efectos provocados por el frio y el reflejo lunar y solar, con principios de congelamientos y cegueras parciales, el cerro y el tiempo, habían cobrado su cuota de sacrificio a los intrépidos andinistas, siendo conducidos todos los afectados hacia la ciudad de Mendoza, para su tratamiento.
 

Nos decía el Sargento Ayudante Páez, en un artículo publicado en la Revista del Suboficial: Mientras tanto, el Teniente Primero Huerta, regreso a Mendoza para solicitar del señor Inspector de Tropas de Montaña, la autorización para realizar nuevamente otro intento de ascensión. Con la mayor de las emociones recibimos en Puente del Inca, la noticia de que había sido concedido el permiso y la misma había sido dada por S.E. el señor Ministro de Guerra, a pedido del Inspector de Tropas de Montaña.
 

Con anterioridad el señor Ministro había enviado el siguiente telegrama: “Acompaño bravos andinistas expediciones Aconcagua, la lucha de la que hace a los hombres de montaña. El Ministro de Guerra abraza cariñosamente valientes montañeses y hace votos por la mejoría de los heridos. Hágase llegar copia de este telegrama a cada uno de los muchachos componentes. Abrazos. Coronel Perón. Ministro de Guerra.”
 

Sus palabras nos sirvieron de estímulo y aliento. El 19 de febrero, se encontró nuevamente la expedición Huerta en el lugar denominado Plaza de Mulas, dispuestos todos a sentar sus plantas en la cumbre y obligar al peñón vencido por la primera expedición argentina en el año 1942, a abrir nuevamente sus puertas para que los ojos azorados de sus nuevos visitantes contemplen extasiados su belleza. Este día salimos de nuevo hacia la cumbre, pero ya sin el señor Hemmi, que se vio obligado a quedarse por sentir principio de congelamiento en un dedo del pie.
 

Partimos a las 09,30 horas, alcanzando Nido de Cóndores a las 14,00 horas. La marcha fue sumamente lenta debido a la cantidad de nieve existente en el recorrido. Pernoctamos en este lugar, para continuar hacia la cumbre el día siguiente. En la noche en este campamento soportamos 18 grados bajo cero. Nevó intensamente y con fuerte viento. La presión fue muy baja y todos sentíamos nauseas y fuertes dolores de cabeza, debido al enrarecimiento del aire y la falta de oxígeno.
 

Al día siguiente, a las 09,00 horas, iniciamos la marcha de rigor, todos llenos de fe y optimismo y en perfecto estado de salud. El tiempo parecía ayudarnos, pero era una celada que nos tendía el Aconcagua, ya que no tardó en convertirse lo que nos parecía buen tiempo, en inmensos nubarrones, indicio característico de grandes nevadas. Alcanzamos los 6.200 metros, pero ante la inminencia de un nuevo temporal de gran magnitud, nos vimos obligados de desistir de nuestro propósito de subir a la cumbre ese día.
 

Las tempestades parecían que se habían ensañado con nosotros, y el gigante pétreo demostraba estar dispuesto a custodiar celoso su cima.
 

Iniciamos directamente el descenso hacia el campamento base de Plaza de Mulas, a esperar el cambio de tiempo. Estas adversidades, lejos de amedrentar nuestro ánimo, sirvieron de aguijón para insistir en domeñar la cumbre altiva.
 

Expedición al Cerro Aconcagua, 1953

El 24 de febrero, a las 07,00 horas, después de haber pasado la furia del temporal, nos sentimos impacientes por partir.
 

La expedición inició de nuevo la tarea de ascensión, pero sin el Sargento Cernuda y el señor Vallmitjana, quienes en contra de sus voluntades se vieron obligados a desistir, debido a que sentían principio de congelamiento en sus pies.
Alcanzamos los 5.800 metros a las 12,00 horas. Todo el personal en perfectas condiciones físicas y espirituales. Hasta este momento ninguno daba señales de malestar. Notamos un detalle, que nuestros organismos ya habituados y aclimatados, no eran presa tan fácil de las variaciones climáticas.
 

Antes de proseguir la ascensión, revisamos nuestros equipos y víveres, ya que es de especial atención la alimentación. A partir de esta altura el organismo no asimila los alimentos corrientes, excepto leche condensada, caramelos, chocolates, dulce de leche, frutas secas tales como ciruelas, orejones y pasa de uvas, etc. Pudimos comprobar el buen efecto que produce el limón; por lo tanto era al que mayor atención prestábamos para su duración; era lo más conveniente para calmar la sed.
 

Una vez listos, el Teniente Primero Huerta nos dio algunos consejos para tener en cuenta durante la marcha: no comer nieve; llevar las manos con los dedos en continuo movimiento para evitar enfriamientos, que más tarde pueden degenerar en congelamiento; armonizar los movimientos de la marcha con la respiración; en fin, una serie de indicaciones que ayudaron a conseguir el triunfo tan deseado.
 

Nuevamente en la ruta, iniciamos la marcha pasando por tan grandes manchones de nieve, resultando imposible dar más de quince pasos sin tener que descansar por lo menos cinco minutos. A medida que fue ganando altura, era necesario mermar el ritmo de marcha y la cantidad de pasos, llegando a dar solo cinco pasos y descansar para normalizar la respiración.
 

Alcanzamos el lugar denominado refugio Link, en donde efectuamos un descanso un poco más prolongado. Nuevamente arreglamos los equipos y proseguimos la ascensión. La marcha fue por demás agobiante, todos sentíamos el cansancio, pero impusimos el lema: “cuando el espíritu manda el cuerpo obedece” y así llegamos a los 6.550 metros a las 19,00 horas.
 

Durante el recorrido efectuamos la búsqueda, por entre las rocas y peñascos, de los cuerpos de los andinistas perecidos el año próximo pasado en el afán de conquistar la cumbre. A una altura aproximada de 6.600 metros habíamos encontrado una carpa abandona, posiblemente por la trágica expedición de Link.
 

En este lugar, la falta de oxígeno se hizo sentir más. El piso del terreno era gredoso y presenta un color amarillento como si fuera azufre. Se percibían emanaciones de gases, lo que dificultaba en sumo grado la respiración. Sentimos demasiado la necesidad de tomar agua, para lo cual, tuvimos que recurrir a licuar la nieve, utilizando el calentador.
 

A los 6.700 metros levantamos dos carpas de alta montaña, cada una de ellas con capacidad para albergar dos personas, pero nos ubicamos tres.
Todos dimos muestras de cansancio y agotamiento. Después que el Teniente Primero Huerta, dispuso la continuación de la marcha para el día siguiente, entregamos nuestros cuerpos al agradable reposo que mucha falta nos hacía.
 

Era imposible conciliar el sueño; sentíamos con mucha intensidad el frío reinante, más de 30 grados bajo cero, y la carencia de oxígeno se hacía sentir, viéndonos obligados a abrir una parte de las carpas y sacar la cabeza. Las nauseas y el dolor de cabeza era constante.
 

Así pasamos la noche, en medio de todos aquellos sinsabores, esperando ansiosos que la aurora nos trajera un poco de calor para nuestros cuerpos entumecidos, porque era imposible continuar así en este paraje desolado y abrumador.
 

El día 25 de febrero, a las 08,00 horas, nos alistamos para intentar nuevamente el ascenso a la mole granítica. Hizo un frío muy intenso. Después de unos minutos de marcha, la baja temperatura comenzó a hacer sentir sus aguijones de frío.
 

El Sargento Ayudante Martínez y el señor Ruiz, se abandonaron y se desplomaron quejándose de agudos y punzantes dolores en los pies. Inmediatamente le sacamos los botines, le frotamos los pies con una franela de lana y le sacudimos bruscamente los miembros inferiores a fin de hacerle entrar en calor. Pensamos que lo sucedido podría impedir la llegada a la meta, ya que no era posible dejarlos abandonados en ese estado.
 

Después de un momento que nos pareció interminable comenzaron a tener sensibilidad en los pies. Continuamos la marcha, los abultados abrigos nos hacían parecer seres de otro planeta. Nuestro objetivo de buscar los cadáveres siguió en pie, pensando que estarían cerca, pero lamentablemente fue negativo; luego de atravesar una pequeña ladera cubierta de hielo, desembocamos en el Portezuelo del Viento, que le hizo honor a su nombre, un viento huracanado procedente del Pacífico, nos azotaba brutalmente. Para disminuir este efecto teníamos que ir con el cuerpo hacia delante; luego de pasar el Peñón Martínez, ya distinguimos claramente cuan próximo estaba nuestra meta, eso nos infundió optimismo y nuevas fuerzas.
 

Expedición al Cerro Aconcagua, 1953

A las 15,00 horas, llegamos a la Canaleta, lugar en donde la pendiente era pronunciada, era acá en donde se requería un gran esfuerzo y cuidado, caminábamos tres pasos y parábamos  para tomar un descanso; el cansancio y el sueño nos trataba de vencer, pero la voluntad y la moral nos hizo continuar. A pocos metros y en momentos que encabezaba el grupo, distinguí a corta distancia un bulto que asemejaba a un cuerpo, continué y realmente comprobé que se trataba de un cadáver. La emoción que experimente en esos momentos fue tan grande, que me quede paralizado unos instantes como petrificados; luego, la reacción fue gritarle a mis compañeros que venían más abajo, el hallazgo que veían mis ojos incrédulos. Según manifestaciones de ellos, esta revelación les había electrizado el cuerpo.
 

Rodeamos todos, el cadáver, comprobando inmediatamente que se trataba del malogrado Jorge Link. Por las características que presentaba su rostro, la muerte se produjo por congelamiento. En sus labios se marcaba una sonrisa, por efectos de la contracción de los músculos maceteros. Fue tan profunda la impresión que nos produjo este hallazgo, que en todos los rostros se dibujaba un dejo de amargura y tristeza.
 

El enmudecimiento de todos, ofrecía un momento de recogimiento, pareciera que agolpara en la mente el recuerdo de los que yacían en la tumba pétrea: Stepanek, Marden, Solari, Freile, el Padre Kastelic, el profesor Walter Schiller, Adriana Bance de Link, el ingeniero Kneidl, que pagaron con sus vidas el querer sentir la satisfacción de vencer a la cima andina.
 

Después de sacar fotografías, continuamos la marcha perseguidos por una niebla intensa que en esos momentos invadió toda la Canaleta. Sin desmayo, continuamos ascendiendo. Ya teníamos cerca la meta tan ansiada; tan cerca que nos parecía alcanzarla con las manos, pero no era así, era una ilusión causada por el entusiasmo. Todavía nos faltan unos 70 metros.
 

En seguida divisamos otro cuerpo, unos 50 metros más arriba, llegamos a él y comprobamos con honda amargura, que se trataba del cadáver de la señora de Link (recordemos que todo el mundo creía que Adriana era la esposa de Link, solo era su compañera que convivía, la verdadera esposa y su hija se encontraban en Alemania); unos metros más arriba se encontraron las piquetas de los dos infortunados andinistas. Documentamos este nuevo hallazgo con fotografías.
 

Continuamos la marcha; el corazón nos golpeaba enormemente; jadeantes y con la respiración entrecortada, avanzamos paso a paso. ¡Llegamos al fin! a las 19,00 horas del día 25 de febrero. El grito de ¡Viva la Patria! Se expandió en eco hacia los rincones del cordón montañoso y la alegría y el sollozo, se confundió, como también nosotros en unos cuantos abrazos, habíamos logrado la tan ansiada cima, luego de tantos sacrificios, no hicieron falta palabras, nuestras miradas lo decían todo; luego dejamos que nuestros ojos se llenaran de la majestuosidad y la grandiosidad indescriptible de la belleza panorámica.
 

Retiramos los objetos y libro de cumbre, que se encontraba en un mojón de piedra, comprobando por las firmas del libro, que los andinistas Adriana Bance, Jorge Link e ingeniero Kneidl, habían cumplido exitosamente la difícil empresa con las desgraciadas consecuencias conocidas.Nuestra hipótesis respecto a lo acontecido a la trágica expedición Link, fue la siguiente: una vez que coronaron la cumbre, en la desesperación por descender, ya que no cabe duda que sobre ellos se cernía un furiosos temporal, en esos momentos cruciales y con la rapidez del descenso, ella fatalmente, resbaló en alguna piedra cubierta con nieve y rodó cayendo de espalda. Se golpeó horriblemente la cabeza, por cuyo motivo su muerte se tiene que haber producido instantáneamente. Su rostro no presentaba características de haber fallecido por congelamiento.

Jorge Link, a comprobar  la enorme e irreparable pérdida de su compañera, le cubrió piadosamente la cabeza con el pasamontañas y continuó el descenso en medio del torbellino de nieve y viento. Quebrantada su moral y agotado físicamente, se detuvo a descansar, quedándose dormido para siempre. La tempestad inexorablemente tendió sus tentáculos, arrebatándoles la vida a los bravos andinistas y como único sudario tuvo el manto blanco de la inmaculada nieve.
 

Después de testificar nuestra llegada con varias fotografías y retirar los elementos dejados por anteriores expediciones, procedimos a firmar el libro de cumbre, dejamos nuestras tarjetas personales, un banderín de la Inspección de Tropas de Montaña, otro de la Agrupación de Montaña Cuyo, firmado por el señor Comandante de Agrupación, una nota de despedida del señor Inspector de Tropas de Montaña y banderines representando a distintas unidades del Ejército Argentino e Instituciones deportivas.
 

Emprendimos el regreso a las 19,30 horas, no siendo posible rescatar los cadáveres debido al agotamiento físico y no disponer de elementos especiales para esa tarea; por otra parte, una amenazante temporal se nos venía encima.
 

Salimos de la Canaleta, aproximadamente a las 21,30 horas, envuelto en un manto nocturnal. Por la obscuridad reinante, no pudimos localizar el campamento de los 6.700 metros, por lo que decidimos continuar directamente hacia Plaza de Mulas, llegando el 26 a las 08,30 horas. A las 10,00 horas de ese mismo día, llegó a este lugar el señor Inspector de Tropas de Montaña, después de haber efectuado una larga jornada a lomo de mula, para enterarse de nuestras necesidades y del estado sanitario de la expedición.
 

Al día siguiente regresamos a Puente del Inca con la satisfacción de haber cumplido como soldados, dando por terminada la segunda expedición militar argentina, que además coronaba la cima.
 

Expedición al Cerro Aconcagua, 1953

También el propio Huerta, años después, nos comentaba: Bueno siguiendo con el relato de la expedición de Link, que había muerto junto a su esposa, en esta ascensión también había participado Bertone; él me comentó en su oportunidad, que los Link habían salido con temporal hacia arriba y que sin lugar a dudas les había maltratado sus físico, y había sido también el motivo por cual habían perdido la vida, junto al profesor Schiller y el ingeniero Kneidl; nosotros los encontramos en el año 1945, cuando integrando las patrullas de rescate, llegamos a ubicar a la pareja Link; en esa oportunidad éramos seis los participantes, entre ellos nuevamente se juntaban, Martínez y Páez, que fueron los que estuvieron en la primera expedición junto conmigo y otros civiles, Ruiz Beramendi, que fue el médico de la primera expedición al Himalaya y Tibor Sekelj, y Maure, un suboficial de Gendarmería Nacional, que había llegado al grado de sargento en el Ejército y luego incorporado a las filas de Gendarmería Nacional.
 

Cien metros antes de llegar a la cima del Aconcagua, encontramos a Link y cincuenta metros más arriba a su compañera Adriana Bance, le cubría la cara su  pasamontañas, que seguramente se lo había dado vuelta su compañero al verla que no podía ayudarle a bajar, sabe Dios que pensamientos surgieron en esos momentos de angustia e impotencia! Sabe Dios, cuanta amargura y dolor acompañaron a ese hombre que dejaba, abandonaba a su compañera de tantas salidas y momentos vividos, su piqueta yacía a su lado como vigilante, en el acero del pico de la misma tenía gravado su nombre y al lado del cuerpo también se encontraba las antiparras de Link, como testimonio de su asistencia a su amada compañera, el ingeniero Kneidl, no lo encontramos posiblemente se encontraba más abajo, quizás en el inmenso Gran Acarreo.
 

Pensábamos que Link era el más débil por haber perdido todos sus dedos de los miembros inferiores, también suponemos que iba cerrando la columna, al ver caer a su compañera, acto que presumimos ha sido realizado de este modo, por la forma en que se encuentra los restos de los distintos participantes.
 

En consideración al alto espíritu de empresa, tenacidad, abnegación y sacrificio, de que dieran prueba todos los integrantes de la expedición de Emiliano Huerta y de Valentín Julián Ugarte, el Ministro de Guerra, coronel Juan Domingo Perón, dictó la resolución aparecida en el Boletín Militar Publico de Ejercito número 420, de fecha 14 de marzo de 1945, que expresaba: El Ministro de Guerra, resuelve:

1. Felicitar a la Inspección de Tropas de Montaña, por su eficiente preparación de la empresa.

2. Felicitar, con mención especial, por haber vencido en la empresa de escalar la cumbre del cerro Aconcagua y descubrir los cadáveres de los andinistas Juan Jorge Link, Adriana Bance de Link, perdidos el año próximo pasado, demostrando ejemplar espíritu, tenacidad, carácter y subordinación, al jefe de la expedición Teniente Primero don Emiliano Huerta, de la Escuela de Tropas de Montaña y a los integrantes de la misma, Sargento Ayudante Demecio Roberto Páez, de la Inspección de Tropas de Montaña; Sargento Primero Jorge Aníbal Martínez, del 6to Batallón de Zapadores Motorizado; Ayudante de Primera Oscar Maure, de la Gendarmería Nacional; y señores Antonio Ruiz, del Club Andino Bariloche y Tibor Sekelj.

3. Otorgar por Merito extraordinario con carácter permanente, el distintivo de la especialidad de montaña, cóndor dorado, al Teniente don Emiliano Huerta, al Sargento Ayudante Demecio Roberto Páez, al Sargento Primero Jorge Aníbal Martínez y al Ayudante de Primera de la Gendarmería Nacional Oscar Maure. Los mencionados distintivos, que serán entregados por el Ministerio de Guerra a excepción del correspondiente al Teniente Primero Huerta, a quien el excelentísimo Presidente de la Nación ha resuelto otorgar un cóndor de oro, llevarán en el reverso una leyenda alusiva.

4. Felicitar por su comportamiento en difíciles circunstancias, que pusieron en peligro su vida y sometieron a dura prueba su temple de soldados, dando ejemplo de valor y carácter ante sus subordinados y camaradas, al Teniente Primero don Valentín Julián Ugarte, Teniente Primero Cirujano don Roger Eleazar Zaldívar, Teniente don Orlando Hugo Yansen, Subtenientes Ignacio Rodolfo Adriano Nazar y don Jorge Roberto Guillermo González Naya, del Regimiento de Infantería de Montaña 16 y don Eduardo Miguel Arancet, del Grupo de Artillería de Montaña 1; Sargento Primero Antonio Ángel Saligari, del Regimiento de Infantería de Montaña 16; Sargento Samuel Carduner, del Grupo de Artillería de Montaña 1; Sargento Enfermero Osvaldo Cesar González, del Regimiento de Infantería de Montaña 16; Cabo Primero Julio Cesar Álvarez, (actualmente, del escalafón de Aeronáutica); Cabos Aldo Budassi, de la Primera Compañía de Comunicaciones del Batallón de Comunicaciones Motorizado 8 y Enrique Lúquez (actualmente, del escalafón de Aeronáutica); Cabo de Reserva Ademar Eduardo Braconi y Cabo conscripto Pablo Yáñez, del Regimiento de Infantería de Montaña 16.

5. Otorgar, como estímulo especial por las heridas sufridas, el distintivo de especialización de montaña, con carácter permanente, cóndor plateado, al Subteniente Ignacio Rodolfo Adriano Nazar y al Sargento Julio César Cernuda. El mencionado distintivo será entregado por el Ministro de Guerra y llevará en su reverso una leyenda alusiva.

6. Felicitar al Sargento Julio César Cernuda, del Regimiento de Infantería de Montaña 21, integrante de la comisión del Teniente Primero Huerta, por el esfuerzo realizado para alcanzar los seis mil cuatrocientos metros de altura.

7. Felicitar por la disciplina observada, durante una marcha difícil en medio de un intenso temporal reinante y con grave riesgo, a los soldados conscriptos clase 1923: Esteban Torres, Andrés Inocente Galetto, Pedro Hipólito romero, Buenaventura Ramón Massa, Ramón Darmindo Pereyra, Carlos Marciano Arias, Tomás Sosa Villanueva y Anacleto Mercau, del Regimiento de Infantería de Montaña 16, integrantes de la comisión del Teniente Primero Huerta.

8. Otorgar una medalla de Plata que llevará en su anverso la figura del cóndor del distintivo de la especialización de montaña y en su reverso una leyenda alusiva, a los soldados conscriptos nombrados en el número precedente.

La entrega de los premios acordados por la presente resolución se efectuó en el local del Comando de la Primera División del ejército, el día 27 de marzo de 1945, en ceremonia pública a la que concurrieron las altas autoridades nacionales y del ejército, el señor Inspector de Tropas de Montaña, y delegaciones de oficiales, suboficiales y soldados de las unidades de la Capital y alrededores.

Expedición al Cerro Aconcagua, 1953


El Tupungato

Con la desaparición del andinista Pablo Franke, en el volcán Tupungato, socio del CAM, y sin datos de qué había pasado, provocó en muchos de sus conocidos, el deseo de buscar las huellas e indicios de su desaparición. Fue así que un grupo de entusiastas especialistas, preparó, ejecutó y coronó la empresa con mayor de los éxitos, en volumen tal de personas, que fue un récord para el momento.
 

El 8 de enero de 1946, la comisión militar arribó a Punta de Vacas, a cargo del Teniente Primero Emiliano Huerta, con la misión de realizar reconocimientos de la zona de los cerros Tupungato y Polleras y aledaños e intentar además, coronar sus cimas. La misma estuvo integrada por el mencionado oficial como jefe de la misma, el Subteniente Julio Jorge Casimiro Mottet, el Sargento Ayudante Miguel Caffaro, los Sargentos Omar Girard y Omar Fiori, el Cabo Primero Felipe Godoy, los Cabos Cesar Echegaray, Omildo Vera, Baldomero González, Orlando Araujo, Odilio García, aspirante Antonio Gaune y Eduardo González, soldados Antonio Martínez, Cecilio Cortez y Mario Lamilio y los señores Damasio Beiza y José Parra. Desde el refugio Militar de Punta de Vacas, salió la comisión para realizar el primer alto de la marcha, en el Refugio Las Taguas, de la Dirección General de Irrigación, en la confluencia del río Tupungato con el río Plomo.
 

En espera del arribo de algunos integrantes de la comisión, Huerta, decidió realizar la ascensión al cerro Polleras. Al día siguiente, Huerta, partió con el Sargento Girard, el Cabo Primero Felipe Godoy y el arriero Beiza y se internó en la quebrada de Las Toscas, a lomo de mula, alcanzaron a las 16,00 horas, los 4.500 metros, en el Valle Llumbote. Mientras el arriero Beiza, regresó con los mulares al valle Toscas, los militares, con sus pesadas mochilas, ascendieron al pie del gran ventisquero número 4 del Polleras, en la ladera occidental del cerro donde instalaron el campamento, a los 5.000 metros SNM., aproximadamente.
 

Dejaron la carga y a las 12,00 horas, habían alcanzado los 5.300 metros; cruzaron todo el glaciar y se dirigieron hacia la cumbre principal. A las 17,00 horas, habían alcanzado los 5.800 metros. Mientras tallaba los escalones sobre el hielo, el hombre de punta, el Cabo Primero Godoy, que caminaba afirmándose en su piqueta, hizo un mal movimiento, se le quebró el mango de la misma resbalando casi 80 metros pendiente abajo. Algo golpeado pero con dolores, se levantó y  Huerta, ante esta situación y viendo que no se encontraba en las mejores condiciones le ordeno regresar siguiendo las huellas de subida trazadas sobre la nieve y la senda.
 

Huerta y Girard, prosiguieron el ascenso; una hora después, comenzó a correr un fuerte viento, que los hizo regresar al campamento instalado a los 5.000 metros. Al arribo, siendo las 23,30 horas, descubrieron que Godoy, no se encontraba en la carpa.
 

Salieron del campamento gritando hacia los cuatro vientos, pero no hubo repuesta. Ante esta situación desesperada por la pérdida del compañero de cordada, retomaron el ascenso llegando al lugar donde habían alcanzado durante el día, revisando palmo a palmo el terreno; a las 04,00 horas del 17 de enero, Huerta descubrió una huella que se apartaba de la senda seguida por ellos. La siguió y descubrió que terminaba en una profunda grieta, tapada en su parte superior, alumbró aquella profunda grieta y escucho la voz del joven camarada y subalterno, para alegría de los tres.
 

El escenario no podía ser peor, Godoy, se encontraba en un débil puente de hielo, con un profundo abismo que se prolongaba a sus pies; luego de dos horas de titánica lucha, pudieron sacarlo. A las 08,00 horas, regresaron al campamento, luego de más de 24 horas seguidas de actividad.
 

Días posteriores y ya reunida toda la comitiva, que se habían establecido en el Desmochado, recuperadas las fuerzas de los tres andinistas, la comisión partió hacia el Tupungato, en la madrugada del 23 de enero. Ese mismo día arribaron a la quebrada que conduce directo al cerro, estableciendo el campamento Base.
 

En la cumbre Cerro Polleras (6.235 mts.)

Cerro Tupungato visto desde la cumbre del Cerro Polleras, 1941

El día sucesivo, amaneció con mal tiempo, lo que permitió realizar actividades de mantenimiento. La nevada siguió por la tarde, lo que hizo necesario que el arriero se trasladara con el ganado a un lugar más reparado y abrigado.
 

Al día siguiente, por la tarde se calmó el mal tiempo, lo que les permitió trasladarse al primer campamento de altura. Ante estas perspectivas, los expedicionarios resolvieron intentar la partida al día siguiente, 26 de enero. Muy de madrugada los andinistas se prepararon para la partida y guiados por al baqueano Beiza, se dirigieron a su objetivo.
 

Ante las dificultades de la marcha la columna se fue dividiendo en dos escalones; el primero integrado por Huerta, Mottet, González, Echegaray y Beiza, lograron sortear los pasos difíciles y llegar a los 5.800 metros por la vertiente Norte. Mientras que Beiza, a las 11,30 horas, regresaba con los mulares, los cuatro arremetían con pasos seguros llegando a los paredones de piedra que dan hacia el Noroeste.
 

Luego de alcanzar tres alturas sucesivas se arribó a la verdadera cumbre a las 20,00 horas, donde hallaron la piqueta y la tarjeta de Carlos Piderit y una bandera del país trasandino y donde se estrecharon en un fuerte abrazo, dando vivas a la Patria.
 

La tarde les dio tiempo suficiente para admirar el panorama hacia todos los paisajes del entorno; luego de firmar el libro de cumbre y recoger algunos otros trofeos, realizaron el descenso, siendo pronto cubierto por el manto nocturno. El regreso fue lento e inseguro por la mezcla de oscuridad, cansancio y dificultades que presentaba el terreno, pero con la idea fija que cualquier detención por las bajísimas temperaturas serían preso de un  congelamiento seguro.
 

Con el inicio de las primeras luces y casi extenuados por tan larga y penosa marcha, arribaron al campamento de altura. Desde donde comenzó la marcha ese misma mañana, el segundo escalón, a cargo del Sargento Ayudante Cáffaro, los Sargentos Fiori, Girard y el Cabo Primero Godoy, siguiendo la misma huellas e indicaciones precisas dadas por Huerta, llegando ese día 27 de enero de 1946, a coronar la cima a las 21,00 horas; allí retiraron los comprobantes dejados por la cordada anterior, la piqueta que había dejado Mottet, e incluso un banderín de la escuela de Tropas de Montaña, que por equivocación retiró Cáffaro, el cual, fuera entregado al jefe de la expedición en una formación especial de despedida por el director de dicha Escuela, el entonces Teniente Coronel José Alejandro Falconier, para que fuera dejado en la cumbre, pero por error fue traído de vuelta por el segundo escalón. Esto dio motivo para hubiese una tercera ascensión integrada por Mottet y los Cabos Vera y Araujo, que partieron días después, para restituir el banderín en la cima.
 

Esta tercera expedición de la misma comisión se realizó en forma combinada y sincronizada con el ascenso al cerro Polleras.
 

En esta última, estaba conducida por Huerta, mientras que la tercera al Tupungato, fue conducida por el Subteniente mendocino Julio Jorge Casimiro Mottet.
 

El 5 de febrero de 1946, con solo una hora de diferencia ambas comisiones arribaron a ambas cumbres; Huerta al Polleras a las 17,00 horas, mientras que Mottet, a las 18,00 horas. Esta vez, Mottet, aprovechando la luz del día, le permitió registrar y deshaciendo el monolito de la cima, encontró una caja de cartón conteniendo una bandera argentina depositada por la señora Lance, una francesa depositada por Carlos Anselmi y una perteneciente al Club Atlético de Aviación Origone de Villa Mercedes, San Luis, junto a un cilindro de aluminio de rollos fotográficos, con las tarjetas de los tres, Williams (o Guillermo) Lance Ortíz, la señora Nydia de la Canal de Lance y Carlos Anselmi, depositados el 21 de febrero de 1937.
 

Estos trofeos estaban colocados en las piedras del hito, de tal manera que no fueron encontrados por el andinista chileno Piderit, en el año 1938. Mientras que Huerta, junto con José Parra y el Cabo Baldomero González, hicieron lo propio en el cerro Polleras; esta ascensión fue penosa, porque debieron realizarlo en un terreno de mayores dificultades técnicas de hielo y mixto.
 

En la cumbre encontraron, el 05 de febrero de 1946, un mojón de piedras, con un tarro cilíndrico fuertemente oxidado, dejado por el doctor Federico Reichert, el 05 de febrero de 1908, es decir, 38 años antes, coincidiendo incluso el horario de arribo a la cumbre de las dos cordadas. Con estos éxitos finalizaba la expedición militar a ambos cerros. Pero cabe destacar que este último testimonio fue bajado por otra expedición en la década de los noventa, por otra expedición.

Emiliano Huerta y Mario Bertone en la puerta de Ezeiza para la partida a la Expedición al Himalaya, Dhaulagiri


Los años 1946 y 1947

Nuevamente, en el período invernal de 1946, se constituyó en profesor en el curso de esquí para oficiales y  suboficiales de la Escuela de tropas de Montaña, realizado en Puente del Inca. Realizó una serie de reconocimientos en la zona cordillerana comprendida entre los ríos Tupungato y Plomo. Fue además, jefe de la patrulla de rescate de la expedición del Teniente Primero Fortunato Castro, al cerro Aconcagua, llevando la misma a feliz término.
 

En el año 1947, realizó reconocimientos en la zona cordillerana comprendida entre los pasos del portillo Argentino y el Piuquenes, realizando ascensiones menores en las alturas aledañas a los mismos; y fue profesor en el curso de esquí para oficiales y  suboficiales del Destacamento de Montaña 8vo, en la zona del portillo Argentino, Mendoza.

Entre los años 1848 y 1951, interrumpió sus actividades de montaña, por estar cursando la Escuela Superior de Guerra.

Ing. Mario Bertone y Emiliano Huerta, partida a la Expedición al Himalaya, Dhaulagiri


Los hielos patagónicos

Respecto al cruce de los Hielos Continentales Patagónicos: De esta forma se realizaba con una gran aventura y exploración de nuestro territorio, dando una gran victoria a esta hazaña dura, complicada e innovadora.
 

A su regreso, además de los festejos propios, y los halagos de la prensa, fueron recibidos por las distintas autoridades militares y el presidente de la Nación quien, visto los resultados de la Expedición Científica Argentina al Hielo Continental y considerando que era necesario continuar asegurando el conocimiento de una región en ese momento casi inexplorada dentro del territorio Nacional, se creó mediante Decreto Presidencial número 10.348, del 23 de mayo de 1952, el Instituto del Hielo Continental.

Y el Presidente de la Nación, General Juan Domingo Perón, les expresó a los integrantes de la patrulla que acababan de realizar el cruce: Yo creo que ese esfuerzo extraordinario realizado por todos ustedes, que ha tenido la utilidad de haber conocido y explorado estas regiones, es la iniciación de una acción que debe ser permanente en esa zona. Hay todavía muchas cosas que estudiar y que conocer. Yo les pido a los señores que permanezcan ligados a nosotros; que cuando organicen esto en el futuro no lo hagan confiados sólo en los medios que ustedes disponen, como ha sido esta vez, sino que nos pongamos todos a trabajar, con estas palabras los recibió en el Salón Blanco de la Casa  de Gobierno, el 6 de mayo de 1952.

Expedición al Himalaya, Dhaulagiri

Mario Bertone con Emiliano Huerta. Foto: Colección Mario Bertone


El Aconcagua en invierno

En el crudo invierno de 1953, conformó el grupo que lo acompañó para el intento de coronar la cima del Coloso de América, ellos fueron: como jefe de expedición el entonces mayor de arma de ingeniero Emiliano Huerta, los secundaban en la cordada el Sargento Ayudante Baqueano Nicolás Belindo Avila, el Sargento Ayudante Felipe Alejandro Godoy, el Sargento Ayudante Jorge Aníbal Martínez, el Suboficial Mayor de Gendarmería Nacional Oscar Maure, el Sargento Humberto Santiago Vasalla, los Sargentos Fernando Her y Rodolfo Ramos, que atendieron las comunicaciones, el señor Mario Bertone y el Sargento Ayudante Víctor Soler, encargado de las comunicaciones entre Mendoza, Puente del Inca y Plaza de Mulas. La expedición llevó el nombre de Expedición Invernal al Cerro Aconcagua General Don José de San Martín, año 1953.
 

El 10 de julio, se reunieron en Mendoza los integrantes y el 16 de julio, salieron los primeros, es decir, el escalón adelantado hacia Puente del Inca. El 18 de julio, todos se encontraron en la Compañía de Esquiadores, en esta unidad se encontraba el entonces Teniente Coronel Eduardo Mauricio Aguirre, a cargo de un curso de esquí, quien se puso a disposición de estos camaradas que intentarían darle una gloria al andinismo nacional. Al día siguiente, el día 19 de julio, treinta esquiadores del curso llevaron las cargas hasta Confluencia, campamento que obró como depósito de víveres.
 

La columna de la expedición se desplazó hacia el lugar acordado y en la quebrada del Durazno, se encontraron con otra expedición, eran los italianos que estaban intentando la misma aventura; con ellos, se encontraron en la inmediaciones del punto final del día, Confluencia.
 

La expedición italiana, guiada por  Benvenutti, se alejó  para iniciar su intento al Coloso; los nuestros, una vez que depositaron las cargas, regresaron a Puente del Inca.
 

El día 20 de julio, llegó un tren con los últimos integrantes, que ya reunidos todos, esperaron unos de días en Puente del Inca, para iniciar la adaptación necesaria a la altura e iniciar sus  desplazamiento, esperando además que el tiempo mejorara.
 

El 28 de julio al mediodía, el cielo se despejó parcialmente y salió el sol. El Mayor Huerta, ordenó la salida a Confluencia, con cargas de víveres y material de comunicaciones para ir comprobando sus capacidades, cuando se estaban encolumnando para el regreso, distinguieron a lo lejos un grupo conformado por tres integrantes del grupo Benvenutti, los mismos se desplazaban en esquí hacia donde se encontraban reunidos, ellos lo esperaron para saber que ha sido de su suerte y esperanzados que no hayan logrado su objetivo.
 

Y fue así como se les que cumplió su deseo, el grupo había alcanzado luego de diez días de temporal y mal tiempo, los 6.200 metros de altitud; las inclemencias del clima y del tiempo tan inestable, hicieron que desistieran en forma definitiva su intento y su amargo repliegue, les permitió al grupo de Huerta, tener la esperanza de un futuro logro.
 

El primer gran paso estaba dado, los víveres habían sido llevados y solo quedaba, comenzar el desplazamiento hasta la base y luego, instalar los campamentos de altura; próximo a la salida, todos juntos se desplazaron hacia el Campo Santo, el Cementerio de los Andinistas en donde descansan casi todos los que han dejado sus vidas por amor a la montaña y por su desafío al Coloso; allí, rindieron un sentido homenaje y pidieron que sean ellos sus almas custodios, de lo que a partir del día siguiente realizarían.
 

El primero de agosto de 1953, salió la expedición y fueron despedidos con gran algarabía y deseos de triunfo en la empresa. A la cabeza marcha Huerta, lo seguían Ávila, Godoy, Vasalla, Ramos, Maure y Martínez, todos encorvados por las cargas de sus pesadas mochila. Al alcanzar las proximidades de la Laguna de Horcones, hay una gran sorpresa y alegría, al mando del General Pujato, y formados con vista a la derecha, están todos los integrantes del curso Preantártico, que se encontraban realizando un período de entrenamiento y rindiendo honores a los hombres que marchaban y el eco de la voz del General que con vitorees por ellos, exclamando: Por los que van a vencer al Aconcagua, y al unísono todos contestaron Viva, viva, viva… la emoción invadió a los andinistas y replicó el Mayor Huerta: Por los vencerán en la Antártida… y los integrantes de la expedición  contestaron también los vitorees.
 

Entre los días 2 al 4 de agosto, se encargaron de realizar los desplazamiento hasta Piedra Grande y acondicionaron el lugar, instalando una carpa y depósitos de víveres; luego, por dos días consecutivos un temporal los inmovilizó, partiendo parte del grupo hacia Puente del Inca en busca de más material, especialmente víveres, necesarios para el largo tramo hasta la tan ansiada cumbre.
 

El 8 de agosto, regresaron, el Viejo Ávila, como le llamaba con cariño, Huerta, cargado  y acompañado por un grupo de cursantes, y también, Mario Bertone, que se había quedado para escalonar los envíos; explicaba Emiliano Huerta: Nos produjo un entusiasmo y alegría al verlos tan cargados y  destilando energía y esperanzas, especialmente eso contagio a todo el grupo, que tras varios días de mal tiempo, nos inyectaban las fuerzas necesarias para seguir adelante con el proyecto, esa noche se quedaron pues siguió el temporal, al otro día, visitantes y caseros emprendimos juntos el traslado hasta Piedra Grande con toda una gran cantidad de pertrechos que nos iban hacer falta para el asalto final y los campamentos intermedios; fue una gran ayuda pues si lo hubiésemos tenido que realizar nosotros solos, nos hubiera llevados varios días, con el consecuente desgaste, lo que en una de esas podría haber puesto en peligro el posterior triunfo. Ávila, marchó con una mochila enorme, fue una nota alegre, además de la carga que soportaban sus piernas de acero, colgaban de la mochila una multitud de cosas, parecía un arbolito de Navidad, pero su instinto de baqueano y de hombre de los cerros, le decía que debía ser precavido; llevaba todo lo que podía necesitar, y más, su pucho apagado en la comisura de sus labios, a este superdotado, trabajador incansable, silencioso y abnegado, se le debió gran parte de la empresa.
 

Para llevar las cargas a Plaza de Mulas, quedaron instalados en el campamento número 2, Martínez, Godoy, Ramos y yo, el resto con los voluntarios regresaron a Confluencia.
 

Entre los días 11 al 14 de agosto, se aprovisionaron los campamentos y nos reunimos en Plaza de Mulas, Campamento Base de Operaciones.
 

Expedición al Himalaya, Dhaulagiri

El día 15 de agosto, el tiempo mejoró y junto a Vasalla y Martínez, salimos hacia Nido de Cóndores con la intención de instalar el campamento de altura, armamos dos carpas, hicimos de comer y nos metimos en las mismas, el tiempo mostró sus garras y comenzó a escarchillar densamente. A las 20 horas, el termómetro bajó los 29 grados bajo cero y el viento blanco aullaba furiosamente, pero nuestras carpas soportaron bastante bien los embates del viento. Ya dentro de nuestra carpa, Martínez, angustiado nos trasmitió la triste noticia de que no tiene sensibilidad en sus pies, que no respondía ni a los pellizcos, ni al tacto, que se da. Les practicamos enérgicos y continuos masajes, turnándonos, y le dimos unos comprimidos anticongelantes, que en realidad son vaso dilatadores, la noche se prolongó, se hizo interminable, nosotros en vigilia permanente; comenzó un estado febril en Martínez y al día siguiente, bajamos a Plaza de Mulas, el objetivo lo habíamos cumplido, llevar las cargas con combustible y víveres.
El 18 de agosto, inició el día con temporal, después nos enteramos que se produjo en toda la cordillera mendocina; fueron los temporales más intensos y terribles que yo había tenido noticia y que no se conocían desde hacía más de cincuenta años, produciéndose tragedias a lo largo de toda la cordillera; recién el día 23 de agosto, nos podemos comunicar con Soler, que se mantuvo atento en Mendoza con nuestros movimientos y llevó tranquilidad a nuestras familias y camaradas. Por nuestra parte, nos enteramos de las tragedias de Las Leñas y las Cuevas.
 

El 24 de agosto, al mediodía el temporal se calmó y salieron un grupo hacia Puente de Inca acompañando al Sargento Ayudante Jorge Aníbal Martínez, que iba rumiando su mala suerte, los congelamientos han sellado su destino, nunca más podrá intentar e incursionar por esas alturas a las que tanto amó y dedicó su tiempo y sabía además, que ha pagado muy caro el cariño por ellas.
 

Sí querido Martínez, muy caro pagaste tu amor a las montañas, pero tu nombre sobrevivirá al paso de los siglos, pues el Peñón que lleva tu nombre permanecerá mientras el Señor de las Alturas, mantenga en pie estas montañas.
 

El día 28 de agosto, se realizó un intento a la cima, pero el cerro arrojó todas sus armas contra los intrusos desvalidos, que volvieron acongojados a refugiarse en Plazas de Mulas, a la dulce espera.
 

La gran preocupación que se venía vislumbrado desde hace días hace crisis en el momento más necesario e inoportuno, falta combustible, solo queda 2 litros de alcohol. Entonces decidió Huerta que debían quedarse solamente  Vasalla, Godoy y él, el resto debía  bajar hasta Puente del Inca, con el propósito de volver con el preciado líquido.
 

El 8 de septiembre, el Servicio Meteorológico Nacional, les trajo nuevas esperanzas, el tiempo irá mejorando en forma paulatina, noticia que los reconfortó, pero mientras tanto afuera rugía el temporal. Huerta, salió del refugio, alejándose hasta el extremo del cable que sostenía  la antena y  en un momento de suprema inspiración espiritual, levantó los brazos hacia el cielo y con voz entrecortada, pero con fe en sus creencias místicas, le grito al gran cerro: Dios Nuestro Señor y Gran Aconcagua, diez días llevamos en tu seno, te hemos demostrado mucho cariño, ten compasión de nosotros, danos aunque sean dos días de paz para acariciar tu cumbre. Luego comentaba: Parecería que Dios y el gigante me hubieran escuchado, en pleno huracán, hay una larga pausa de misterioso silencio; si esa era su repuesta…, e ingresa nuevamente al refugio, con una esperanza en su corazón.
 

El 9 de septiembre, dentro del refugio militar Primera Sección Exploradores Baqueanos, tomábamos unos mates cuando de pronto se levantó Vasalla, ante un ruido de un avión, con tan mala suerte que al ser tan bajo los travesaños del techo casi los levantó del cabezazo que se dio en él, medio aturdido salió del refugio y describió que el avión era de pasajero que pasó por encima de la cima del Coloso, esto me dio la certeza más que nunca que el tiempo mejoraría por al menos unos días; por tal motivo, esa noche ordené preparar las mochilas, para la salida al otro día.
 

Esa noche cenamos abundantemente, le agregamos unas pastillas anticongelantes y vitaminas para afrontar lo que vendría.
 

Amaneció el 10 de septiembre, con poco viento, la temperatura era de 15 grados bajo cero, un temperatura para nosotros normal, ya no nos hacía mella, en nuestro cuero ya acostumbrado, si bien el cielo estaba cubierto las nubes estaban muy altas, lo que nos dio otro indicio que podríamos salir; nos abrigamos concienzudamente, repasamos el equipo y nos deseamos suerte; cerramos el refugio y salimos hacia los campamentos de altura; la intención era llegar hasta Nido de Cóndores y si estábamos bien, seguir hasta el refugio Plantamura; pensamos que la tercera tentativa era la vencida; avanzamos ensimismados en nuestros pensamientos, sigilosos como queriendo sorprender al Centinela de Piedra, los pasos eran firme y parecía que los dos meses que llevábamos no nos hubiera afectado.
 

A las 16 horas, llegamos a Nido de Cóndores, desenterramos las carpas para sacar lo que nos hacia falta y proseguimos la ascensión, acompañados de un cielo nítidamente azul y el sol radiante, que nos infundió nuevos ánimos, que nos dieron ganas de gritar pero sería un derroche de energía; a las 20 horas, estuvimos contemplando desde el último descanso y próximo al refugio, todo el panorama hacia abajo, pero que gran sorpresa no deparó al llegar al Plantamura y al Eva Perón, el primero, había quedado abierto la ventanilla y se había inundado de nieve, la cual, estaba muy dura y había quedado bloqueado la puerta, la había soldado; hicimos esfuerzos sobrehumanos para desbloquearla pero fue inútil…, fuimos al otro, y también se ha producido el mismo problema. Pese a la altura, nuestra desesperación ante esta adversidad se nos ocurrió que sacando la puerta, destornillando las tuercas podíamos lograr sacar la misma y así luego poder limpiarlo; así fue, sacamos los ocho tornillos, y luego de una hora más dejamos en condiciones el refugio, para poder hacer uso del mismo.
 

A las 23 horas y luego de ingerir una buena cantidad de líquidos y alimentos, nos entregamos al sueño; inquietos y con sobresaltos, deseosos que al día siguiente estuviera estrellado como esa noche.
 

Muy de madrugada me asomé a la puerta y vi con silenciosa emoción que el cielo permanecía estrellado y al fijarme en el termómetro que se encontraba afuera, la temperatura llegaba a los 55 grados bajo cero.
 

Empezamos ha acomodar nuestras cosas e hicimos el desayuno, el cual fue abundante ante la posibilidad que no pudiéramos ingerir nada hasta el regreso; colocamos en nuestras mochilas los termos con agua y los testimonios para dejar en la cumbre.
 

Eran las 04,30 horas, cuando salimos del refugio para buscar la tan ansiada cumbre, las linternas nos iluminaron nuestros primeros pasos y al poco andar, se perdió su carga y dejaron de funcionar; pero las estrellas que resplandecían en lo blanco de la nieve nos permitieron seguir acompañados por la euforia de pensar en la victoria. Al llegar al Portezuelo del Viento, las ráfagas llegaron aproximadamente a más de cien kilómetros por hora, esto nos hizo detener y tuvimos que tirarnos por un momento cuerpo tierra y estudiar desde allí  la senda a seguir.
 

Expedición al Himalaya. Coolies con víveres argentinos

Entre los paredones de la cumbre y nuestro portezuelo, el terreno se presentaba limpio de nieve, mientras que la cumbre está totalmente envuelta en una gruesa capa de hielo blanco lechoso, al que el viento había impreso formas especiales parecidas a ramas, hojas y plumas enormes. De los paredones del Norte colgaban colosales carámbanos a semejanza de una inmensa catarata congelada.
 

Avanzaron los duros andinistas; el viento los hizo tambalear con sus violentas ráfagas, el polvo de nieve los asfixiaba, ya que lo recibían de frente; avanzaban jadeantes con la cabeza gacha, las espaldas encorvadas y la cara lívida por el frío, cualquier excusa era buena para tomarse un respiro. Al llegar al Peñón Martínez se enfrentaron a dos huellas que salen hacia la Canaleta, una más marcada y más arriba que la otra, la otra más abajo, tomaron la primera, con tan mala suerte que luego de hacer unos cuantos pasos se dieron cuenta que el terreno era muy flojo  y ya no pudieron volver por cuanto perderían no solo tiempo, sino el poco trayecto que habían realizado, pero había sido un derroche de energía;
 

A las 16,00 horas, entraron en la Canaleta, escapaban del viento pero los esperaba la nieve fresca que los hizo enterrar sus miembros inferiores hasta la rodilla; los cuerpos no daban más, la respiración se hacía jadeante, el corazón golpea el pecho, cada paso era un martirio, los movimientos cada vez más lentos, pero la voluntad los hizo seguir, no cedieron por que en lo recóndito del cerebro había una fuente de energía ancestral que trasmitía rítmicamente sus impulsos a esos músculos agotados y que no debían cesar en su función.
 

Vasalla, había llegado al filo, ya estaba próximo a la cima, pero esperó a sus dos compañeros, Huerta y Godoy; cuando estos llegaron, éste les comunicó que estaba ciego, no podía ver, Huerta, quedó paralizado por la tremenda noticia, miró los ojos de Vasalla y con alivio se dio cuenta que solo era una acumulación de nieve y hielo que se le había formado en las pestañas y luego de sacarle los cristales de hielo, Vasalla grita con alivio un rugido de alegría. Siguieron tambaleantes hacia el tramo final, de repente no hay más que subir y frente a ellos estaba la cruz, símbolo de los creyentes y señal de que habían llegado a la tan ansiada cumbre, a concluir su tan ansiado objetivo.
 

Temblaban de emoción y se confundieron en apretones de manos y abrazos, solo Dios y ellos sabían cuánto les había costado todo y cuánto habían sufrido, son las 18,00 horas, del día 11 de septiembre de 1953, por primera vez se había realizado la invernal en el Coloso, y la primera ascensión invernal a un cerro mayor de seis mil metros en invierno.
 

Todos los sufrimientos físicos y espirituales pasados, se habían esfumados ante la inmensa alegría y emoción de lo que estaban viviendo y que mejor fue dar un agradecimiento a Dios por todo ello. Huerta se arrodilló y lo siguieron los otros dos compañeros, que al unísono pronuncian alabanza a Dios, rezando un Padre Nuestro, una Avemaría y Gloria por lo recibido, esto que solo era permitido a los triunfadores. Fue un regalo que les hizo el gigante a sus amigos, fue un cuadro encantado. El sol que se bañaba en las aguas del Pacífico, llevaba sus últimos rayos de su luz invernal a la cúspide del macizo andino, que iba proyectando las sombras para ocultarse hasta un nuevo día.
 

La embriaguez hizo emborrachar por instantes a los intrépidos que olvidaron la realidad, ante el esquivo sol que va esfumando las silueta y dejando paso a la oscuridad; al volver a la realidad, buscaron el libro de cumbre, pero la nieve traicionera había sepultado bajo su manto los vestigios, ponerse a buscarlo iba ser una ardua tarea, que demandaría mucho tiempo, entonces decidieron dejar los testimonios, envueltos en una bandera de guerra, los que fueron asegurados en los tensores que aseguraba la cruz de la cima; dichos testimonios fueron bajados por el Sargento Ayudante Julio Carranza, el cual, en el mes de diciembre del mismo año, conquistó la cumbre del Coloso.
 

Huerta, describió los pasos que siguieron: Emprendemos el descenso, la luna apareció y luego, se escondió entre las nubes y la oscuridad se hizo casi total. La Canaleta cubierta de nieve parecía un tobogán, por ella bajamos y nos deslizamos hasta el pie de la misma, casi sin esfuerzo. Nos paramos para orientarnos y el cansancio y la sed comenzó a producir los primeros efectos, Vasalla, apoyó sus labios en la piqueta, los cuales, quedaron pegados, su reacción fue inmediata tira de ella y sus pellejos quedaron adheridos, sus maldiciones al viento reconfortaron al menos su interior, ubicamos el Peñón Martínez, el viento nos tomó de costados, por momentos sentía la impresión que todos aquellos inmolados en el cerro nos estaban acompañando; alcanzamos el Filo del Portezuelo del Viento, y cuando bajamos hacia el otro lado, nos protegimos del helado viento, momento oportuno éste para tomarnos un descanso, luego, seguimos más por intuición que por orientación, sacamos las linternas que  nos alumbraron por momentos, cuando volvían a tomar frío se volvían a congelar  y nuevamente, nos quedamos sin luz y con el temor de pasarnos de largo; entonces, decidimos buscar un lugar con reparo para pasar la noche, la consigna fue no dejarnos dormir, esa lucha nos tuvo atentos a todos, pues eran tres noches que habíamos pasado unas pocas horas el primer día y los otros dos, en vela, especialmente ahora que, con los 50 grados bajo cero, nos podríamos pasar al otro mundo sin sentirlo. Así que, contábamos cuentos, recuerdos, anécdotas, fueron los que nos llevó a llenar el tiempo lento, que pareciera no pasar. Pero hacia el Este, apareció el despertar, coloreando el paisaje con sus tonos suaves y rosados, luego naranja, para darle paso al sol, que iluminó y despidió a la mezquina oscuridad que nos había tenido atrapado en un lugar.
 

Cerca de las 10,00 horas, llegamos al refugio, alcanzamos a estirar las bolsas de dormir cuando ya estamos durmiendo, quizás soñando con lo que habíamos vivido; nos despertamos casi al medio día, hicimos agua, desayunamos, acomodamos nuestra cosas, seleccionamos aquellas que dejaríamos en el refugio, raciones, combustible y medicamentos, el resto lo ubicamos en nuestras mochilas y a las 15,00 horas, cerramos el refugio e iniciamos el repliegue.
 

En Cambio de Pendiente nos agarró un viento helado de frente, pero seguimos saboreando nuestro triunfo a pesar de los 20 grados bajo cero, que acariciaba nuestros debilitados cuerpos; en uno de esos altos breves que hacemos Godoy, revolviendo su mochila encontró una naranja y como buen compañero, equitativamente la dividió, la consumimos y no tardó mucho tiempo en hacer efecto, vómitos y deshidratación, fue el resultado de esa famosa naranja. A partir de ese momento quedó para el recuerdo la famosa “naranja de Godoy”. De noche y acompañados del temporal, llegamos al refugio, encendimos la radio y la música nos imprimió energías y nos hizo olvidar las últimas penurias pasadas. Había quedado atrás la puna, el frío, las tormentas, los dolores físicos y el prolongado encierro sin nuestras familias.
 

La cocina a alcohol comenzó a funcionar y a calentar un poco el helado ambiente del refugio de Plaza de Mulas, nuevamente, nos alimentamos y pasamos al descanso acompañados por nuestros recuerdos y proyectos silenciosos hasta el otro día, que seguro alguno sería convertido en realidad de los sueños de la noche. El día 13 de agosto, amaneció con temporal que se extendió en toda la cordillera, el radiotransmisor no funcionaba y nos comenzó a desesperar el tener que estar mucho tiempo parados sin poder avisar de nuestra tarea concluida con éxito, antes del 21 de septiembre, dado que finalizaba el invierno y si llegamos después, podían dudar de nuestro triunfo, así que dispusimos que al otro día sea como fuere, nos replegaríamos hacia Puente del Inca. El día 14 de septiembre, dejamos el refugio, nos acariciaban los copos de nieve, de la tormenta que como despedida nos brindó el gigante, la temperatura bajó los 25 grados bajo cero, las mochilas estaban pesadas pero cuesta abajo no las sentíamos; bajamos por el mismo cause del río Horcones, pues esta cubierto  de nieve y congelado su preciado líquido.
 

En el campamento de Piedra Grande, vimos movimiento de un grupo de gente, no podían ser otros que los nuestros que habían bajado en busca de más provisiones; nuestro encuentro fue emocionante, abrazos, lágrimas y gritos de alegría fueron nuestra comunicación, que lo dijo todo, hemos cumplido con nuestro objetivo, al tendernos los brazos silenciosamente, soy presa de una angustiosa emoción, desde el fondo de mi ser subió un sollozo indescriptible y me abrace con Mario Bertone, llorando, lo hago también con Ávila y con los demás, Ramos, Maure, Her; era casi el mediodía y el “Viejo” Ávila, se puso a cocinar unos bifes a la criolla, luego de casi 40 días sin probar este manjar, y por supuesto, acompañados con un vino patero, ¡que  banquete! Hasta nos sorprendieron con un brindis final luego del almuerzo, con coñac, ¿qué habríamos hecho los unos sin los otros?
 

En el campamento había fuego, calor y cientos de preguntas que se entrecruzaban, para revivir lo pasado. Luego de todo esto, dispongo que los que venían marchando de Inca debían bajar los pertrechos dejados en Plaza de Mulas y en campamentos de altura, mientras nosotros, emprendimos el regreso con esquís; la marcha se nos facilitó mucho, pues el viento nos fue empujando con fuerza desde atrás, cuando alcanzamos Confluencia a las 17,00 horas, el temporal se lanzó con todo, lo que produjo que nuestra visibilidad fuera casi nula, la noche nos sorprendió casi al llegar a la Laguna de Horcones, a partir de allí la zona se volvió muy peligrosa por los aludes que habían caído o estaban por caer; pero comenzamos a ver la luces de Puente del Inca; a las 21,00 horas arribamos a la Compañía, la nieve nos había transformado en espectrales imágenes, tambaleantes ingresamos al casino de oficiales en donde tres comensales se sorprendieron al vernos hasta que se dieron cuenta que eran nosotros y se abalanzaron hacia nosotros con gritos de entusiasmo y alegría, con vos entrecortada los entero de nuestras tareas.
 

Nuestra ascensión que logramos coronar denominada: General don José de San Martín, había finalizado con gloria para ejemplo de las generaciones venideras de montañeses. 
 

Por esta hazaña, histórica para nuestro país y el Ejército argentino, se le otorgó la Medalla de Oro del Ejército Argentino.

A fines de diciembre de 1953, fue nombrado Jefe de la Sección Antártica del Comando en Jefe del Ejército, para organizar los relevos de los destacamentos antárticos, a enviarse en los años 1954 y 1955, como así también, la alimentación, equipos y materiales, instrumentales diversos, etc., con destino a los mismos.

Expedición al Himalaya. Coolies con víveres argentinos


El Himalaya

Bien fresco todavía estaba el regreso de la Primera Expedición Argentina al Himalaya, acompañada por el dolor de todo un país por la pérdida de su jede de expedición, cuando en el año 1955, se conformó la Segunda Expedición Argentina al Himalaya, denominada Teniente Primero

Francisco Ibáñez, en honor del cóndor caído, mientras que esta última expedición llevaba como jefe, al Teniente Coronel Emiliano Huerta.
 

Sobre esta expedición se transcribe el informe que diera su jefe al regreso de la misma, nos decía: El programa de la Segunda Expedición Argentina al Himalaya fue realizar la misma en dos etapas. La primera, comprendió la instalación del Campamento Base a 4.500 metros SNM., y transportar a 5.500 metros, aproximadamente, todas las cargas, que posteriormente servirían para instalar los seis campamentos de altura (carpas, víveres, vestuarios, equipos, medicamentos, etc.), debiendo ser ejecutado en el mes de octubre de 1955. La segunda etapa, se debía ejecutar entre los meses de marzo a junio de 1956, comprendiendo la instalación de seis campamento de altura y el asalto a la cumbre.
 

Esta planificación de la expedición en dos etapas se fundamentaba en las características propias del microclima del Dhaulagiri, según datos que proporcionó el famoso explorador e himalayista Roth, que decía: “El Dhaulagiri, es el peor lugar del Himalaya, en lo que a tormentas se refiere”. Los meses de abril a mayo, son los más propicios para intentar el asalto a la cumbre, pero desgraciadamente, en el Dhaulagiri, casi todos los días nevaban, en la tarde y parte de la noche, dificultando los transportes, la instalación de los campamentos y con más razón, los asaltos propiamente dichos. La ejecución correcta y completa de la primera parte, hubiese podido permitir ganar un mes de tiempo, para dejar un mes de tiempo exclusivamente para los asaltos a la cima, en la época propicia de abril a mediados de mayo de 1956, impidiendo el desgaste físico de los hombres en el transporte de cargas en dicha época. La bondad de esta idea quedó demostrada por la reciente victoria japonesa sobre el Manaslú. Los japoneses habían fracasado en el intento en varias oportunidades y llegaron a elegir el mismo procedimiento que el nuestro. Fue así que en octubre y noviembre de 1955, instalaron varios campamentos bajos, llegando a las máximas alturas posibles con las cargas a emplear en la época más propicia. Mientras que de marzo a mayo de 1956, regresaron y vencieron definitivamente a su cerro, subiendo a la cumbre en varias oportunidades y en poco tiempo.
 

Por desdicha, varias circunstancias impidieron a nuestra expedición ejecutar la primera parte del proyecto y contribuyeron posteriormente a impedir una victoria nuestra sobre el Dhaulagiri, ellas fueron:

- La Indian Airlines Corporation se había quedado comprometida en enviarnos aviones para realizar el transporte de Bhairawa (Nepal) a Pokhara (Nepal), en los primeros días del mes de octubre de 1955, pero lamentablemente, los envió entre el 12 y 13 de octubre, haciéndonos perder casi dos semanas.

- En momentos que la expedición se aprestaba para iniciar la marcha hacia el Dhaulagiri, llegó un telegrama de las nuevas autoridades de la Confederación Argentina de Deportes, en el cual, nos ordenaba la suspensión de todos los trámites relacionados a la expedición hasta nueva orden (esto fue a mediados de octubre de 1955).

- En noviembre de 1955, llegó la orden de la Argentina, para efectuar el regreso de la expedición por parte de la Confederación Argentina de Deportes. El 21 de noviembre, en mi calidad de jefe de la expedición y acompañado por el segundo jefe de la misma, Mario Bertone, regresamos a Nueva Delhi, a los efectos de iniciar desde allí, los trámites relacionados con la reconsideración de tal medida, que nos afectaba tan profundamente, provocando quizás, la perdida de una gran oportunidad, tal vez la única, de que una expedición argentina alcanzara una cumbre del Himalaya, de más de 8.000 metros, actividad ésta que hubiese significado un logro y consagración de nuestro andinismo. Nuestra expedición era  también fuertemente sentimental, ya que la estábamos realizando en homenaje al Teniente Primero Francisco Ibáñez, muerto durante el desarrollo de la Primera Expedición Argentina al Himalaya y no persiguió, en absoluto, ninguna propaganda y menos la exaltación de meros nombres personales.

Las nuevas autoridades de la Confederación Argentina de Deportes, se compenetraron definitivamente sobre la situación real de la expedición y de sus finalidades netamente patrióticas y deportivas y en consecuencia autorizaron además, de proseguir con la misma, la formación de una Comisión Pro-Continuación de la Segunda Expedición Argentina al Himalaya.
 

Emiliano Herta en el Himalaya

Quedó en nuestras manos, recuperar y ganar en alguna forma el tiempo perdido en octubre de 1955. Fue así que, pese a las copiosas lluvias que se desarrollaron en los primeros días de marzo de 1956, la expedición salió hacia el Dhaulagiri, el 7 de marzo. Pese a las pésimas condiciones atmosféricas que se desarrollaron en este mes, dado que llovió casi todos los días y a las dificultades que tuvimos que sortear con el reclutamiento de porteadores, es decir, los collís, la expedición alcanzó el Campamento Base, instalado a 4.500 metros de altura, en los primeros días del mes de abril de 1956.
 

Hasta ese momento la expedición estaba constituida por el Teniente Coronel Emiliano Huerta, como jefe de la misma, el ingeniero Mario Bertone, como segundo jefe, Sargento Ayudante Felipe Alejandro Godoy, Sargento Primero Santiago Vasalla, el médico hindú doctor Piri A. Gupta, el oficial de enlace del gobierno de Nepal Siromani Bhakta Singh y 10 sherpas, cuyo jefe era Ajeeba Sherpa, con un personal permanente de 30 coolies.
 

El 28 de abril de 1956, se unió un segundo grupo de escaladores argentinos: el Profesor Vicente Cicchitti, el Profesor Orlando Bravo y el Señor Jaime Soria, precedidos unos días antes por el Señor Jaime Femenías.  En ese momento o día, el grupo avanzado de la expedición se encontraba en el campamento de altura a 6.000 metros, campamento número 2.
 

El día 1ro de mayo, un accidente ensombreció nuestra expedición y gente. En la tarde de ese día varios hombres regresaban desde el campamento intermedio instalado a los 5.700 metros hacia el Campamento Nro 1, ubicado a los 5.100 metros, cuando el jefe de los porteadores de coolies, Dalbahadur Newar, pretendió ganar tiempo y evitar las fatigas sentándose sobre un manchón de nieve y fue en ese momento que la placa cedió y comenzó a deslizarse como en un tobogán.
 

Por desgracia la nieve estaba sumamente blanda e inestable y como la pendiente era muy pronunciada unos metros más abajo del deslizamiento inicial, el peso de su cuerpo provocó una pequeña avalancha que poco a poco fue aumentando su volumen y velocidad arrastrando el cuerpo de Dalbahadur, pese a sus esfuerzos desesperados por salir de la masa de nieve. Luego de unos 200 metros de recorrido, Dalbahadur, fue precipitado a una grieta y detrás de él, cayeron toneladas de nieve, sepultándolo. Durante 24 horas, el personal de la expedición se dedicó a buscar su cuerpo del infortunado, trabajando en condiciones peligrosas, ya que debió realizarlo en un sitio donde era probable el desprendimiento de nuevas avalanchas. Dadas las ramificaciones y profundidad de las grietas donde cayó, lamentablemente, no pudo hallarse el cuerpo de Dalbahadur.
La expedición continuó instalando los nuevos campamentos hasta el día 11 de mayo, con un grupo de escaladores, Teniente Coronel Huerta, Sargento Ayudante Godoy, Sargento Primero Vasalla y los sherpas Karma Sherpa y Pasang Dawa, el sidar, alcanzando los 7.500 metros de altura e instalando el campamento Nro 5.
 

Hasta ese momento la expedición estuvo trabajando en condiciones climáticas bastante buenas; la altura había sido alcanzada en fecha más temprana que cualquier otra expedición anterior a la nuestra y reinaba un fuerte optimismo entre sus integrantes.  
 

Durante esa noche se desencadenó una fuerte tormenta de nieve y viento, que prácticamente marcó la iniciación del verdadero monzón; a partir de ese momento, la expedición nuca más, tuvo buen tiempo constante.
 

Ese día, también la cordada integrada por Huerta, Vasalla y Karma, salieron en reconocimiento de los paredones superiores, hallando un lugar más apropiado para instalar el campamento Nro 5, a 7.650 metros de altura, en inmediaciones de la iniciación de la parte más difícil del cerro, eran paredones con torres verticales.
 

El día 13 de mayo, Godoy y Pasang Sherpa, descendieron hasta el campamento Nro 3, a los efectos de organizar el abastecimiento de los campamentos superiores; mientras que Huerta, Vasalla y Karma Sherpa, instalaron la forma definitiva el campamento Nro 5, a los 7.650 metros.
 

El tiempo no era bueno; en la mañana el cielo estaba despejado, pero a partir del mediodía las condiciones cambiaron en forma repentina, nevando con gran intensidad durante la tarde y parte de la noche. En las proximidades del campamento  Nro 5, pequeñas avalanchas ponían al grupo más adelantado en condiciones precarias de vida, al tapar casi por completo las carpas instaladas.
 

El día 14 de mayo, este grupo, aprovechando las condiciones de buen tiempo reinantes, por la mañana, atacaron una pendiente rocosa muy pronunciada. Los ramplones no encontraban asideros en la capa de nieve, en esas circunstancias bastante blanda, no permitía hacer o formar escalones.
 

La dificultad para la ascensión quedó en evidencia ante el hecho que en toda la mañana solo pudieron avanzar unos 50 metros de desnivel en la pared, de los 200, que presentaba la parte más difícil del cerro. La colocación de clavos en las fisuras y en las grietas de la pared fue penosa, dada las bajas temperaturas y la fatiga que provocaba la altura.
 

Construcción de depósito de víveres en Pokhara durante el invierno, con Bertone y Vasalla

Cerca del mediodía, el viento fue aumentando su intensidad y el escalamiento se hizo poco menos que imposible; la circunstancia de que comenzara a nevar como todos los días anteriores y la caída de pequeñas avalanchas sobre nosotros, determinó tomar la dura decisión de emprender el descenso y esperar en el campamento Nro 5, a que mejorara el tiempo.
 

Hasta ese momento creíamos que el verdadero monzón no estaba en nuestra zona, de acuerdo a las informaciones especiales que nos enviaba por radio desde el campamento base.
 

Al día siguiente, renovamos el ataque, pero la caída de avalanchas aumentadas en volumen por la nieve caída durante la noche, nos decidió a abandonar la nueva tentativa y regresar a los otros campamentos más bajos para recuperarnos y volver a intentar nuevos intentos.
 

Fue así que al mediodía, a pesar de la tormenta de nieve que dificultaba el descenso y la orientación, descendimos al campamento Nro 4, arriba de la formación rocosa denominada La Pera.
 

Allí la nieve había tapado las carpas y calculando las tareas que nos esperaba, desenterrar las carpas y volverlas a armar correctamente, sacar la nieve de adentro de ellas, preparar comida, etc., decidimos el descenso hasta el campamento Nro 3, debajo de La Pera, a los 6.300 metros.
 

La tremenda pendiente que se extiende a lo largo de La Pera, propiciaba la formación de avalanchas, por tal motivo, nos impuso un agotador descenso de 1.000 metros, de diferencia de desnivel entre los campamentos. Hacerlo con buen tiempo era de por sí muy difícil, peligroso y lleno de posibilidades de resbalar hacia las profundas grietas y precipicios; hacerlo en medio de una tormenta de nieve era prácticamente un suicidio; pero debíamos hacerlo, ya que deseábamos estar en otro campamento más confortable y menos expuesto a las avalanchas que en el campamento Nro 4.
No solo alcanzamos el campamento Nro 3, sino que después de haber logrado ingerir unas tazas de té, en compañía de los camaradas que se hallaban en dicho campamento, volvimos a descender, esta vez, en dirección del campamento Nro 2, que era el más confortable.
 

El tiempo pareció mejorar sensiblemente y hasta la nieve que cubría los paredones superiores comenzó a desaparecer; con ello aumentó las posibilidades de atacar aquellos paredones sin peligro de avalanchas.
 

Fue así que el día 21 de mayo, salió desde el campamento Nro 2, hacia los paredones finales, un segundo grupo de escaladores, factible de subdividirse en dos grupos más pequeños, de manera tal que pudieran apoyarse mutuamente. Dicho grupo estaba integrado por Godoy, Vasalla, Cichitti, Femenías y los sherpas, Ajjeba, Karma y Pasang.
 

El 22 de mayo, dicho grupo alcanzó el campamento Nro 4, arriba de La Pera, donde decidieron sus integrantes descansar el día 23, ya que la subida había sido agotadora, dada la capa de nieve blanda que cubría las laderas del cerro.
 

El día 24 de mayo, el grupo trató de alcanzar el campamento Nro 5, pero al hacerlo por otra ruta nueva, tuvieron dificultades en escalar un paredón de roca que se opuso al avance y tuvieron que pernoctar a los 7.450 metros, sobre una estrecha plataforma, sin carpas.
 

El día 25 de mayo, descendió Femenías, fuertemente afectado por la altura, ayudado por Pasang Sherpa. Los miembros del grupo continuaron el ascenso hasta lograr arribar al campamento Nro 5, después de un duro trabajo de escalada en los paredones de roca.
 

El día 26 de mayo, el grupo permaneció el campamento Nro 5, ya que las tormentas de las noches anteriores habían cubierto de nieve blanda los paredones finales y las características avalanchas se deslizaban continuamente desde las partes superiores del cerro.
 

El día 27 de mayo, el grupo intentó una salida, pero luego de unas horas de escalamiento difícil y penoso, y peligroso por las avalanchas, decidieron regresar al campamento Nro 5. Todavía las paredes no ofrecían seguridad y trabajar en esas condiciones escapaba a las posibilidades humanas. El mejor escalador del mundo no podría haber escalado esos paredones en esas condiciones, donde constantemente se deslizaban avalanchas pequeñas, pero muy peligrosas.
 

El día 28 de mayo, bajo Godoy, con congelamientos en un dedo del pie derecho y Ajjeba, con ceguera, descendiendo hasta el campamento Nro 2, mientras que los otros escaladores permanecían en descanso en el campamento Nro 5.
 

El día 29 de mayo, ante las malas condiciones del tiempo y sabiendo que los paredones requerían varios días para despejarse de la nieve caída, aprecié que ante estas circunstancias era un verdadero suicidio mantener los hombres en estas condiciones y más, las noticias de que el monzón ya estaba próximo a la zona, el razonamiento se impuso sobre un mal entendido amor propio y decidí ordenar la retirada de toda la gente.
 

Fue una decisión muy dura, acompañada de la amargura de no poder concretar los sueños y deseos de mucha gente, tantos los integrantes de la expedición como de otros que tenían puesta la esperanza en nuestra labor, pero estuve convencido que fue lo más apropiado para todos y lo más sensato de ese momento.
 

De inmediato ordené por radio a todos los grupos que estaban escalonados en los distintos campamentos, proceder a prepararse para descender con todos los equipos y materiales al campamento base. Ese día fue el tercer aniversario de la brillante victoria inglesa sobre el Monte Everest.
 

El día 2 de junio, todos los integrantes de la expedición, incluyendo porteadores y materiales y equipos, se reunieron el campamento base.
 

El día 6 de junio, todos los argentinos, el oficial de enlace, el médico, los 5 sherpas y dieciocho coolies, emprendimos la marcha hacia Tukucha Nala, cruzando el paso de Los Franceses.
 

A Tukucha Nala,  llegamos el 9 de junio; de allí se partió el día 12 de junio y llegamos a Pokhara, el 21 de junio. Los sherpas con 40 coolies contratados en Muri, transportaron las cargas de la expedición, desde ese lugar, pasando por Beni y arribando a Pokhara, el 26 de junio.
 

Durante el desarrollo de la expedición, el señor Bertone, filmó en película Ferrania color de 35 milímetros, una extensión aproximada de 10.000 metros, para mostrar todo el itinerario de la expedición, tanto en Nepal, como en la India. Además, a pesar que la expedición no perseguía fines científicos precisos, logró reunir una colección de insectos con más de 30.000 ejemplares para los museos argentinos.
 

Sin lugar a dudas esta expedición que estuvo cargada de muchas experiencias deportivas, culturales, sociales, etc., no dejó de tener detractores a la hora de los resultados, muchos fueron mezquindades propias del ser humano, de todo tipo, las que sin lugar a dudas afectaron al responsable de la misma, Emiliano Huerta.

Construcción de depósito de víveres en Pokhara durante el invierno


Desde  1957 a 1994

Durante este periodo se desempeñó primeramente como Director General del Instituto Nacional del Hielo Continental Patagónico, enviando e integrando anualmente comisiones de estudio a la zona específica, realizando tareas de exploración, investigaciones glaciológicas y botánicas, erección de refugios, etc., muchas de las cuales, fueron integradas por Emiliano, para incluso desempeñarse como instructor especialmente, para las futuras camadas de personal de la Fuerza Aérea, a ser destinados en las Bases antárticas. Por esta labor, recibió de parte de esta institución la medalla de Oro de la Fuerza Aérea Argentina, a la amistad.
 

Paso a situación de retiro voluntario, el 27 de enero de 1960, con el grado de coronel. El 27 de junio de 1964, concluyó sus estudios en la Facultad de Agronomía y Veterinaria de la Universidad de Buenos Aires, obteniendo el título de Ingeniero Agrónomo. Entre los años 1965 y 1969, se desempeñó como profesor en el Colegio Militar de la Nación; construyendo además, en el Museo de Armas del mencionado instituto, una sala de montaña, con las distintas técnicas de escalada y de esquís; fueron más de 300figuras en yeso que muestran las posiciones y técnicas andinas, de esquí y escalada, realizada por el propio Huerta.
 

El 17 de abril de 1986, la jefatura de la Agrupación Santa Cruz de Gendarmería Nacional, destacó su labor de 40 años, construyendo 10 refugios y dos bases, en los Hielos continentales Patagónicos, reconociendo este trabajo mediante una misiva.
 

El 13 de octubre de 1989, recibió el premio de la Superintendencia Nacional de Frontera por su larga labor en defensa y cuidado de nuestras fronteras.
 

El 9 de diciembre de 1994, recibió el premio Al Mérito Geográfico, de la Academia Nacional de Geografía, en reconocimiento a su destacada contribución al conocimiento geográfico del país.
 

El 15 de mayo de 1996, la Honorable Cámara de Senadores de la Nación, le rindió homenaje y le hizo entrega en una sesión de la misma, de una plaqueta, la cual, tenía la siguiente inscripción: Al Coronel (R) del arma de Ingenieros don Emiliano Huerta, en reconocimiento de su contribución patriótica a la presencia Argentina en nuestros Hielos Continentales Patagónicos. H. Senado de la Nación Argentina, abril de 1996. Por este motivo, el Jefe del estado Mayor del Ejército, Teniente General Martín Balza, le hizo llegar una felicitación por el homenaje recibido y por ser un destacado representante del Ejército Argentino.
 

El 25 de septiembre de 1997, la Honorable Cámara de Diputados de la Nación, rindió un homenaje al Coronel (R) Emiliano Huerta, otorgándoles la distinción a los Mayores Notables Argentinos, entregándosele una medalla y diploma correspondiente. Distinción esta que se entrega a los mayores de 80 años y que por su actividad en distintos ámbitos del quehacer nacional, ha sido modelo de hombre de bien para la sociedad argentina.
 

En la década de los noventa cuando estaba produciéndose la ejecución del tratado de límites, en el gobierno del doctor Carlos Menem, dio a conocer el artículo, cuyo título fue El Hielo Continental Patagónico. Cuando en el gobierno de Carlos Menem, continuó con los acuerdos limítrofes, con el país vecino de Chile, el coronel Emiliano Huerta, que se desempeñaba como Director del Instituto de los Hielos Continentales Patagónicos, asesoró e incluso hizo algunas presentaciones sobre que se quería negociar, respecto al límite del mismo, refutando algunas versiones de destacadas figuras defensoras de la posición chilena. Para lo cual, hizo incluso un escrito refutando los argumentos, pero lamentablemente, ellos no se tuvieron en cuenta y nuestro país perdió parte de su territorio, pero como siempre desde el punto de vista político, justificando las decisiones mucho de ellas erróneas.

Cnel. Emiliano Huerta, 1955


Sus publicaciones

A lo largo de su vida publicó más de sesenta artículos en distintos medios, sobre temas de montaña y latitudes extremas, como así también, sobre temas relacionados a técnicas y materiales de montaña, entre los que podemos mencionar: en el año 1939, publicó en la revista 242, del Suboficial del Ejército Argentino, La Ascensión al Cerro Tronador; en los números 264, 265 y 266, del año 1941, junto al Subteniente José Merediz, publican un artículo en tres partes con el título Para Oficiales y Suboficiales de Infantería y Artillería; en los números 271, 272, 274, 275, 276, 285, 287, 288 y 295, publicó nueve artículos con el título La Vida en Montaña (Partes I a IX), entre los años 1941 y 1943; en el número 307, publicó el artículo La Raqueta, en el año 1944; en el número 309, del año 1944, publico el artículo ¿Qué Es Una Carrera De Slalom?; en los números 328, 329, 330, 331, 333, 335, 340 y 345, de la misma revista, el artículo Conozcamos la Vida sobre el Aconcagua, publicados en los años 1946 y 1947 (parte 1 a 8); en el número 419, del año 1954, publicó el artículo Expedición Argentina al Aconcagua Invernal 1953; en el año 1980, en la revista número 581, Aconcagua Invernal Primera Proeza Mundial en el Año 1953, volvió a publicar su expedición del año 1953. Publicó también, el libro Manual del Esquiador, publicado por la Biblioteca del Círculo Militar. Fue autor de otros varios artículos que fueron publicados en la revista La Montaña, de la Federación Argentina de Montañismo y Afines, en la revista del Automóvil Club Argentino, Argentina Austral, Revista Geográfica Americana, etc., y varios artículos sobre glaciología inéditos.


El fallecimiento

En el diario La Nación, del día 12 de marzo de 2001, daba la triste noticia de: “Poco antes de cumplir 88 años murió, en Buenos Aires, Emiliano Huerta, militar, ingeniero, explorador y el director fundador del Instituto del Hielo Continental Patagónico, en el que ocupó la titularidad desde 1952 hasta 1998, en un récord inigualado de servicio en la función pública. Sus restos luego de su velatorio fueron cremado por expreso pedido de él, además esparcidos sus cenizas en los Hielos Continentales, lugar por el cual trabajó durante casi toda su vida.”

El 12 de junio de 2015, se realizó un reconocimiento póstumo por parte del Director Antártico, general de brigada don Justo Francisco Treviranus, reconociendo haber sido el primer jefe de la División Antártica, entre los años 1951 y 1952, y permitir con su labor, constancia y dedicación, la concreción y consolidación del Plan Estratégico del Ejército, en la Antártida Argentina.

 

Área Restauración Fotográfica del CCAM: Natalia Fernández Juárez


| COMENTARIOS(1)


21/12/23 11:04
Juan Pablo A Faget:
Excelente artículo dedicado a un montañés, militar y héroe argentino. Ejemplo de abnegación, espíritu de sacrificio, perseverancia y tenacidad. Muchas gracias!

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