El Volcán Lanín, enclavado en una zona de singular belleza, rodeado por extensos bosques y azules y profundos lagos en la provincia de Neuquén
Tras varios días de preparativos y pese a un entrenamiento insuficiente los expedicionarios mendocinos accedieron a la media hora más cara para el andinista: su estancia en la cumbre.
Aislados entre sus inmensos glaciares y sus tormentas, los Andes patagónicos son montañas de primer orden, no obstante su escasa altura. Sus glaciares se extienden sobre centenares de kilómetros y pueden compararse con los que cubren las montañas polares. Sus enormes masas empujan hacia el oeste gigantescas cataratas de hielo que caen en los fiordos del Pacífico, mientras que al este se pierden en los grandes lagos argentinos donde sus frentes helados y los icebergs que se desprenden, constituyen un paisaje ártico en el limite de la llanura patagónica.
La descripción de Louis Depasse, en su Libro “Al asalto del Fitz Roy", podría aplicarse a la gran mayoría de nuestros cerros andinos. En nuestra República Argentina hay elevado numero de cumbres de más de 6.000 metros, como el Ojo del Salado, el Tupungato, el Plata, el Aconcagua; pero también se yerguen gran cantidad de cerros de menor altura, que llaman la atención por su dificultad para ascenderlos. Dos ejemplos: el Cerro Torre, de escasos 3.200 mts., que fue vencido sólo dos veces por Cesari Maestri (hasta 1973), provisto de un moto-compresor con el que realizó los orificios donde colocaría los clavos para su subida en escalada artificial en sexto grado; y el Fitz Roy, de 3.870 mts., cuya cumbre fue hollada por primera vez en 1952 por un expedición francesa y en una segunda oportunidad por argentinos.
En Neuquén, cercano a Junín de los Andes, otro de estos cerros se perpetuaba como un desafío a los andinistas: el Volcán Lanín, enclavado en una zona de singular belleza, rodeado por extensos bosques y azules y profundos lagos como el Huechulaufquen y el Tromen, las dificultades para su ascenso son múltiples. Laderas cubiertas por extensos glaciares y un mal tiempo en constante acecho son, sin duda, sólo las más evidentes.
En setiembre de 1972 una comisión del Club Mendoza de Regatas programó la escalada para el mes de diciembre del mismo año. En ese preciso momento comenzó la lucha: transporte desde Mendoza a Junín de los Andes, equipo indispensable, alimentos, adiestramiento. La práctica de del uso de grampones en hielo no pudo ser concretada, sin embargo, y sumado este hecho con otros inconvenientes obligó a una postergación de la salida para los primeros días de enero de este año. Para encontrar hielo en esa época había que trasladarse hasta muy adentro de la cordillera mendocina, por lo que los integrantes de la expedición, debido a sus obligaciones —trabajo, estudio—, no pudieron realizar la práctica indispensable.
El 7 de enero, por fin, la expedición salió con rumbo al puesto de gendarmería de Paso Tromen. El vehículo alquilado transportó a sus integrantes más un cuarto de tonelada de impedimenta a través de los 1.100 kilómetros, que los separaba de la primera posta. Llegados y ubicados en un lugar cedido por Gendarmería, Mario Moreno - el Jefe -, Mirtha Moricci, Daniel Serio, Luis Salmoiraghi, Daniel Palacios y Jorge Vega, programaron muy detalladamente su plan de trabajo, que desde este punto les llevaría tres jornadas de trajín.
El plan: transportar los equipos hasta el campamento número uno; luego de instalarlo, trasladar parte de este equipo hasta el refugio existente a los 2.900 metros; y, por último, culminar el segundo día preparando los aprestos para el ataque final, la conquista de la cumbre.
Desde el principio, las cosas no anduvieron muy bien. El día 11 se inició la marcha hacia el primer campamento, cargando las abultadas mochilas, pero después de haber caminado toda la jornada, tras un breve paréntesis para el almuerzo, comprendieron que habían tomado el rumbo equivocado. Por la noche regresaron al Puesto de Gendarmería.
Dado el poco tiempo de que disponían, resolvieron reanudar la marcha inmediatamente por la madrugada, y continuar desde el campamento hasta el refugio en el mismo día. La caminata fue a ritmo forzado. El reloj marcaba la una de la tarde cuando se detuvieron en el campamento uno para tomar algunos alimentos y dejar lo necesario para el armado de las instalaciones. Tras el breve descanso, continuó la marcha y finalmente, a las 16, ya pudieron divisar el refugio. Sólo pudieron alcanzarlo tres horas más tarde, debido a la dificultad que representan los glaciares.
Ahora, sólo restaba el último salto. Nada se dejó librado al azar. Los alimentos imprescindibles, sacos de duvé, pantalones, impermeables, mitones, antiparras, grampones y todo lo necesario fueron cuidadosamente revisados y ordenados. A las diez de la noche, la segunda jornada llegaba a su fin, entre un coro de bostezos. Todos fueron a dormir.
El día 13 amaneció con un clima excelente, pese a cierta alarma que provocó una leve ventisca del sudoeste, que podía presagiar tormenta del Pacifico. A las 6.30 hs. ya se estaba en camino. Sin entrenamiento adecuado de gramponaje - la caminata sobre hielo con los grampones de 10 y 12 puntas -, pero dispuestos a hacerles frente a los glaciares, los expedicionarios supieron de un desfile de grietas y empinadas pendientes bajo sus pies. Durante ocho horas se prolongó la lucha entre los glaciares, que parecía custodiar el volcán Villa Rica, de Chile. Finalmente llegaron.
El resto es rutina. Permanecieron por espacio de media hora en la cumbre, rescataron comprobantes del Club Andino Centenario, dejaron los propios, y tras tomar, fotografías emprendieron el camino de regreso. A las 21 hs. ya estaban de nuevo en el refugio.
Después de realizar algunos estudios de la zona, y un relevo fotográfico volvieron a transportar los materiales al puesto de gendarmería. Ahora, sólo quedaba disfrutar de la gloria: pero esa es otra historia, que comenzó con el retorno a Mendoza.
- Revista "Weekend" Nº 14, Noviembre 1973
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