Historia · Montañismo en el Mundo

Los Antihéroes olvidados del montañismo

Estos son cuatro ejemplos del costado negativo de la naturaleza humana, en la historia del montañismo, Marc Théodore Bourrit, Douglas Hadow, Karl Schulz y el doctor Frederick Cook

Marcelo Linsnosky

Edición: CCAM



Estamos acostumbrados a heroicos relatos de montaña. Los montañistas son audaces, valientes, abnegados, precavidos, humildes y sufridos.
 

¿No los alcanzan acaso las flaquezas humanas?
¿No hubo entre ellos envidia, celos, inexperiencia, soberbia y mentiras?
 

Hoy quiero presentarles cuatro casos de montañas emblemáticas, acentuando la participación de personajes secundarios del alpinismo, que no son recordados por la mayoría de los montañistas, pero estuvieron en momentos importantes de la historia, pero desde el costado negativo de la naturaleza humana. Son los antihéroes, y este no es un homenaje hacia ellos; pero si la narración de hechos poco conocidos por la mayoría de nosotros.

Llegada a la cumbre del Matterhorn, Cervino. Foto: www.librosunviajepersonal.wordpress.com


Marc Théodore Bourrit y el Mont Blanc
 

A mediados del siglo XVIII, Horace Bénédict de Saussure, un joven ginebrino, recién salido de la universidad, marcho a pie a Chamonix, en la base del Mont Blanc, y ofreció una recompensa para quien le señalara un camino hasta su cumbre.

Ubicación del Macizo del Mont Blanc en la frontera de Francia e Italia

Ubicación del Macizo del Mont Blanc en la frontera de Francia e Italia

Mont Blanc. Foto: www.blog.aragonaventura.es


Entre los interesados en conquistar la que por entonces se tenía por la cumbre más alta de los Alpes, se encontraba el también ginebrino Marc Théodore Bourrit.
 

Era un polifacético sin genio; no sin cierto talento, empero, aunque perjudicado por su petulancia.

Cantor en la catedral de Ginebra, se creía la voz más bella del mundo. Pintaba y también escribía mucho, siendo uno de esos que, pretendiendo hacerlo todo, logran un resultado mediocre, pero en su autosuficiencia obtienen la certeza de la perfección. Soñando vanamente ser un segundo Rousseau, no podía soportar el éxito de otro y su corazón era un depósito de hiel, siempre dispuesta a derramarse, bajo la cobertura de bellos sentimientos.
 

Bourrit tenía una sola cualidad dominante, la de la publicidad. Aquel cantor hubiera hecho en nuestros días una gran carrera. Pero incluso en aquel siglo suyo, más discreto, se movía tanto, hablaba y hacía hablar tan bien de él, que acababa creyéndose en su existencia. Algunos – y no los menos importantes – se  dejaron cautivar. Tuvo tratos con testas coronadas: Luis XVI, la reina Luisa de Prusia y otras más… Se atribuía a sí mismo diversos títulos: “Historiógrafo de los Alpes”, “Infatigable Bourrit”. ¡Nunca mejor servido que por uno mismo!.

Marc Théodore Bourrit


Aquel hombre insoportable y calculador tuvo sin embargo una pasión auténtica:
 

La montaña, de la cual se servía más que la servía, que arrastró en sus intrigas y sus componendas, por la que sufrió en más de una ocasión – sinceramente –, pero nunca abandonó.

Siguiendo a Saussure y algunos otros de menor importancia, había ido también a Chamonix, se había inflamado (lo cual se traducía en él por desbordamientos de elocuencia hiperbólica y lacrimosa) y a partir de entonces inició su campaña. No pensó ni  por un instante en la ascensión, pues era torpe y pusilánime en exceso. Pero su habilidad de publicista era tal que esperaba lucrarse del beneficio moral y del mérito de una eventual victoria ajena. Bourrit fue entonces, en resumen, el viajante comercial del alpinismo.
 

En septiembre de 1783 se produce el primer intento de Bourrit de escalar el Mont Blanc. Acompañado de Michel Gabriel Paccard y guías del valle de Chamonix, el grupo pasó la noche en la Montagne de la Côte, entre los glaciares de Bossons y Taconnaz. Pero al día siguiente, nadie continuó la marcha, pues “…el señor Bourrit no se ha atrevido a poner los pies sobre el hielo…”, según relata el doctor Paccard.
 

El segundo intento de Bourrit se produjo en junio de 1784, por la vertiente de Saint Gervais. Lleva consigo cuatro guías y un perro. Bourrit se detiene en la parte baja del itinerario, pero dos de los guías, Gervais y Marie Couttet, continuaron la ascensión hasta la Dôme du Goûter.
 

En septiembre de 1785 Bourrit y su hijo acompañan a Saussure por la vertiente de Saint Gervais. Los Bourrit se quejan de frío, dicen estar enfermos y retrasan la hora de salida. Cuando finalmente se ponen en marcha, su lentitud y torpeza hicieron que el avance resultara extremadamente laborioso. Finalmente, dado lo avanzado del día, la fatiga general y la presencia de nieve fresca, determinan el abandono.
 

Una vez en el valle, Bourrit intentó imputar el fracaso a Saussure, que rudamente tuvo que poner las cosas en su punto.

Le Prieuré de Chamouni, le Mont Blanc. Foto: www.upload.wikimedia.org

Arribando al Glaciar del Mont Blanc


A comienzo de junio de 1786, Bourrit y dos hombres encabezados por François Paccard, primo del médico de Chamonix, vivaquean en la Montagne de la Côte, donde se les une Jacques Balmat. Al día siguiente alcanzan la altura del actual refugio Vallot, es decir unos 4.360 metros, ya muy cerca de la cumbre. Pero están fatigados y descienden.
 

Finalmente, el 8 de agosto de 1786, Jacques Balmat y Michel Gabriel Paccard, conquistan el Mont Blanc.
 

Con la reaparición de Bourrit, que al no poder escalar las montañas por sí mismo procuraba hacerlas batir por otros, los meses siguientes registraron una deplorable maniobra.
 

Con el apoyo de Saussure, Paccard quería editar, por suscripción, el relato de la ascensión. La intención estaba justificada y las premisas eran favorables. Pero Bourrit tomó la delantera, entró en acción y el mismo septiembre de 1786 publicó una Lettre sur le premier voyage fait au Mont Blanc le 8 août dernier (Carta sobre el primer viaje hecho en Mont Blanc el 8 de agosto último), donde atribuía a Balmat todo el mérito de la ascensión: él era quien había encontrado el camino, había llegado primero a la cumbre y a continuación había izado a su compañero desfallecido.

El cantor (Bourrit) inventaba, pues, sin la menor vergüenza, todas las mentiras que pudieran perjudicar a Paccard, en quien reconocía así implícitamente a su rival con más suerte.  La envidia de Bourrit subraya la victoria de Paccard.

Mont Blanc


Entre las numerosas obras del polígrafo ginebrino, esta Lettre sería la única perdurable. Es lamentable, además de ser una injusticia, cuyos nefastos efectos habían de perpetuarse. La exagerada notoriedad de su autor permitiría que las contra-verdades de que estaba llena se difundieran: ni las declaraciones que obtuvo de la propia mano de Balmat, pudieron restablecer la verdad de los hechos ni lograron cambiar nada. Más de cincuenta años después, la leyenda de Bourrit sería recogida de buena fe, extendida y ampliada por la intervención imprudente de Alejandro Dumas, que siempre supo hacer novela de la historia. En cuanto al relato de Paccard, que sin duda hubiera sido verídico e instructivo, la posterioridad se ha quedado sin él. Béranger, el editor encargado, resultó ser amigo de Bourrit, y guardó el manuscrito cuidadosamente en un cajón. Un año más tarde, la resonante ascensión de Saussure privó de actualidad aquel escrito. Paccard, desanimado, renunció a la publicación y se encerró en una digna reserva. El autollamado “Infatigable” había logrado su objetivo, y ya que no pudo ni acercarse siquiera a una victoria semejante, consiguió por lo menos estropear la del doctor. Añadamos que, por una justa compensación de los hechos, Bourrit no alcanzaría nunca aquella cumbre a la que había dedicado todo el sentimiento sincero de que fue capaz. Este fue su castigo. Sus repetidos intentos y sus inevitables fracasos tienen algo de irrisorio y, a la larga, de conmovedor. Como muchos de sus semejantes, aquel ser insoportable era también un pobre hombre. Habiendo hecho este pequeño acto de justicia, dejémosle en paz, y para siempre.


Douglas Hadow y el Cervino

El alpinista a quien nos referimos no tuvo una larga vida, ni una brillante carrera en la montaña. Formó parte, sin embargo, de la cordada que efectuó la primera ascensión al Matterhorn o Cervino; una de las más bellas cumbres de los Alpes.

Ubicación del Macizo del Mont Blanc en la frontera de Francia e Italia

Ubicación del Monte Cervino, Matterhorn, en la frontera de Suiza e Italia

Matterhorn, Cervino. Foto: www.upload.wikimedia.org


Hasta el año 1865, Edward Whymper había efectuado ocho tentativas a la invicta cumbre del Cervino. Estaba obsesionado por la montaña y pretendía ser el primero en escalarla. Pero en julio de ese año, fue abandonado por su guía preferido, el italiano Jean Antoine Carrel. Muy contrariado, se dirige a Suiza, atravesando el Paso Théodule, junto con Lord Francis Douglas. La “carrera” por el Cervino se iniciaba desde la vertiente italiana de Valtournache y desde la vertiente Suiza de Zermatt.

En Zermatt, Whymper y Douglas se encuentran con Michel Auguste Croz, probablemente el mejor guía de su época, quien estaba al servicio del reverendo Charles Hudson, uno de los mejores alpinistas aficionados del momento. Charles Hudson pretendía escalar también el Matterhorn; y Whymper le propone unir los esfuerzos en una sola cordada. Hudson está de acuerdo, pero impone como condición que forme parte de la expedición su amigo, el inexperto Douglas Hadow.
 

¿Qué experiencia tenía este joven de veinte años en el alpinismo?
 

 Ante esta pregunta formulada por Whymper, contestó el reverendo Hudson:
 

” El señor Hadow ha subido el Mont Blanc en menos tiempo que la mayoría”
 

En el Alpine Journal, T.S. Kennedy comenta que Hadow fue desde Grands Mulets hasta la cima del Mont Blanc en menos de cuatro horas y media y descendió desde la cima a Chamonix en cinco horas.
 

Además del muy fácil Buet, había sido la única ascensión que había efectuado el muchacho. El destino seguía su curso, entre el notable conjunto de expertos guías y montañeros, se encontraba un inexperto, a punto de intentar la ascensión al pico virgen más famoso de los Alpes.
 

La expedición partió bien temprano al amanecer del 13 de julio de 1865. La integraban Whymper, Douglas, Hudson, Hadow; y los guías Croz y Taugwalder. El joven Taugwalder hijo oficiaba de porteador.

Michel Auguste Croz. Foto: www.foropicos.net

Douglas Hadow


Antes del mediodía encontraron un buen sitio para acampar, a 3.350 metros de altura. Croz y el joven Peter Taugwalder se adelantaron a reconocer el itinerario.
 

Volvieron con las buenas noticias que no había mayores dificultades en el camino elegido. Con la salida del sol, el grupo se encamina hacia la cumbre. Al llegar a la travesía que deben efectuar en la Pared Norte, Croz se pone en cabeza guiando al grupo. Las dificultades son sorteadas y pronto dejan atrás el tramo más difícil. Hadow, poco acostumbrado a este tipo de escalada necesitaba ayuda casi constante.
 

Pero ya el terreno se vuelve más fácil de transitar, Croz y Whymper corren hacia la cumbre. ¿Los italianos los han adelantado? No. En la nieve cimera no se ven pisadas y mirando hacia la vertiente italiana, distinguen al grupo de Carrel, quien se halla a unos 250 metros de desnivel de la cima. Hacen rodar piedras para hacerse notar, y sus adversarios, desanimados, emprenden la retirada.
 

Croz se quita su camisa y la enarbola sobre el mástil de la tienda, que increíblemente llevó hasta allí. Es el símbolo de la victoria sobre el Cervino, y lo verán desde Valtournache y Zermatt.

Encordados en el glaciar. Foto: www.foropicos.net


Después de una hora de felicidad en la cumbre, comienzan el descenso.
 

El orden de descenso era el siguiente: primero el guía Croz, luego Hadow, Hudson, Douglas, Peter Taugwalder padre, Whymper y cerrando la marcha Peter Taugwalder hijo.
 

Estaban atados con tres cuerdas distintas, los cuatro primeros entre sí, luego una cuerda unía a Lord Francis Douglas con Peter Taugwalder padre; que a su vez estaba atado a Whymper y a su hijo.
 

Al llegar a la difícil travesía de la Pared Norte, Croz dejo a un lado el piolet para colocar los pies de Hadow en la posición adecuada. Cuando estaba por continuar descendiendo y repentinamente, Hadow resbala y cae sobre Croz, que no estaba preparado para lo que sucedió y perdió el equilibrio. Intentó tomar el piolet, pero no lo consiguió, y exhalando una aguda exclamación, se precipitó hacia el abismo; junto con Hadow. Hudson fue arrancado de su posición y a continuación, también Francis Douglas. Peter Taugwalder padre tomó la cuerda que lo unía a Douglas, y le dio un par de vueltas a una roca que sobresalía. Una sacudida tremenda, y la cuerda que unía a los cuatro escaladores que caían con Peter Taugwalder padre, se cortó. La cordada rodó de precipicio en precipicio, a lo largo de los mil doscientos metros de caída de la pared Norte del Cervino.

Caída de los escaladores en la Pared Norte del Cervino


Los tres sobrevivientes tardaron media hora en recobrar el ánimo y continuar descendiendo. Los guías, en especial, estaban paralizados de terror, y Whymper tuvo que hacerse cargo de la dirección de la cordada. Continuaron descendiendo hasta que cayó la noche y vivaquearon en la arista de Hӧrnli.
 

Por la mañana, continuaron su camino y llegaron a Zermatt, donde informaron de la tragedia. Las autoridades dispusieron la recuperación de los cadáveres. Fueron encontrados en el orden que estaban encordados, primero Croz, luego Hadow y a continuación Hudson. No se encontró el cuerpo de Lord Francis Douglas.
 

El juez Joseph Antoine Clemenz llevó a cabo un proceso para determinar las responsabilidades del accidente. El resumen del proceso fue un veredicto de no culpable para los involucrados, indicándose que el señor Hadow fue causante del accidente.
 

Sin embargo, durante mucho tiempo hubo rumores que señalaban que Peter Taugwalder padre había cortado la cuerda para salvar su vida. Este estigma marcó al guía por el resto de su vida.
 

Un análisis  posterior, efectuado por el Club Alpino Suizo muchos años después de la tragedia, llegó a la conclusión que a Hadow, con su escasa experiencia alpina, debían haberlo convencido para que no participase en la expedición; y eso tendría que habérselo dicho Croz, Whymper  y Hudson, al ser ellos las personalidades más destacadas del grupo.
 

Pero el destino dispuso las cosas de otra manera, y el inexperto Hadow selló la suerte de cuatro de los primeros vencedores del Cervino.

Cervino, Matterhorm. Foto: www.patermendaza.blogspot.com


Karl Schulz en La Meije
 

Los seguidores de la Revista Digital del CCAM ya conocen La Meije (número 15), en los Alpes del Delfinado.
 

En esta oportunidad nos referiremos al intento que realizaron en la Pared Sur de esta montaña dos de los mejores alpinistas de su época; los hermanos Otto y Emil Zsigmondy  y su ocasional compañero, el profesor Karl Schulz, de Leipzig.
 

Los hermanos Zsigmondy habían realizado la travesía integral de todos los picos de La Meije, junto con su compañero habitual, el tirolés Ludwig Purtscheller.

Ubicación de la Meije, en los Alpes del Delfinado, Francia


Purtscheller no pudo acompañar a los hermanos Zsigmondy, quienes se unieron al profesor Karl Schultz  para una meta muchísimo más ambiciosa que la travesía ya lograda: la pared Sur de La Meije, espantosamente escarpada, desgarrada por profundas grietas y chimeneas; una pared con la que no se habían atrevido ni los más audaces alpinistas de la época.
 

Digamos unas palabras sobre Karl Schulz: este profesor era el típico turista con guía, que aprovechaba una vez más la ocasión para introducirse – bajo la dirección de los ya famosos hermanos Zsigmondy – en el círculo de los alpinistas sin guía.
 

En el historial alpino de Karl Schulz encontramos la segunda ascensión a  la ruta Biancograt del Piz Bernina, la tercera del Corredor Marinelli del Monte Rosa y la primera ascensión al Crozzon di Brenta, en las Dolomitas.
 

No era pues, un novato, como en el caso de Hadow en el Cervino, pero se atribuía el pretencioso papel de haber sido nada menos que el inventor del alpinismo. Y así lo expresaba en las revistas técnicas y en las conferencias.
 

Los hermanos Zsigmondy y el profesor Schulz atacaron la pared que se levanta sobre el desgarrado glaciar de los Etancons, el 6 de Agosto de 1885. Las dificultades eran enormes, pero los tres consiguieron llegar cada vez más arriba. Cuando se encontraban en la mitad de la pared, su ascensión se vio repentinamente frenada. Ante ellos se erguía un escarpado resalte de casi treinta metros de altura y extraplomado en su último tramo. Decididos a no renunciar, Emil Zsigmondy inició la ascensión por aquel abrupto paredón en tanto su hermano Otto le aseguraba con una cuerda de cáñamo de 17 metros de longitud.

Dr. Emil Zsigmondy. Foto: www.en.wikipedia.org


Al acabarse la cuerda, Emil Zsigmondy no había logrado encontrar aún en aquella pared la ansiada repisa que hubiese permitido que le siguiera su hermano, y así, nuevamente asegurado, proseguir la escalada. ¿Qué podía hacer Emil? ¿Regresar? No podía regresar ahora, después de tantos esfuerzos realizados, por culpa de un maldito resalte. Emil les gritó a los dos hombres que estaban más abajo que atasen la segunda cuerda a la suya. Es esta una operación que puede llevarse a cabo en casos apurados, especialmente si no se utilizan clavijas, y siempre que el nudo de unión se realice correctamente. Otto anudó sólidamente ambas cuerdas. La segunda, de 21 metros de longitud, era de seda y pertenecía al profesor Schulz. Las cuerdas de seda natural se hallaban por aquel entonces en período de pruebas (un examen que no superaron jamás, al no poder demostrar su eficacia). Esto era algo que Karl Schulz sabía perfectamente desde finales del último verano en las montañas, donde había escalado más de diez cumbres con su cuerda de seda. Seis meses antes de esta ascensión por la pared Sur de La Meije, el profesor Karl Schulz había publicado un artículo referente a sus experiencias con su cuerda de seda, en la edición de marzo de 1885 de la revista del Club Alpino, y en el afirmaba: “Mi cuerda de seda presentaba, después de aquellas diez escaladas, numerosos puntos dañados y se encontraba en mal estado en su parte externa; los hilos externos se habían desgastado deshaciéndose. La cuerda había sido rozada numerosas veces a lo largo de las rocas, algo que no puede evitarse en las escaladas…
 

Me sentí obligado a publicar mis observaciones y experiencias respecto al empleo de una cuerda semejante, por cuanto no hay nada que pueda hablar a favor de la misma. Los alpinistas ingleses no la utilizaban y tampoco los guías. Por lo tanto, es conveniente y muy justificado advertir de los peligros que entraña la utilización de las cuerdas de seda en las siempre difíciles expediciones alpinas, que se desarrollan por zonas rocosas muy escarpadas y por encima de grandes glaciares, que presentan tremendas grietas.”
 

¡Eso era, nada menos, lo que el profesor Schulz había escrito sobre su cuerda de seda de 21 metros con la que Otto Zsigmondy aseguraba a su hermano Emil durante aquella escalada aérea! ¿Porqué llevó Schulz una cuerda contra la que tenía tantos argumentos en contrario? ¿Porqué los hermanos Zsigmondy aceptaron llevarla, y luego usarla? Son todas preguntas que no tienen respuesta. El destino había preparado el escenario y arrojado los dados. El resultado fue el siguiente:
 

Emil Zsigmondy disponía ahora de 38 metros de cuerda: 17 metros de cuerda de cáñamo, más 21 metros de cuerda de seda natural. El joven Zsigmondy fue avanzando lentamente por aquel resalte de la pared Sur de La Meije. Cada movimiento había sido pensado, sopesado, estudiado; porque cada vez era más grande la distancia que lo separaba de sus compañeros, y por consiguiente, más peligroso.
 

Solo le quedaban un par de metros para llegar a la repisa rocosa que suponía se encontraba detrás de aquel obstáculo. Pero eran dos metros en extrapolomo, y Emil Zsigmondy no se atrevió a continuar y tomó la decisión de regresar. Con la cuerda rodeó un pequeño saliente en la roca, se descolgó uno o dos metros, y entonces, repentinamente, se precipitó al vacío. Otto comprendió inmediatamente la gravedad del accidente.

Acortó la distancia que le separaba de su hermano, tirando desesperadamente de la cuerda. Emil se precipitó junto a él, su cuerpo chocó contra la roca y continuó cayendo a más y más profundidad. Otto seguía tirando de la cuerda que aún sujetaba a su  hermano y rodeó con un lazo el pilar de piedra más próximo para no verse arrastrado.
 

Entre tanto, Schulz había actuado también a su manera: dio rápidamente dos pasos hacia un lado, tomó entre sus manos el extremo de la cuerda y con ella rodeó su antebrazo derecho, al tiempo que se sujetaba con la mano izquierda en la roca, afianzándose fuertemente con los pies contra un saliente. La cuerda empezó a tensarse: parecía existir una esperanza. La caída de Emil se detendría y su cuerpo se balancearía en aquella roca vertical. ¡El tirón de la cuerda! Otto lo notó con una dureza tremenda … y fue arrastrado en dirección al precipicio. ¡El lazo! ¿Dónde estaba el lazo hecho con la cuerda que unos segundos antes había enrollado en torno a un pilar de piedra? Había desaparecido. Otto se aferró desesperadamente a un saliente de roca y de pronto la cuerda se destensó. Se había salvado. ¿Había chocado Emil otra vez? No. La cuerda de seda del profesor Schulz se había roto sin que hubiese sido dañada por alguna afilada arista de la montaña. No se rompió tampoco por el lugar donde estaba el nudo.  La cuerda de seda se había roto en un lugar cualquiera.
 

El cuerpo de Emil Zsigmondy siguió cayendo y se detuvo en el glaciar, 500 metros más abajo, al pie mismo de la pared. Así terminó la existencia llena de esperanzas de aquel joven de 24 años.
 

Su cadáver fue rescatado en solitario por Ludwig Purtscheller, su antiguo compañero de cordada.
 

El profesor vienés Eugen Guido Lammer, uno de los más fervientes partidarios del alpinismo sin guías, publicó un panfleto titulado “Un caballero alpino de la triste figura”, tres años después de que se produjese la tragedia de La Meije. Se refería al profesor Karl Schulz, y en él atacaba, pública y duramente, el asunto de la cuerda de seda.
 

La pared Sur de La Meije fue vencida por los hermanos Max y Guido Mayer, con los guías Angelo Dibona y Luiggi Rizzi en el año 1912.
 

La directa de la cara Sur de La Meije fue obra de Pierre Allain, J. Leininger y J. Vernet, el 12 de septiembre de 1934.
 

Mirando la fotografía de la cara Sur de La Meije, hago una reverencia mental al coraje y la audacia de Emil Zsigmondy, muerto en la Meije, por la cuerda defectuosa del profesor Karl Schulz.


El Doctor Cook y el Mc Kinley
 

En la historia de la exploración no hay fraude desenmascarado de manera tan concluyente como la pretensión del doctor Frederick Cook de haber alcanzado la cumbre del Mc Kinley. Cook fue un embustero por partida doble, pues tres años más tarde emergió desde el Ártico para anunciar que había alcanzado el Polo Norte, aserción descartada de manera casi tan concluyente como la del Mc Kinley.

Ubicación del Monte McKinley, Alaska, Estados Unidos de América

Ubicación del Monte McKinley, Alaska, Estados Unidos de América

Monte Mc Kinley. Foto: www.himalman.wordpress.com


El doctor vivió sus treinta últimos años de vida en la ignominia pública y hasta cinco años en un penal federal por una estafa sobre terrenos petrolíferos.
 

¿Quién era el doctor Cook y qué experiencia tenía en el mundo de la exploración?
 

En 1891-1892 participó en una expedición bajo las órdenes de Robert Peary, hacia el punto más septentrional de Groenlandia.
 

Fue médico en la expedición belga a la Antártida de 1898-1899, que se vio forzada a pasar el invierno en los mares que rodean el continente.
 

Fue uno de los miembros fundadores del American Alpine Club.
 

En 1903, realizó uno de los primeros intentos de escalar el Monte Mc Kinley.
 

Si bien sus compañeros de expedición Peary y Amundsen alaban su desempeño como médico y etnógrafo; otros expedicionarios opinaban en forma muy diferente.
 

Se lo acusaba de falta de sentido de orientación, no saber manejar el instrumental necesario para una correcta navegación y no poseer condiciones para el liderazgo.

Dr. Frederick A. Cook. Foto: www.timetoeatthedogs.com

Frederick Cook. Foto: www.babettu.wordpress.com


Tras el frustrado intento al Mc Kinley de 1903, Cook vuelve a la carga en el año 1906. Con sus compañeros Belmore Brown, Herschel Parker y otros, lleva a cabo un reconocimiento muy importante de la zona, descendiendo el río Susitna hasta la ensenada Cook (Cook llamada así en honor al gran navegante inglés, no el doctor de nuestro relato). Al parecer la expedición había terminado. El otoño se acercaba a esas septentrionales latitudes; y el doctor Cook comenta  a sus compañeros que volverá sobre sus pasos para tratar de encontrar una ruta viable para una futura expedición.
 

Sólo lo acompaña un hombre llamado Edward Barrill. Remontan el Glaciar Ruth (llamado así en honor a la hija del doctor) y se adentran en lo que se conocería como la Gran Garganta, un corredor glaciar con impresionantes precipicios de granito. Continúan avanzando por varios días, hasta que el 16 de septiembre de 1906, cuenta el doctor Cook que llegan a la cima. Cook describía el “granito descarnado” cerca de la cumbre, y mencionaba haber dejado un testimonio de cumbre y una banderola en un recipiente metálico.
 

¿Qué hicieron realmente Cook y Barrill durante la docena de días que pasaron en el glaciar Ruth?
 

Podemos deducir sus movimientos con una precisión sorprendente: tras penetrar en la Gran Garganta hasta el pie de una montaña conocida como Mooses Tooth, se dieron la vuelta y regresaron. Eligieron una montañita insignificante, cuya cima no llegaba a mil ochocientos metros, y la subieron. Cook sacó una foto en la cumbre, en la que se veía a Barrill sujetando una bandera estadounidense. Esa foto se publicó en febrero de 1908 en el relato oficial de Cook con el título de “Lo más alto de nuestro continente”. Así se llevó a cabo el engaño de Cook, y de su cómplice, Barrill.
 

Pero sus compañeros Browne y Parker no creyeron en el relato del doctor Cook, pues el tiempo empleado en llegar a la cumbre y volver, era muy breve para ser cierto. Presentaron sus sospechas al Explorers Club y a la American Geographical Society.

Detalle de la zuela de la bota para el hielo y la roca. Foto: www.foropicos.net


Mientras tanto, el doctor Cook armó una nueva expedición, para ser el primero en llegar al Polo Norte. Cuando regresó a Groenlandia, en abril de 1909, afirmó que había llegado a la latitud 90º Norte, un año antes. Robert Peary afirmaba también él haber alcanzado el Polo Norte; y la opinión pública se polarizó detrás de uno u otro de los exploradores.
 

Volviendo al tema Mc Kinley, en octubre de 1909, Edward Barrill, el compañero de Cook en el fraude sobre la ascensión a la Gran Montaña, firmó una declaración negando que él y Cook hubieran estado nunca cerca de la cima del monte McKinley.
 

Se organizó un careo en el Explorers Club, con Parker y Browne como testigos, pero el doctor Cook se negó a declarar.
 

Mientras tanto, Parker y Browne llevaron a cabo otro intento al Mc Kinley, que si bien fracasó; pudieron, sin embargo, identificar el Pico Falso que utilizó Cook para inventar la llegada a la cumbre, y obtuvieron una foto en el mismo lugar que Cook hizo posar a su cómplice Barrill.
 

A lo largo del año siguiente, la estrella de Cook cayó de manera espectacular.  La pérdida de los datos de la observación de Cook en el Ártico lo perjudicó, como la declaración de los esquimales que lo acompañaron, que afirmaron que nunca se alejaron de la costa. La controversia llegó a tal punto que se puso en marcha una investigación del Congreso.
 

El 4 de marzo de 1911, el presidente Taft firmó un certificado en el que acreditaba que Peary había alcanzado el Polo Norte.
 

Por su parte, al doctor Cook se lo expulsó del Explorer Club y del American Alpine Club.
 

La historia seguía su curso, para continuar desenmascarando las mentiras del doctor Cook.
 

En 1912, Parker y Browne llevan a cabo un nuevo asalto al Mc Kinley y están a punto de conseguir la victoria.  A menos de 90 metros de la cumbre, deben dar media vuelta por las adversas condiciones meteorológicas, pero comprueban que las descripciones de los últimos metros del Mc Kinley, no corresponden para nada con la descripción que hace el doctor Cook.
 

Por último, el 7 de junio de 1913, el Arcediano Hudson Stuck, Walter Harper, Harry Karstens y Robert Tatum llegan a la cumbre del Mc Kinley. Por supuesto, no encuentran testimonio alguno de Cook y Barrill; y el panorama desde la cumbre es totalmente diferente al que describía el doctor: en la cima no había roca alguna, sino sólo hielo y nieve. El doctor Cook mencionaba que el Mc Kinley era una ciudadela aislada, Stuck declaraba que el rasgo dominante de aquel panorama, era la gran mole del Monte Foraker, que se interpone a la vista y ocupa todo el segundo término.
 

El resto de la vida de Cook consistió en un estoico ejercicio de aguante de la humillación. Realizó una expedición más, un viaje antropológico a Borneo. Se convirtió en geólogo en Wyoming  y en promotor petrolífero en Texas. En 1923 se lo acusó de utilizar el correo para defraudar y que las tierras que poseía su compañía no valían nada. Cumplió cinco años de prisión en Leavenworth, y además dos años más de cárcel, mientras apelaba inútilmente.
 

Cuando salió en libertad condicional en 1930, Cook tenía sesenta y cuatro años y era un hombre destrozado. Los diez últimos años de su vida los pasó en la pobreza, mantenido por su leal hija Helene.
 

Murió en el año 1940. En su lecho de muerte fue perdonado por el Presidente Roosevelt.
 

Así vivió y así murió Frederick Cook, el falso conquistador del Polo Norte y del monte Mc Kinley.
 

Llegan así a su término estas cuatro historias de alpinistas. En ella hemos visto expuestas todas las flaquezas humanas: la envidia, la codicia, la temeridad irreflexiva, la mentira. Pero a pesar de todo, los cuatro antihéroes que presentamos  tenían algo en común a todos ellos, y que hacen que nuestro juicio sea benévolo: el amor por la montaña.

 


Bibliografía recomendada:
 

- La Montaña y el Hombre, de Georges Sonnier.
- Revista Desnivel número 142. Especial Mont Blanc.
- Revista Digital CCAM número 3. ¿Cómo fue la primera ascensión al Mont Blanc?
- Les Grands Alpinistes, de Paolo Lazzarin y Roberto Mantovani.
- Montagne, les grandes premières, Sylvain Jouty.
- La Conquista de las Grandes Cumbres, de Antonio Ribera.
- Enciclopedia de la Montaña, de Juan José Zorrilla.
- Diccionario Incompleto de Montaña, de José Hernández.
- Las Montañas, de Lorus Milne y Margery Milne.
- La conquista del Cervino, de Edward Whymper.
- Revista Digital CCAM número 6. Primera ascensión al Cervino.
- Revista Desnivel número 277. A caballo del Cervino, por Simón Elías.
- Aventuras en Montaña, de Toni Hiebeler.
- Revista Digital CCAM número 15. Cerro Meije, Alpes Franceses.
- En Paredes Extremas, de Walter Pause y Jürgen Winkler.
- Grandes Conquistas, de James Ramsey Ullman.
- Revista Digital CCAM número 29. Primera ascensión al Monte Mc Kinley.
- Grandes engaños de la exploración, de David Roberts.

 


 


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