Geólogo y explorador alemán, nacionalizado argentino, su pasión por las ciencias naturales, acompañada por su afición a las excursiones y a las exploraciones a las montañas lo vincularon a participar con el Perito Moreno en la Comisión de Límites con Argentina y Chile, cuya labor fue clave para definir la frontera entre los dos países
Nació en Hamburgo, Alemania, el 3 de marzo de 1854; este naturalista alemán fue el primero en explorar y estudiar el glaciar hoy llamado Perito Moreno.
De Santiago Roth y la profesora Elisabeth Schütz, nacieron varios hijos, una de las hijas de este matrimonio contrajo enlace con Rudolf Hauthal.
Con pocos medios financieros, Hauthal, se inscribió en la facultad de teología, porque era la única para la cual en aquellos años se concedían becas. Pero su pasión por las ciencias naturales, acompañada por su afición a las excursiones y a las exploraciones a las montañas, lo llevó a abandonar la teología y a financiarse los estudios de ciencias naturales, trabajando como preceptor.
En un principio, con la familia Von Cotta, fue a Estrasburgo donde estudió geología y botánica; luego, la emparentada familia Bunge, lo llevó a Buenos Aires, donde el joven Hauthal, por intermedio de Burmeister, conoció a Francisco Pascasio Moreno.
Aquí es necesario subrayar lo inteligente que era Moreno, para colaborar y cómo - para el progreso del conocimiento en la Argentina- sabía valerse de investigadores extranjeros.
Moreno lo orientó para actuar en la Comisión de límites, a la que fue incorporado como geólogo, mientras que Hauthal se nacionalizó argentino.
Moreno designó a Hauthal, en el año 1891, como Encargado de la Sección Geología y Mineralogía del Museo de La Plata para actuar en la comisión de límites, a la que fue incorporado como geólogo.
En el año 1898, le fue confiada la Cátedra de Geología y Botánica de la Universidad de La Plata.
El 13 de junio de 1892, integró la expedición del Museo a Mendoza y estudiar el Triásico de Cacheuta y Challao,pasando por la sierra de Piedra Pintada, hasta la región ubicada entre los ríos Diamante y Atuel, en la cual se ubicaba el yacimiento.
Así a Hauthal, se le debió la primera descripción generalizada de los yacimientos de asfaltita del Cretácico superior existentes en esa región.
Moreno, complementaría estas observaciones con la publicación, en los Anales del Museo, de un estudio de Ave Lallement, que comprende un mapa geológico, en escala 1: 25.000, de la región al Norte del río Mendoza.
Todos estos estudios fueron ampliados en el año 1894, cuando Hauthal, por orden de Moreno,participó en el examen topográfico y geológico, de los departamentos de San Carlos, San Rafael y Villa Beltrán, en Mendoza.
Los resultados del mismo, y en el término de dos meses y trece días, con los Ingenieros Guinardó Lange y Enrique Wolff, realizaron un levantamiento topográfico, en escala 1:500.000, de 35.000 kilómetros cuadrados, determinaron 175 alturas sobre el nivel del mar y confeccionaron, conjuntamente con Hauthal, un plano topográfico-geológico, en escala 1:25.000, de 88 kilómetros entre los ríos Atuel y Diamante.
Como resultado de su estudio Hauthal, presentó un perfil y discutió de manera general la estratigrafía de la región ubicada al Oeste del arroyo de la Manga, especialmente la sucesión del Jurásico y Cretácico y las rocas volcánicas. Hauthal, también realizó, un estudio de los ventisqueros de Mendoza, en la región entre Mendoza y el río Atuel.
En definitiva, a Hauthal, se le debieron los estudios sobre la estratigrafía y la presencia de asfaltitas en la región ubicada entre los ríos Atuel y Diamante, sobre el Triásico del Challao, y sobre ventisqueros y sedimentos glaciales en las proximidades de Mendoza.
La región entre San Rafael-Chos Malal, fue estudiada por el geólogo Rodolfo Hauthal y los ingenieros topógrafos Enrique Wolff y Carlos Zwilgmeyer, quienes fueron acompañados por el dibujante paisajista Carlos Sackmann y el cazador del Museo Matías Ferrua.
Por la misma época, en la provincia de Buenos Aires, Hauthal, estudió la Sierra de la Ventana, en la parte Oeste de Las Tunas y parte Oeste de Pillahuinco, zona de la cual presentó un croquis geográfico, un perfil y describió la litología y el plegamiento, que atribuyó a movimientos provenientes del Sur-suroeste.
Posteriormente extendió sus observaciones litológicas, estratigráficas y estructurales a las sierras septentrionales de la provincia de Buenos Aires, entre Hinojo y Cabo Corrientes,complementando así los efectuados por Juan Valentín, en las sierras de Olavarría y Azul.
En esos años, se había dado especial énfasis a las características e importancia de las rocas, de aplicación allí existente y también, se habían registrado los primeros icnofósiles en las cuarcitas de Balcarce, atribuidas al Paleozoico inferior.
Estudios en zonas desconocidas del norte del país donde realizó importantes ascensiones Hauthal realizó -como explorador montañista e investigador- trabajos en zonas aún desconocidas y fue el primero en escalar numerosos cerros, entre los cuales podemos citar: realizó la primera absoluta del cerro Rincón, de 5.594 metros SNM., el 24 de marzo de 1893; el 27 de febrero de 1897, coronó el volcán Peteroa, de 4.090 metros SNM., siendo también su primera ascensión; el Nevado de Famatina, lo coronó el 20 de mayo de 1895, siendo las 15,30 horas.
El informe que realizó en octubre del mismo año dice: “Me dirigí el 20 de mayo, al Famatina. El Famatina, forma una cadena de montañas, muy antigua (mucho más antigua que la joven cordillera), que se dirige de Norte a Sur con pequeña variación al Sud-Este,cuya cumbre principal con declive escarpado hacia el Oeste, tiene varias cimas coronadas de nieve, de una altura de más de 6.000 metros.
El más septentrional de esta serie brillante de soberbios nevados lleva el nombre de Negro Overo. Por su posición expuesta, colocado aislado hacia el Norte, se le puede ver de lejos; lo tomé como el pico más alto y decidí ascenderlo. Este magnífico Famatina, atrae desde siglos atrás por sus ricas minas.
Son minas de cobre, plata y oro. La región minera se divide en seis diferentes distritos mineros que también se distinguen materialmente por la diferente naturaleza de sus vetas de mineral. Las minas son muy interesantes, por una parte, a causa de los minerales raros que contienen, y por otra por su posición elevada.
La mina más baja, la del Cerro Negro, tiene una altura de 2.500 metros; la más alta es el Espino, Distrito de la Mejicana y está situada a 4.800 metros sobre el nivel del mar.
Son parajes completamente inhabitables. Las rocas son estériles; sólo en los valles, hasta una altura de 4.200 metros sobre el mar, existe un poco de vegetación. Más arriba la vida orgánica, con excepción de unos pocos líquenes, ha concluido; el dominio de la vida inorgánica se extiende con majestad inminente.
Gigantescos derrumbes se escapan de las cumbres y picos nevados hasta llegar a los valles.
Las aguas debido al derretimiento del hielo se pierden en estas masas de piedras y aparecen solamente mucho más abajo, de modo que los mineros están obligados en las minas a derretir el hielo y la nieve para tener el agua necesaria.
Había pasado algunos días en las minas, para acostumbrar mis pulmones al aire rarificado, y para esperar que el tiempo mejorase.
El 20 de mayo, amaneció muy hermoso, casi sin viento y determiné ensayar la ascensión del pico más alto. A las 7 de la mañana, salí acompañado por el minero Francisco Castro, de la mina Upulungos (Distrito la Mejicana), vestido lo más livianamente posible, con el más indispensable bagaje: un martillo, una bolsa con un poco de pan, chocolate y asado, una pequeña botella de vino y el pico.
Hacía frío en aquellas regiones, y el que no ha acostumbrado su cuerpo a soportarlo, que no vaya allí. Aquel que tiene que ir cargado de ropa no ascenderá jamás a alturas importantes.
Subimos pues, siguiendo la cuchilla del Espino, que desde las minas de la mejicana lleva al principio en dirección meridional y después Oriental a la cumbre.
Era un día hermoso; el sol brillaba en el cielo oscuro azul y el enemigo principal, el viento, que hace dos años me dio tanto trabajo en el Aconquija, dormitaba ese día; solo se hizo sentir un viento suave.
Después de una marcha de tres horas, subiendo la cuchilla que se levanta gradualmente, en la que de tiempo en tiempo se presentaban campos de nieve, alcanzamos la extremidad de la misma y nos encontramos en el borde Oriental de una altiplanicie de cerca de 5.500 metros de altura, la que, cubierta de nieve y hielo, se extiende al Oeste, destacándose de ella, varias cuchillas escarpadas hacia el Norte.
Tomé el Negro Overo, que se llama también Overo Oscuro, por la cima más alta y me dirigí hacia un portezuelo que se encuentra en la cuchilla en dirección Sud, a dos horas del Negro Overo, suponiendo que la altiplanicie se extendiese hasta el pie de la misma.
Después de un descanso de media hora (nos encontramos en una altura de 5.500 metros y comenzó a hacerse sentir con fuerza la puna), continuamos nuestra marcha siguiendo lo más próximo posible el borde septentrional de la altiplanicie.
No hubo dificultades; solamente el atravesar los campos de hielo era algo fatigoso y debía hacerse con mucha cautela. Así marchamos como dos horas, casi en dirección Occidental. La altiplanicie se elevaba algo más y cuando alcanzamos el punto culminante se nos presentó una sorpresa imprevista.
Una quebrada profunda nos separaba de la cuchilla, corriendo en la dirección de Norte-Sud, en cuyo fin Norte se eleva el Negro Overo. Un poco al Sur de nuestra parada la cuchilla se dirige algo hacia el Sudeste y tras una serie de cimas cubiertas de nieve, se levantó la forma gigantesca de una catedral de nieve, que mi compañero llamó Nevado de Famatina, llamado también Nevado Colorado (a causa del color rojizo del granito que lo forma).
Dirigiendo una mirada y comparando la serie soberbia de las cimas nevadas delante de mí, noté que este Nevado de Famatina, era la altura más grande de todo el sistema montañoso de ese nombre, y por lo tanto decidí emprender su ascensión. La altiplanicie a cuyo borde occidental estaba, formaba solo el pedestal sobre el cual, a la altura de unos 700 metros se levanta el Nevado de Famatina, el punto más central de toda la sierra.
Por la falda Norte, se baja a aquella quebrada profunda, a cuyo borde Occidental se extiende la mencionada cuchilla, que gira de Norte a Sur.
Una capa de nieve y hielo de nítida pureza cubre completamente la falda Norte, de la cual, debe haberse extendido antes hacia el Norte un ventisquero poderoso, a juzgar por las grandes morrenas laterales que se ven allí.
Ahora no existe ya ventisquero verdadero; las capas de hielo que he encontrado no muestran la estructura característica del hielo de ventisqueros, y se parecen, con sus capas distintamente perceptibles, alternativamente claras como agua y blancas con vesículas llenas de aire, exactamente a aquel hielo que forma la nieve penitente, tan característica y curiosa.
Es una modificación del hielo, que hasta entonces había encontrado solamente en las cimas elevadas en esta región seca (también en el Aconquija) y que exige un estudio especial.
La ascensión de esta cima principal, desde aquel lado Norte escarpado y con su coraza de hielo es difícil y fatigosa, pues hay que operar sobre el hielo y en esta altura, donde la puna hace imposible los trabajos continuos corporales, no puede hacerse aquella por un solo individuo. Sin embargo, debí afrontar la tarea.
Mi compañero, que hacía dos horas sufría de la puna, estaba completamente extenuado a mi lado y no podía continuar el viaje.
Traté de estimularlo de todas maneras; le representé la gloria de haber alcanzado la cima principal; le ofrecí una considerable cantidad de dinero como recompensa, pero todo fue en vano, le era imposible.
Su pecho se agitaba vehementemente, se quejaba de palpitaciones del corazón, dolores de cabeza intensos, mareos, dolores en las rodillas y lasitud general; le di todo lo que me quedaba de víveres, y permanecí todavía unos veinte minutos con él, hasta que hubo recuperado en parte sus fuerzas para poder hacer solo el descenso, mucho más fácil a las minas. Entonces puse dos pedacitos de chocolate en el bolsillo y me dirigí hacia el Sud a una cima antepuesta, al Este a la cima principal, la menos escarpada, cubierta con menos nieve y que presentaba un ascenso más fácil.
Esperé alcanzar desde ella la cima principal tomando la cuchilla con dirección Oeste. No ofreció dificultades propiamente dichas, aunque me produjo cansancio.
El granito fragmentado cubría la pendiente en masas sueltas, las que a cada paso rodaban,labor dura para pies y rodillas.
Respiré con satisfacción después de haber alcanzado en este mar de ruinas algunos peñascos salientes del granito firme y tuve por lo menos lugar para descansar el cuerpo fatigado. La puna se hizo sentir más y más; parecía que los pulmones solos no bastasen para llevar a la sangre el oxígeno necesario; y la superficie completa del cuerpo pugnaba por introducir con avidez el aire por todos sus poros; hacía frío, pero, sin embargo, me quité el saco y abrí la camisa para poner mi pecho en contacto con el aire libre.
Me hizo bien esto, pues los pulmones trabajaron con mayor facilidad. Pensaba involuntariamente en Güssfeldt, quien, cuando su ensayo del ascenso del Aconcagua, se envolvió en tantas ropas, que, como él mismo dijo jocosamente, se parecía a un depósito de vestidos, y no puedo dejar de pensar que esta circunstancia motivó el mal éxito de su empresa.
A aquel malestar se agregó un dolor de cabeza agudo, que cesó cuando me extendí por todo lo largo en el suelo, posición que además me causó gran alivio y una sensación particular en las articulaciones de las piernas que ya había observado en el Rincón (5000 metros) y el Aconquija (5.550 metros), se presentó también por esta vez.
Parecía que las articulaciones querían separarse; no tenía más el paso firme y debía caminarcon toda precaución.
Los pulmones se agitaban violentamente primero, convulsivamente a breves intervalos conrespiraciones cortas, después por segundos y mucho más despacio; luego, la acción del corazón experimentó fenómeno igual.
Principalmente, al pararme, lo que hice de 20 a 30 pasos pude observar esto distintamente.
Había llegado el momento en que el cuerpo parecía sucumbir a los esfuerzos, pero donde la voluntad enérgica lo reanima continuamente para nueva acción.
A menudo, después de haber alcanzado un peñasco o roca escarpada o pasado un derrumbe de piedras móviles caí exhausto y me preguntaba. ¿Alcanzaré hasta el fin? Pero apenas por un minuto la duda se apoderó de mí; debía subir, pues lo quería. Después de dos largas horas de marcha había ascendido la cima.
Me extendí para descansar algunos minutos, pues todavía me esperaba una dura labor. La cuchilla, que en dirección Occidental conduce a la cima principal, tenía unos 500 metros de largo y como 100 metros de mayor altura que el punto donde me hallaba, distancia que se podía alcanzar con toda comodidad en veinte minutos bajo condiciones ordinarias en alturas de 3 á 4000 metros, pero me encontraba a una altura de más de 6000 metros. La cuchilla, en muchas partes muy delgada como un hilo, estaba cubierta con una capa de hielo y nieve recién caída de 10 centímetros de espesor sobre el hielo.
Hice un esfuerzo y principié el corto pero excitante viaje. Con el pico, sacando la nieve cautelosamente donde era menester (la cuchilla era muy escarpada parcialmente, cortando escalones en la fuerte capa de hielo, me acerqué lentamente a la cima deseada. Por cierto, la situación era difícil pero no muy peligrosa, debido esto al viento débil que me permitía adelantar sin tumbarme.
Creo que será imposible pasar esta cuchilla cuando el viento es muy fuerte. Una tempestad con sus ráfagas, como la que, sobre el Aconquija, mucho más fácil a ascender, me obligó a acostarme y a adelantar arrastrándome, aquí sobre esta cuchilla, mucho más resbaladiza y escarpada, donde las manos, buscando en vano un sostén tienen que hacerlo para los pies por medio del pico, sería fatal.
Era aquel el lugar más difícil que hasta entonces había encontrado en mis excursiones en las montañas argentinas. Allí hubo algo de este sentimiento picante que agarra y ataca los nervios, que pasa por el cuerpo como un relámpago de mil modos, sensación para la que no tengo palabra y que se necesita haberse experimentado o sentido; era entonces uno de estos casos, donde a pesar de lo espantoso y terrible, tuve que medir y calcular con la mayor sangre fría cada movimiento de las manos y de los pies; situación que obligaba a concentrar toda la fuerza del espíritu y del cuerpo al fin de alcanzar la otra extremidad de la cuchilla.
Después de largos y angustiosos minutos, que parecían eternos, me eché finalmente al pié de la última cima.
No pude descansar mucho tiempo. Me había tomado media hora de labor fuerte la pasada de la cuchilla, y mi cuerpo se hallaba fatigado; además de la dificultad de la respiración, que aumentaba un dolor de cabeza se hizo ante todo siempre más intenso, pero hubiese sido una vergüenza retroceder tan cerca del fin y debía continuar. ¡La voluntad inflexible hizo posible lo que parecía imposible y después de media hora de desfallecimientos de esfuerzos nerviosos y de ascensiones violentas sobre la última falda escarpada y cubierta de nieve (no había más rocas), al fin la victoria con tanta lucha obtenida era mía, y llegué arriba! Me dejé caer,gritando de alegría y lleno de júbilo por mi victoria. Estaba sobre la extremidad aguda, a 6.150 metros sobre el mar. Sólo, en esta altura tremenda, observé allí cuadros que no habían sido vistos antes por ningún ojo humano.
¡El cuerpo era lanzado hacia la muerte, pero el alma vivía con fuerza! Una multitud de sentimientos y sensaciones indefinidas penetraban en mi alma. Estaba extendido, pero miraba y sentía. No me daba cuenta porque allí arriba me hallaba tan abstraído; no quería que la razón, que reflexiona, analizase y destruyese la hermosa variedad de sensaciones; ¡por esta vez no quería más que sentir! A mis pies había un mundo.
La mirada sin obstáculo, pudo percibir una gran parte de la República Argentina. Losdetalles desaparecían en la altura colosal en que me encontraba, pero la pureza diáfana del aire hace resaltar con claridad el contorno del relieve de la superficie. Por grandes distancias se extendían en el Este y Sur las llanuras amarillas y las salinas blancas brillantes de Catamarca, La Rioja y San Juan, que parecían dilatarse hasta lo infinito.
Como cercos colosales de estas llanuras aparecían las sierras pampeanas, que se extendían en la dirección de Norte-Sud; las que más hacia el Oeste se acercaban más y más, predominando lejos en el Oeste la Cordillera gigantesca, alzándose delante de mí en una extensión de 8-10 grados de latitud, donde algunos meses antes había experimentado todas las molestias de un viaje difícil con calor y frío, con tempestades de tierra y nieve, pero donde también tuve ocasión de mirar todos los cuadros característicos, como solo los presenta esta Cordillera tan multiforme.
Con magnificencia majestuosa levantan sus cabezas de nieve los gigantes: Las Flechas, El Potro, con su colosal campo de nieve, los gemelos Bonete y Veladero, Gallina Muerta, Azufre, más lejos hacia el Noroeste, el grupo gigantesco de Tres Cruces (tal vez más alto que el Aconcagua), con sus vecinos no menos poderosos, El Fraile, Ojo de Losas, Incahuasi y el San Francisco tan mentado en los últimos tiempos.
Lejos en el Norte, brillaban los gigantes sin nombre, a cuyos pies había descansado hacia dos años.
Como un querido amigo brillaba lejos en el Nordeste el Aconquija de admirable forma,cubierto de nieve, cuya cima había trepado el primero. Todo esto extendido delante de mí.
Los rayos del brillante sol lo iluminaban y, arriba, la bóveda del cielo oscuro azul de la Argentina, ¡cuadro inolvidable, que impresiona fuertemente el alma! El sol se ocultaba, habían pasado las cuatro y debía descender de esta altura sublime.
Escribí en un pedazo de papel: Rodolfo Hauthal, geólogo del Museo de La Plata estuvo aquí, el 20 de mayo de 1895,a las 15,30 horas y lo coloqué en una cajita de estaño, ocultándola en la roca que, cerca de cinco metros debajo de ella, se destacaba limpia al lado Norte, pues sobre la cima todo era nieve o hielo.
Di una última mirada sobre el panorama hermoso y sublime a toda comparación y empecé el descenso molesto; el cuerpo hallábase muy sensible a los sacudimientos de todas clases, principalmente los empujes causados por los saltos causaban sensaciones muy desagradables en la cabeza y el cuerpo.
Para el descenso había elegido una cuchilla muy escarpada que conduce directamente de la altiplanicie a un pie de la cima, a la Quebrada de las dos Hermanas. Esta cuchilla estaba cubierta con derrumbes muy movedizos de granito, los que a cada paso cedían; a menudo resbalaba con esta masa unos veinte a treinta metros conteniendo apenas con la piqueta movimientos demasiado ligeros.
Llegado a la extremidad me encaminé al lecho del riachuelo en la quebrada arriba mencionada, pero casi sin fuerzas, y lo que era principalmente desagradable, anocheció.
Eran las seis; me encontraba en una región desconocida, y aunque sabía la dirección de las minas de la Mejicana para alcanzarla, debía atravesar el Espino, de unos 800 o 1.000 metros de altura.
Si no encontraba el camino que conduce de las minas de este lado del Espino, al costado Oriental, me debía decidir a pasar la noche al raso, pues para efectuar el ascenso sin camino de una cumbre de 800 metros, mis fuerzas no alcanzaban.
Me acosté para descansar algunos minutos y tal vez habría transcurrido así unos 20 y me encontraba en una especie de somnolencia, cuando sentí grandes gritos. Salté sobre mis pies y contesté.
Después de algunos minutos el capataz de la mina Upulungas, apareció con una mula. ¡Erauna sorpresa agradable!
El encargado de la mina tenía recelos por mi ausencia y había mandado a este hombre para buscarme, pues había dado a mi compañero, que volvió a medio día, la dirección que tomaría al descenso.
Después de algo más de una hora llegué hacia las 8 de la noche, al establecimiento de la mina donde el encargado, señor don Silveira Torres, me esperaba con una taza de té caliente. Estaba muy cansado.
Para trepar por doce horas en las montañas, arriba y abajo, se precisa una enorme actividad de los muslos, del corazón y de los pulmones. Por cuatro días, sentí no solamente en los muslos sino también, ante todo en el circuito de las caderas dolores, algo agudos, que por mis excursiones sobre la mula produjeron un verdadero tormento.
Pero había que hacerlo, y bajo la amable guía de Don Salomón Elrickson, quien con toda amabilidad me condujo a las minas principales, olvidé pronto las consecuencias desagradables de mi ascensión sobre el Nevado de Famatina. Desde entonces han pasado meses.”
Filosofía del montañes, sea alpinista o andinista según Hauthal. El desinterés por los bienes materiales y la figuración explican porque nunca anunció que llegaba a las innumerables cimas que ascendió.
“Si en los momentos tristes que llevan consigo la vida y la actividad de la sociedad, donde domina la apariencia y la mentira, cuyos móviles son la avidez del dinero y el goce material, pienso en aquellos tiempos de actividad poderosísima y del goce más hermoso y puro, creo que de nuevo me rodea un soplo vivificador de aire montañoso fresco y siento renacer aquella multitud de sensaciones preciosas é innumerables. Olvido todos los pesares terrestres.
En el mismo informe, como introducción al mismo, definió el porqué de su deseo por ir a la montaña, palabras estas que no tienen desperdicio por su profundidad; nos decía: ¿Por qué me atraen continuamente las regiones de hielo y nieve eterna de la Cordillera? ¿Por qué me impulsan con fuerza mágica a trepar los picos más altos de este sublime sistema montañoso?
Podría contestar de muy diferentes modos esta pregunta, y sin embargo ninguna respuesta me satisface; ¿por qué? por qué los últimos motivos de nuestras acciones nos son desconocidos.
En primer lugar, asciendo las montañas como geólogo; los procedimientos y las fuerzas que han formado el relieve de la superficie terrestre, pueden estudiarse solo donde dejaron rastros más visibles, es decir, en las montañas.
Muchos son los problemas que nos ofrece la formación de las montañas, y solamente pocos han encontrado una solución satisfactoria; es pues un verdadero placer contribuir modestamente a levantar el velo con que la naturaleza oculta sus obras.
Duro es el trabajo, pero, ¡qué hermoso es el premio! Esta es una contestación, pero esta toma en cuenta sólo la razón bien fundada de sus motivos y propósitos, y por eso nos satisface, pues en el deporte de montaña, si me es permitido llamarlo así, el alma que todo lo siente y en la en que lo inconsciente juega un rol importante, se destaca con mayor fuerza y lucidez.
Hablo solo de los pocos que con su propio esfuerzo suben los cerros, y no de los tímidos que usan mulas y guías.
Guido Lammer, uno de los alpinistas más entusiastas y más atrevidos, dijo una vez que trepamos porque combatiendo queremos vencer los elementos.
Pero, ¿por qué aceptamos de buena gana todos los sufrimientos que esta lucha nos produce; porqué combatimos con tanto esfuerzo para obtener la victoria? Porque, como él mismo Guido Lammer, lo dice: Nosotros no deseamos tanto aprender a conocer las montañas como á nosotros mismos y el tesoro inmenso de sentimientos y particularidades de nuestro carácter, que, de otro modo, sin ser conocidos y aprovechados, se esterilizan en nuestra alma. Allí encima, donde actúan los elementos desenfrenados, nacen sensaciones fuertes, desconocidas, vehementes; allá los sufrimientos nos atacan y agitan los nervios con violencia tremenda.
Buscamos esta amalgama agridulce, en estas impresiones múltiples de la naturaleza con sus millares de penas y peligros; buscamos la conciencia de que todas estas sublimes impresiones son nuestras por medio de constante y dura labor. Entonces sentimientos siempre nuevos, muy complicados, penetran en nuestra alma.
Cuando la tormenta desencadenada atraviesa la montaña rugiendo y silbando, y recorre los mares y planicies de nieve y de hielo, empujando delante de sí nubes de fina nieve; cuando los elementos desenfrenados celebran en goce ruidoso su tálamo nupcial y procuran arrojar al temerario intruso de las puras alturas a las profundidades oscuras, entonces esta trata,aplicando todas sus fuerzas físicas y morales, de aceptar y sostener la lucha.
Entonces, el cuerpo fatigado debe ceder al imperio de la voluntad para hacer nuevos esfuerzos y desplegar nueva actividad.
Pesada y grande es la lucha, pero grande es la recompensa. Cuando el pie busca por medio del tacto en la pendiente escarpada un sostén pequeñísimo, de una pulgada apenas; cuando la mano experta busca un apoyo en las piedras y así el cuerpo abrazando la roca lentamente, se estira y se yergue hacia arriba; cuando después de largos minutos penosos las mano toman el último reborde y hacen llegar el cuerpo al pináculo, entonces un sentimiento de alegría indecible, de fuerza y goce vitales, que hace temblar de satisfacción el alma del vencedor; lo que en estos momentos sucede en lo más íntimo del luchador con fuerz sorprendente es la afirmación grandiosa de la vida!
¿Pero no sería más que esto? No, hay todavía otro motivo más ético, que nos empuja continuamente a sostener la lucha con los elementos.
Estos grandes desiertos de hielo y rocas, ofrecen un encanto especial. Con austera castidad la naturaleza sublime procura sustraer sus hermosuras maravillosas a la vista profana, pero el que asciende estas alturas desoladas con corazón entusiasta, y busca penetrar en estas regiones de soledad, sin arredrarse y con labor esforzada, le revela un imperio nuevo y especial de vida y belleza. Vida no solamente física sino también espiritual.
Alejado allá de todas las miserias de la existencia, donde frente a la grandiosa naturaleza todo lo humano aparece infinitamente pequeño y nulo, donde la materia toma formas estupendas, ¡también el espíritu se despeja para una vida más intensa y más viva!
¿Qué es entonces lo que siente allá el alma pensativa, que, aunque no con conocimiento exacto, sino como un presentimiento misterioso, se levanta de las profundidades de un caos psicológico?
No puedo expresarlo con palabras exactas; solo puedo reproducir balbuceando lo que pasa por mi alma como una vibración: es una sensación pura, un sentimiento, por decir así,inmediato de lo infinito, eterno, ¡de lo divino! ¡Las catedrales de nieve son para mí iglesias sublimes, lugares santos!
En ellas se abre un imperio de belleza. ¡De una belleza austera y áspera, pero majestuosa! cuyo esplendor virginal obra purificando; de cuyos cuadros sublimes queda impresionado de modo inolvidable el espectador atónito.
Es verdad que hay en eso una gran parte de sensación inconsciente; pero es esto lo que hace la vida tan preciosa, que nos levanta de las oscuras profundidades del inconsciente, por medio de la labor a la luz clara del conocimiento; es esto lo que presta a la ascensión de montañas ese encanto mágico que en los cerros mucho más que en otra parte, ¡nos hace aprender a conocer nuestro propio ser!
Eso es lo que me hizo subir antes los picos de los Alpes y ahora los de los Andes. Para gozar de nuevo de esta fuente inagotable de placeres puros y sublimes que brotan en las regiones de la nieve eterna.”
Las actividades andinistas del geólogo alemán Rodolfo Hauthal, hubieran permanecido ignoradas de no haber mediado una pequeña polémica que se suscitó hacia el año 1962, sobre la primera ascensión del volcán Lanín, de la Cordillera de los Andes Patagónicos, argentinos-chilenos.
Se había creído hasta entonces que el alpinista inglés Edward de la Motte, lo había ascendido por primera vez en el año 1931. Pero un germano-chileno F. Fonck, conformando la cordada junto a E. Kremer, declaró haberlo realizado diez años antes, su ascensión al Volcán Lanín, en el mes de febrero de 1921. Una investigación más cuidadosa, sin embargo, sacó a la luz que ambas ascensiones que se disputaban la primera, estaban equivocadas y que en realidad había habían sido muchos años antes que ellos ascendido por el geólogo alemán Rodolfo Hauthal.
Posteriormente, la revista del Club Alpino Inglés, rectificó los hechos.
El volcán Lanín, fue coronado por el científico explorador alemán, al servicio del gobierno argentino, el 25 de mayo de 1897. Las actividades andinas fueron realizadas entre los años 1893 y 1900, según datos obtenidos, todas ellas fueron realizadas desde el lado argentino.
Salvo la ascensión al Nevado de Famatina, que abunda en detalles, el resto han sido de poca información, creyéndose que ha habido algunas otras que no aparecen en sus datos.
La ascensión al cerro Rincón de 5.594 metros SNM., perteneciente al grupo del Socompa, en la Puna de Atacama, fue realizada el 24 de marzo de 1893.
También realizó la cumbre mayor del Aconquija, de aproximadamente 5.550 metros SNM., el 6 de marzo de 1893.
El volcán Peteroa, de 3.970 metros SNM., lo realizó el 27 de febrero de 1897. También, realizó la primera ascensión al volcán Planchón, el 8 de marzo de 1897 y la primera ascensión al volcán Azufre, ubicado en proximidades de los dos volcanes anteriores. El 15 de marzo del mismo año, ascendió al volcán Descabezado, de 3.953 metros SNM., siendo esta su primera ascensión.
Su pasión por las montañas está completada con las riquezas de emociones por su pasión científica.
En cuanto a la reseña de los hallazgos en las Cavernas de Última Esperanza, en la Patagonia Austral, don Rodolfo Hauthal, Encargado de la Sección geológica del Museo de La Plata, en el año 1899, nos describía:
“Hace más o menos un año que algunos diarios y periódicos, publicaron noticias referentes a la existencia de un cuadrúpedo misterioso, desconocido hasta ahora, que aún vivía en la Patagonia. Todas estas conjeturas se fundan en los hechos siguientes : En el mes de enero de 1895, los señores capitán Eberhard, estanciero de Shemenaiken, cerca de Gallegos; Greenshild estanciero, de Camarones (Chubut); von Heinz, que ejerce el mismo oficio en el Río Turbio superior; comandante José A. Martín; ingeniero Luis A. Álvarez y algunos otros caballeros, haciendo una excursión por los alrededores de Puerto Consuelo, en el seno de Última Esperanza, encontraron una caverna grande a unos seis kilómetros al Nordeste del mencionado puerto. En una pequeña loma, situada en la parte anterior de esa caverna, hallaron un pedazo de cuero que llamó mucho la atención de dichos señores.
Su largo era de 1 metro 50 por 70 u 80 centímetros. Le faltaba la cabeza y las extremidades;al parecer cortadas artificialmente. Su espesor era de 10 a 15 milímetros; estaba cubierto de pelos rubios, gruesos, de 3 a 5 centímetros de largo, y en su interior tenía incrustados muchos huesitos del tamaño y forma más o menos de un poroto.
En el mes de noviembre de 1897, el doctor Francisco Pascasio Moreno, director del Museo de La Plata, el doctor Rocowitza, zoólogo de la expedición de la Bélgica; el ingeniero señor Luis A. Álvarez y el que esto escribe, visitamos esa región y pudimos ver todavía, en la estancia del señor Eberhard, un pedazo de ese famoso cuero que el doctor Moreno, trajo a La Plata, llevándolo después a Londres y sobre el cual dio una conferencia en colaboración del señor A. Smith-Woodward, en la Sociedad Zoológica.
En el mes de abril de 1899, regresando de una exploración de la Cordillera, al Poniente del Lago Argentino, con el objeto de hacer un estudio puramente geológico, me encontré en Puerto Consuelo con los señores doctores E. Nordenskjold y Borge, de Estocolmo.
El primero de estos señores, había efectuado excavaciones en la cueva mencionada, con buen resultado.
Me mostró muchas mandíbulas, dientes, uñas, huesos, etc., encontrados en una capa de estiércol que cubre parte del suelo de la caverna encontró también, algunos pedacitos de conchas, una lezna y algunos residuos de piedra pez que usaban los indios para fabricar sus flechas; hecho de gran importancia, porque prueba que el hombre vivió allí en la misma época en que existían los animales, cuyos restos se encuentran en aquella capa de estiércol.
El conocimiento de estos hallazgos me determinó a no volver directamente a Gallegos (como eran mis instrucciones), para dedicar algunos días a excavaciones en la caverna.
El lunes 24 de abril por la tarde, comencé el trabajo con cuatro peones y lo terminé el sábado 29 de abril, abandonando enseguida la caverna. Debo advertir aquí, que mis trabajos se limitaron a ligeras excavaciones por carecer de tiempo, de útiles y del número suficiente de peones para hacer una exploración sistemática de toda la caverna.
Del centenar de publicaciones que escribió casi todas se refieren a la Argentina, aun cuando luego regresó a Alemania.
El Glaciar Perito Moreno, ubicado a los 50° 30’ de latitud Sur y a los 73° 00’ de longitud Oeste de Greenwich; entre los años 1899 y 1900, Hauthal, llegó al Lago Argentino.
En el año 1900, realizó la primera ascensión al volcán El Planchón, desconociéndose la ruta que siguió y la fecha exacta.
Le dio al glaciar el nombre del jefe del Gobierno de Prusia, Otto Bismarck (1815-1898), tal el topónimo que se encuentra en la bibliografía y en distintos mapas; pero primariamente había sido descubierto por un teniente de la Armada de Chile, Juan Tomás Rogers, quién lo bautizó en el año 1879, con el nombre de Vidal Gormaz; se encuentra en Argentina y es uno de los más grandes de la vertiente Oriental del Campo de Hielo Sur.Tiene un largo de 30 kilómetros y una superficie de 258 kilómetros cuadrados de hielo, distribuidos desde una altura de 2.950 metros hasta su frente terminal, que está produciendo témpanos en el Lago Argentino a una altura de 175 metros.
Cuando arribó a esta zona del Hielo continental, Rodolfo Hauthal, expreso:. ..sólo puedo reproducir balbuceando lo que pasa por mi alma como una vibración: es una sensación pura, un sentimiento, por decir así, inmediato de lo infinito, eterno, de lo divino.
Pero más importante, fue el primer estudio verdadero del glaciar, con las medidas del avance, la exploración del túnel en la masa glaciar, el relevamiento de las morenas y de las microestructuras de los hielos.
Al parecer allí realizó ascensiones a dos cumbres patagónicas de reducida altura, el cerro Buenos Aires, de 1.600 metros SNM., en el mes de marzo de 1899 o marzo de 1900 y el cerro Frío, de 1.200 metros SNM., en el año 1899.
Puso sus estudios también a disposición de los montañistas y de esta forma sus contribuciones científicas aparecieron en la revista del Club Montañés Austro-alemán, ilustradas por las acuarelas del más grande pintor de los Alpes, Edward Theodore Compton (1849-1921), nacido en Londres, pero residente desde muy joven en Alemania.
También, se llevaron a cabo más tarde investigaciones científicas hechas por Quensel, en el año 1908, por Federico Reichert, en el año 1914, y luego, retomadas con instrumentación moderna en los años ‘90, coordinadas por el glaciólogo argentino-esloveno Pedro Skvarca, con la participación de científicos japoneses.
El azar quiso que justo se dirigiera a Hauthal, el joven químico y naturalista alemán Federico Reichert, quien ya había alcanzado éxitos con las montañas en el Cáucaso y en los Alpes, donde había sido también un pionero del esquí.
Con la mediación de Hauthal, llegó así a trabajar en Argentina, que fue quien le diera luego,un impulso determinante al desarrollo del montañismo en el país. El primero en recorrer el Glaciar Moreno fue justamente él.
El azar quiso que justo se dirigiera a Hauthal, el joven químico y naturalista alemán Federico Reichert, quien ya había alcanzado éxitos con las montañas en el Cáucaso y en los Alpes, donde había sido también un pionero del esquí.
Desde 1901, fue jefe de la comisión inglesa para la solución de la disputa fronteriza en la Patagonia entre Argentina y Chile.
Finalmente, en 1901, durante tres meses, Moreno y Hauthal, acompañaron a Thomas Holdich, representante del Tribunal Arbitral, en el reconocimiento de la región ubicada entre el lago Lacar y el Seno de la Última Esperanza.
Las tareas desarrolladas por estas subcomisiones, especialmente las 5, 7, 8 y 9, a las que se debió el descubrimiento de 43 lagos y varios ríos importantes, fue aprovechada por Roth y Hauthal, para realizar numerosas observaciones geológicas e importantes colecciones fósiles. Las mismas permitieron al primero, entre 1897 y 1899, ampliar, directa o indirectamente, el conocimiento geológico de la pendiente Oriental de la cordillera patagónica y zona aledaña, entre los ríos Negro y Limay y lago Fontana, en el Oeste del Chubut.
En cuanto a los estudios que Hauthal realizó, desde 1897 a 1902, entre lago Belgrano y Última Esperanza, en su calidad de jefe de la Sección Geológica del Museo y colaborador de la Comisión Argentina de Límites, ellos significaron el primer esquema estratigráfico de la región del lago Belgrano, el cual, hasta hace algunas décadas atrás era el único publicado de esa región.
También se debió a Hauthal, el primer mapa geológico de la región ubicada entre lago Argentino y el Seno de la Última Esperanza, donde se estableció con claridad la sucesión estratigráfica de toda la región.
Mario Hünicken, dijo de él: Después de una fecunda vida de naturalista y deportista, que lo llevó en muchas ocasiones a riesgos extraordinarios, en pleno vigor físico y mental, por un extraño contraste del destino, muere accidentalmente de una caída.
Invertebrados fósiles recogidos por Hauthal, en el Mesozoico de esa amplia zona fueron estudiados por Favre y Paulcke, al tiempo que las plantas lo fueron por Kurtz. Material de moluscos terciarios y cretácicos fue remitido para su estudio a Ihering y Wilckens, el primero de los cuales estableció la proporción de especies vivientes para cada formación desde el Eoceno al Cuaternario y la relación de las faunas del Terciario más antiguo con las de Nueva Zelanda y el Océano Índico.
Hauthal, también efectuó un levantamiento de los depósitos glaciales, asignó al Jurásico las rocas que hoy se incluyen en el Complejo El Quemado, y participó en la descripción de los hallazgos de la Cueva del Mylodon o Caverna de Eberhardt.
Cabe finalmente destacar el estudio realizado por Hauthal, sobre la distribución y clasificación de centros volcánicos a lo largo del límite argentino-chileno desde la Puna a Tierra del Fuego.
Regresó a Alemania, en el año 1906, para hacerse cargo de la dirección del Roemer-Museum de Hidelschein, Baja Sajonia, donde desde 1905 actuaba como ayudante de geología un joven de la Universidad de Göttingen, quien a la vez desarrollaba su tesis doctoral, ese joven era Anselmo Windhausen. Éste también, tenía la misión de revisar los manuscritos de Hauthal, sobre la Cordillera Patagónica por lo cual se familiarizó con la geología de los Andes australes argentinos. Hauthal, desde el Museo Romer, envió al de La Plata, una réplica del amonite más grande que se conoce, el cual desde entonces está en exhibición. En el año 1903, realizó el Doctorado en Estrasburgo. Entre los años 1906 a 1924, fue director del Museo Roemer de Hildesheim (junto a ese puesto hizo de Vicecónsul argentino de la provincia de Hannover (hasta 1917). Hauthal, tuvo la ciudadanía argentina y entre los años 1907 y 1927, actuó como Vicecónsul de nuestro país, en varias provincias alemanas. En el año 1920, remitió una nota al Museo de La Plata, ofreciéndose a ocupar la dirección del mismo, en ese momento el mencionado cargo era ejercido por el doctor Luis María Torres, por lo cual, se le contestó que el cargo no estaba disponible.
Rodolfo Hauthal, falleció en la ciudad alemana de Hildesheim, el 18 de diciembre de 1928, a los 73 años de edad, después de una fecunda vida de naturalista y deportista que lo llevó en muchas ocasiones a riesgos extraordinarios, en pleno vigor físico y mental, por un extraño contraste del destino, murió accidentalmente en una caída.
Entre sus publicaciones más importantes podemos citar: La Sierra de la Ventana (Provincia de Buenos Aires), Apuntes Preliminares; Informe sobre el descubrimiento de Carbón de Piedra en San Rafael (Provincia de Mendoza-R.A.); Nota sobre un nuevo género de filiceos de la formación rhética del Challao (Provincia de Mendoza); publicados en el año 1892; Observaciones generales sobre algunos ventisqueros de la Cordillera de los Andes (Mendoza), publicado en el año 1895; Notas sobre algunas observaciones geológicas en la Provincia de Mendoza; Contribución al conocimiento de la geología de la provincia de Buenos Aires. Las Sierras entre Cabo Corrientes e Hinojo; ambos publicados en el año 1896; Ueber patagonischen Tertiar, etc. Zeitschrift Deutsche Geologische Gesellschaft, publicado en el año 1898; El mamífero misterioso de la Patagonia Grypotherium Domesticum, Reseña de los hallazgos en las cavernas de Ultima Esperanza (Patagonia Austral), publicado en el año 1899; Mamífero misterioso de la Patagonia (Grypotherium domesticum), editado en el año 1899; Distribución de los Centros Volcánicos en la República Argentina y Chile, publicado en el año 1904; Mitteilungen über dem heutigen Stand des geologischen Erforschung Argentiniens, publicado en el año 1904; Gletscherbilder aus der Argentinischen Cordillere, publicado en el año 1904; Primera ascensión al Nevado Colorado de Famatina, revista del Museo de La Plata, Tomo VII, año 1896.
Cerro Rincon(5594 m) el 24 de marzo de 1893
Volcán de Peteroa (4090) el 27 de febrero de 1897
Nevado de Famatina(6150 m) el 20 de mayo de 1895
Aconquija (5550m) el 27 de febrero de 1893
Volcán Planchón (3977m) el 8 de marzo de 1897
Volcán Azufre( 4113m ) en fecha próxima al anterior
Volcán Descabezado (3953 m)el 15 de marzo de 1897
Volcán Lanín (3776m) el 25 de mayo de 1897
Cerro Buenos Aires (1600m ) en 1899
Cerro Frío(1200m) en 1899
José Herninio Hernández
Andinista y escritor
jherdez6@gmail.com
Centro cultural Argentino de Montaña 2023