Un grupo de escaladores de Chos Malal acaba de hacer historia con su primer ascenso al Domuyo en pleno invierno.
Cuenta la leyenda que en la cima del Domuyo vivía una niña, custodiada por un toro colorado y por un lustroso caballo negro. Cierta vez, un valiente cacique quiso confirmar la historia que había escuchado, y mientras iba rumbo a la cima vio cómo el negro potro salvaje pasaba a su lado dando furiosos resoplidos, a la vez que desataba un remolino de nubes negras y una tremenda tormenta.
El cacique, sin embargo, resistió, y finalmente la tormenta pasó. Llegó a una explanada, donde descubrió una laguna y vio asombrado a una joven de hermosura celestial que peinaba sus cabellos con un peine de oro. Cuando quiso acercarse a ella, de entre las totoras salió el bravo toro con ganas de embestirlo, pero el cacique pudo huir subiendo rápidamente por las laderas del cerro.
Por fin llegó a la cumbre, en donde encontró un gran tronco de oro, del que codiciosamente consiguió arrancar con ayuda de su cuchillo algunos trozos que guardó en su bolso.
Así fue que comenzó a bajar antes de que lo sorprendiera la oscuridad, pero de pronto escuchó bramidos y vio que el toro le arrojaba enormes piedras. Una de ellas lo golpeó en la cabeza, haciéndolo rodar. Pensó el cacique que esto sucedía por los trozos de oro en su bolso, y los arrojó al suelo. Entonces cesaron las piedras.
Llegó así al pie del cerro y se pudo a descansar, quedándose dormido. Y en sueños vio un anciano que le dijo: "Has sido valiente, y dale gracias a Dios por estar vivo, pero para que no enseñes a otro el camino despertarás en otro lugar". Así sucedió y volvió a su tribu a contar su aventura.
Desafiando la Leyenda
Mas allá de la discusión sobre si el Domuyo es un volcán sin cráter o un cerro, el gigante del norte de Neuquén, con sus 4.709 metros, es el techo de la Patagonia. Todos los años son muchos quienes se animan a intentar un ascenso.
Decimos "intentar" porque no es nada fácil escalar por los glaciares eternos o resistir la acción de los fuertes vientos que originan desprendimientos de rocas y avalanchas. Durante el verano pasado, dos grupos de andinistas subieron al Domuyo, e incluso lo intentaron por rutas nuevas. Pero no pudieron llegar a la cumbre.
En el primer caso los glaciares lo impidieron, y en el segundo se pudo a llegar a los 4.300 metros, tras lo cual las tormenta y el viento cortaron el ascenso.
Sin embargo, en este invierno de 1997 tres jóvenes escaladores de Chos Malal escribieron un renglón en la historia del andinismo al realizar el primer ascenso al Domuyo en invierno.
La aventura comenzó el 29 de julio, cuando una camioneta los acercó al paraje Las Ramadillas. Hasta allí los dejó avanzar la nieve: estaban a 38 kilómetros de la base del volcán, y desde ese punto debían seguir a pie.
Una tormenta de viento y nieve sólo les permitió avanzar dos kilómetros en tres horas, tras lo cual llegaron al rancho de un poblador que los albergó hasta el amainar de la tormenta.
El 31 de julio pudieron reanudar la travesía, imponiéndose doce horas de marcha, y así llegaron hasta el paraje llamado Ailinco, donde debido a otra tormenta de nieve descansaron hasta el 3 de agosto.
Al día siguiente ya estaban listos para encarar los 14 kilómetros que los separaban del Domuyo y comenzar la subida. En la primera etapa llegaron hasta el campamento base, a 2.300 metros de altura.
Luego de un descanso, el 5 de agosto comenzaron el ascenso hasta lo que sería el campamento de altura, a 3.800 metros, y por fin el 6 de agosto a las 7.20 iniciaron la travesía final, la que debía llevarlos hasta el techo patagónico.
Las dificultades sobraban: las garrafas de gas se habían congelado y no se podía ni derretir nieve ni calentar algún alimento deshidratado; además la nieve en algunos lugares estaba muy blanda e impedía fijar los grampones, circunstancia que los obligó a cambiar algunos sectores de la ruta.
Así aparecieron escaladas en hielo, en roca y hasta gateando con la ayuda de las piquetas. Sin embargo, y a pesar de todo, a las 14.00 hicieron cumbre.
Durante 40 minutos, el gigante del norte neuquino compartió sus 4.709 metros con estos tres intrépidos andinistas. El relato de la experiencia, de todos modos, probablemente no sea suficiente para dar idea cabal de las muchas dificultades y situaciones que tuvieron que atravesar: basta pensar que la temperatura durante el ascenso osciló entres los 25 y 30 grados bajo cero, y que la velocidad del viento era de 120 kilómetros por hora en la cumbre.
Fin de la hazaña
Las dificultades, al fin y al cabo, no importaban: la historia ya estaba escrita. Decidieron entonces bajar, y a las 17:00 ya estaban de regreso en el campamento de altura tras haber desandado el camino hecho, aunque nuevamente las condiciones meteorológicas llevaron al cambio de algún tramo.
A medida que iban encontrando pobladores, los tres montañistas recibían felicitaciones y hasta ayuda para cargar sus mochilas. Raúl Rebolledo. Jorge Gómez y Alberto Fuentes habían cumplido con creces las expectativas que los habitantes de Chos Malal depositaron en ellos.
Cuentan algunos pobladores que hasta el toro colorado y el negro potro salvaje quedaron admirados de su osadía, pero cuidado, que los guardianes del Domuyo no quedaron vencidos. Quien decida volver a escalarlo escuchará los relinchos de uno y verá las piedras que arroja el otro: es que la niña se sigue peinando al borde la laguna, y ellos cuidan para nadie perturbe su tranquilidad.
Primer Ascenso
En noviembre de 1904, el sacerdote Lino del Valle Carbajal, junto a su hermano y tres lugareños, llevó a cabo el primer ascenso del Domuyo. Al llegar a la cumbre dieron una salva de siete tiros de máuser y firmaron un acta dando testimonio de lo realizado. Dicha acta quedó en la cumbre del cerro dentro de una botella de cerveza que pocos momentos antes había servido para festejar el éxito de la travesía realizada. El sacerdote bautizó los cerros próximos al Domuyo con los nombres de cuatro diarios argentinos de la época: La Nación, La Prensa, La Tribuna y El País.
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