Empleado en el ferrocarril trasandino y en el antiguo Hotel de Puente del Inca, actuó en muchas oportunidades como rescatista y colaborador en distintas expediciones, siendo ademas el primer chileno en ascender el Aconcagua y el cerro Cuerno
Nació el 19 de noviembre de 1894, en la localidad de Los Andes, República de Chile; hijo de don Leocadio Pastén, y de doña Carmen Castro, ambos de nacionalidad chilena.
Poco se sabe de sus primeros años, incluso de su juventud, salvo de que venía de una familia humilde de origen chilena y que por razones de trabajo, decidió buscar nuevos horizontes en otro lugar, viajó a la Argentina, más exactamente a la localidad de Las Cuevas, Mendoza e inició su actividad como empleado del Ferrocarril; posteriormente se trasladó a Puente del Inca, Departamento de Las Heras, de la misma provincia y comenzó su actividad en el antiguo Hotel de Puente del Inca, empleado por la Sociedad de Grandes Hoteles Sudamericanos, filial del Ferrocarril Trasandino.
Los primeros datos de su vida como arriero las encontramos el día 17 de diciembre de 1928, a las 5 de la madrugada, cuando una reducida caravana de cuatro hombres inició la marcha desde el hotel de Puente del Inca, y se perdió en la sombra del paisaje, a lo largo de las cumbres cercanas, que en ese momento eran pintadas tenuemente por las primeras luces del amanecer; ellos eran: Heriberto Magalhaes-Hafers, conocido andinista brasileño, junto al ingeniero Juan G. Lance Ortiz, y los arrieros Mariano Pastén Castro (aquí aparece por primera vez, en la escena del Coloso de América) y Carlos Lobos, otro arriero.
El 18 de diciembre, Pastén, realizó su primera actividad de auxilio y rescate, junto a otros voluntarios que estaban en la zona; fue al Capitán inglés Bazil Marden, que en ese invierno pasado, se había constituido en el segundo mártir del Aconcagua.
Desde Plaza de Mulas, sólo habían ascendido doscientos cincuenta metros por la vertiente Norte, cuando se encontraron con la figura dantesca, que sobrecogió los ánimos de los integrantes de la expedición que transitaban por el lugar; sobre un pedestal de hielo, que se había producido por la misma sombra que proyectaba el cuerpo sobre el manto níveo que no había permitido que el mismo se derritiera y el intenso frío de las alturas, era otra consecuencia de la formación del pedestal natural, que habían logrado realizar el pedestal del infortunado.
Mariano Pastén, regresó portando la dramática noticia y a las diecinueve horas del mencionado día, arribó a Puente del Inca, para dar cuenta a las autoridades policiales del triste hallazgo y organizándose la patrulla para su rescate.
La comisión se organizó con el señor Apóstolo, gerente del hotel de Puente del Inca, dos policías, y el fiel y servicial Pastén; testigo de este acto, son las fotos de la época; los restos del infortunado capitán, fueron bajados y se les dio cristiana sepultura en el cementerio de Puente del Inca, que a partir de ese momento se convirtió en la última morada de gran parte de aquellos andinistas que fallecen en el Aconcagua.
Mariano Pastén Castro, fue el primer chileno en ascender el Aconcagua y el cerro Cuerno, con la expedición italiana de Renato Chabod, el cual, manifestó en su oportunidad (Tomo 2, Alpinismo Italiano en el Mundo, Club Alpino Italiano): Pastén, es un gran persona, de origen chileno, que se estableció en Puente del Inca al servicio de la compañía del Ferrocarril Trasandino, veterano de las expediciones al Aconcagua, en estos últimos años. Él me había dicho que había decidido subir con nosotros sobre cualquier cumbre y por otra parte, Ghiglione, que no ama mucho llevar su mochila, estaba en la búsqueda de un porteador; así Pastén, se agregó con nosotros, luego de ser muñido de un par de grampones y de una piqueta, quedando satisfecho por su decisión y por nuestro apoyo.
Poco conocido en la historia del andinismo chileno, dado que muchas veces por ignorar su accionar le dan como primera ascensión a otros destacados andinista, el privilegio de ser el primero en ollar la cima del Coloso.
El primer cerro que realizó con la expedición de los italianos fue el cerro Cuerno, de 5.510 metros, virgen aún hasta ese momento, ubicado al Oeste del cerro Aconcagua, y unido a éste por una dorsal, tiene el aspecto de un volcán; recogiendo la descripción del italiano Paolo Ceresa, quien nos expresaba en una carta dirigida al doctor Evelio Echevarría: Integramos la cordada que ascendió el mismo Stefano Ceresa, Giuseppe Mazzotti (ausente el día de la ascensión, dado que se sentía mal), Piero Ghiglione, Renato Chabod, jefe de la comitiva, Federico Strasser (italiano de Trieste, residente en Montevideo) y Paolo Ceresa, realizando la primera absoluta, el 25 de febrero de 1934.
En su libro, Dalle Ande all´Himalaya, nos comentaba sobre esta actividad el ingeniero Piero Ghiglione, integrante de la cordada: Mi cordada procedió con gran cuidado. Hasta arribar a la grieta terminal, Pastén, el porteador, se resbaló en dos oportunidades antes de alcanzar el borde superior congelado, y si Chabod, que iba a la cabeza, no hubiese ido tan atento para sujetarlo, seguro que no llegábamos a coronar la cima.
Claro está que nuestro arriero, era la primera vez que utilizaba estas herramientas, la piqueta y los grampones, fue aprendiendo a medida que se desplazaba con la comitiva de los italianos, no podemos omitir la muestra de coraje y decisión del baqueano, que sin ninguna experiencia solo con la muestra de su compañeros se largó a realizar esto que para él, fue una aventura, su primera aventura.
Sigue con el relato el ingeniero y andinista Piero Ghiglione: Llegamos a una cresta de roca, en donde nos aseguramos para hacer una parada, mientras que Chabod, siguió unos cien metros más, a la cabeza de la cordada y apoyándose en su piqueta, apareció para alentarnos con un grito y dando la noticia que faltaba poco… para que los rezagados tomen un aliento o fuerza en los últimos metros. Ante este hecho pensé, el cerro Cuerno, lo tenemos en el bolsillo. Unimos dos cuerdas para facilitar el desplazamiento de Strasser y el porteador chileno….luego de un alto breve, se continuó maniobrado de nuevo entre los pináculos de penitentes; luego seguimos por una empinada cresta, atacando el baluarte final.
Estoy a punto dedar un paso nuevamente, pero dejo a nuestro guía que nos ha llevado hacia la cima pasar, para que sea él quien tenga el privilegio de ser el primero en arribar a la cima; metros más, arribamos a un pequeño plano, desde el cual se ve la cumbre; quedaban unos 50 metros, quizás, incluso menos, pero la fatiga nos obliga a parar dos o tres veces, intercalando con descansos de varios minutos. Así es la altura!!. A las 16.55 horas, por fin hemos puesto nuestros pies en la cima; miro a la pared de gran tamaño que se precipita hacia abajo, por debajo de nuestros pies, hacia el glaciar de Horcones. A continuación, eche un vistazo a través de la pared Occidental del Aconcagua, que está a plena luz. Es inmensa, casi continua, salvo las innumerables y pequeñas crestas y gendarmes que sobresalen, es impactante! Luego, vinieron los momentos más bellos de nuestro primer día de escalada a esta cumbre de los Andes. Saco de una cajita, el altímetro y lo miro para conocer la altitud a la cual hemos arribado, mi altímetro señalaba 5.650 metros, sobre aquella cima tan lejana de la Patria, quizás alguna vez intentada pero nunca alcanzada por ningún pie humano. Erigimos un montículo de piedra, donde dejamos una tarjeta personal y descendimos. Luego de esta subida, sin lugar a dudas nos viene algo de fatiga.
Iniciamos nuestro descenso dirigiéndonos hacia nuestro campamento evitando los penitentes que habíamos tenido que soportar en la subida, pero tuvimos que realizarlo por acarreos que nos hicieron un gran desgaste de nuestra piernas, por momentos se aflojaban y nos caíamos; tuvimos suerte, porque a pesar de hacerse de noche nos acompañó una luna luminosa; de otra forma, hubiese sido imposible bajar.
Seguíamos empujados por la inercia y la fuerza de voluntad que cada uno ponía. Muchas sed teníamos, bajábamos caminando sobre el glaciar, dado que si nos desviábamos teníamos que hacerlo sobre el barro.
Pasada la media noche, arribamos los primeros al campamento base. Fue necesario mandar otro arriero para buscar a Strasser, que se había quedado en la zona del acarreo; éste regresó cerca de las cuatro de la mañana. Un viento violentísimo se abatió sobre el campamento. Creíamos que nuestras carpas volarían al glaciar de Horcones. Fue la vendetta del cerro Cuerno por haberle vencido, por un grupo pequeño de hombres.
El 27 de febrero, dos días después de coronar el Cuerno, iniciamos los preparativos para instalar un campamento de altura en el Aconcagua.
El 28 de febrero,iniciaron la subida, intentando llevar con las mulas, las cargas y los propios andinistas, para disminuir esfuerzos y evitar el derroche de energías, como era de costumbre en las primeras épocas de los ascensos, el subir lo más que se pudiera con las mulas; lentamente, la columna va ganando altura, al que a cada tanto van consultando con su altímetro; han superado el col que une el Aconcagua con el Cuerno, el que recuerdan muy bien, especialmente, por las dificultades que le produjeron los penitentes en la subida.
Cuatro son los arrieros que los acompañan, Pastén, Valencia, González y Mendoza, los que lo hacían con entusiasmo en la columna.
Arribando a lo que actualmente se conoce como Nido de Cóndores, el cual describió Piero Ghiglione: Nosotros íbamos subiendo, siempre más arriba. Después de seis horas, paramos definitivamente, entre tres gendarmes rocosos. El lugar parecía bastante reparo. Se levantaron las carpas, se preparó lentamente la cocina; pero a 365 grados de presión, la comida se cuece mal y el fuego calienta lentamente. El gélido viento me obligó a meter el Primus dentro de la carpa, la cual, estaba muy bien ocupada por el corpulento Strasser, el cual, se sentía algo apunado y no bien estuvo adentro dormía pesadamente.
A las dos de la madrugada, fui a despertar a Pasten, el responsable de las mulas y porteador. Hacía un frío intenso, el viento era muy fuerte, pero rápidamente el arriero salió de su bolsa de dormir. Más tarde lo hizo Chabod, y con él Plantamura y Lance, de la expedición argentino-chilena, que habían instalado sus carpas dos horas después de nuestra llegada al lugar y a pocos metros de nuestras carpas, mientras observaban nuestras actividades, Strasser, permanecía en su bolsa, la temperatura afuera era de 26 grados bajo cero, mientras que en la carpa, llegaba a los 12 grados bajo cero. Era una locura seguir en esos momentos. Ellos, Plantamura y Lance, se volvieron a la carpa; mientras que Chabod, el buen valdostano de piel dura, deseaba al menos intentar salir, había probado y tratado varias veces colocarse los zapatos endurecidos como piedra por el frío, a pesar de haberlos mantenido bajo la bolsa de dormir; luego de pocos pasos se dio cuenta que era inútil insistir en el intento.
Anselmi, de la comitiva argentino-chilena, había sufrido seriamente los efectos de la puna y de los problemas estomacales, con efectos desastrosos. Mal de montaña!! Fue solo a eso de las 08,00 horas, que el frío disminuyó un poco, pero no el viento fuerte y los efectos de la altura.
De todas formas se resolvió iniciar la subida. Me puse en movimiento, luego de haber tomado rápidamente un bocado bajo mis dientes. Pero ni el viento, ni el frío nos desanimaba al menos en el inicio; en aquellas altitudes todo tomaba proporciones extrañas, inmensas; la gran cima aparecía muy lejana, las piernas empezaban a sentir el cansancio. Nos parecía de estar muy alto, por encima del mundo, fuera de eso, el cuerpo y las piernas no los sentía, solo un poco la mente pesada, sentía algo de dolor de nuca, lo cual, se lo atribuía a una gran herida que había tenido dos meses atrás. Luego vi que mis compañeros frecuentemente se sentaban para tomarse un respiro. Los primeros en no proseguir fueron Lance y Plantamura, lo cual me extrañó dado que hacían bastante tiempo que estaban andando por esas alturas. La mayoría de nosotros nos detuvimos, me fije en el altímetro, el cual marcaba 6.280 metros. Por ese día no seguimos subiendo.
Nos relató la pluma poética del entonces Mayor Orlando Mario Punzi, los siguientes momentos de la cordada, en el libro que compartió con otros dos militares argentinos, Ugarte y De Biasey, en Historia del Aconcagua, nos decía: El viento empuja insistentemente. Por la tarde, los hombres, fatigados, alzan el vivac en medio del páramo rocoso que sacude el redoblado embate de los elementos atmosféricos. El termómetro cae significativamente, tocando marcas mínimas: 28 grados bajo cero, en aquella pavorosa encrucijada de hielo, agotamiento y soledad. En el muro rojo, la danza eólica silba con exasperante sonido, hora tras hora. La vigilia en el campamento roe las energías del personal, que al amanecer del día 1ro de marzo, forman consejo y deciden esperar. El tiempo amenaza, los arrieros se niegan a subir el material y la gente sufre ostensiblemente el duro rigor del frío.
Los exige retroceder al valle en procura de una pronta recuperación orgánica y espiritual. Así se hizo. El día 2, la caravana vuelve sobre sus pasos en demanda de Puente del Inca y se pierden rumbo al Sur, a lo largo del vacilante surco de Horcones.
Nos relataba la despedida de otros de los integrantes, que se habían unidos a los italianos, Renato Chabod: Los otros, Strasser, Lance Ortiz y Carlos Anselmi, debieron retornar por su trabajo. Lance, era su cuarto intento al Aconcagua, estaba muy apesadumbrado de no poder seguir con nosotros. Y la verdad que lo sentimos mucho que no nos acompañara. Fue en vez, muy bien recibido el pedido del Teniente Plantamura de agregarse a nuestra comitiva, no solo por amistad que nos ligaba a este simpático oficial, sino por obvias razones de cortesía, por ser el representante de una nación amiga, de la cual éramos huéspedes.
Tres días de descanso permitieron restablecer las fuerzas de estos decididos andinistas. Mientras que Ghiglione, relató el momento: Tres días de completo reposo y óptima nutrición pasamos en Puente del Inca, con el sagaz señor De Piaggi, tres días que Chabod, con gran política montañera había querido intercalar un descanso antes el ascenso. Hemos partido el 6 de marzo, a las 09,00 horas, con 5 silleras para nosotros, 3 para los arrieros, 5 de víveres y materiales, en total 13 mulares. A las tarde, instalábamos las tiendas o carpas, en el mismo lugar en donde anteriormente habíamos colocado el campamento base, a 4.450 metros. Sobre nuestra cabeza, la gran pared Oeste del Aconcagua….imagínense estas inmensas torres coloreadas de negro, de verde, de amarillo, de violeta; después el sol iluminaba toda esta fantasmagórica pared de colores y entre las diversas torres, las quebradas y fracturas cubiertas de nieve; en lo alto, todo estaba como espolvoreado por la nieve y más arriba, inalcanzable, el etéreo azul del cielo, la cima altísima e inmaculada.
Hasta ahora solo seis expediciones habían alcanzado la cima, ninguna en el mes de marzo y muchas veces solo un hombre llegó a la cima. Nos preocupaba mucho esa noche el desafío, por mi mente pasaban tantas cosas, lo mismo que al resto de los integrantes. Llegaríamos? La voluntad estaba intacta, nuestros pensamientos volvían a la realidad cuando cada tanto arribaba alguna ráfaga de viento helado. Levantamos las carpas el 7 de marzo a la mañana, y a las 16,00 horas, estábamos en el antiguo campamento de altura que habíamos hecho en el anterior intento, 5.720 metros. Insistimos a los arrieros que todavía debíamos instalarnos más arriba, cerca de las rocas coloradas, a 5.820 metros.
Así se hizo; descargamos las cargas, instalamos las carpas, mientras comenzó a soplar un viento helado que nos dio la bienvenida en el lugar. Tomo un bocado y a las 19,00 horas, me introduzco en la bolsa de dormir, con mis pensamientos volando hacia el mañana. A las 23,00 horas, nos despertamos, nos colocamos el calzado y los cubrebotas, polainas, campera corta viento, guantes, pasamontaña, dos mallas ligeras y una más abrigada, me siento bastante abrigado.
Se partió a medianoche, empezamos a subir durante una noche oscura, entre gendarmes y placas de nieve; a las 02,00 de la mañana, arribamos a un plateau, desde el cual parte la dorsal inmensa que llega hasta la cresta final, entre las dos cimas del Aconcagua. Allí el viento fue muy fuerte y nos obligó en reiteradas oportunidades a resguardarnos contra los reparos de algunas rocas.
Hicimos una pausa en nuestro andar, cobijándonos unos con otros, temblábamos del frio, nos golpeábamos las botas unas contra otras, mientras tomábamos un respiro. Salió la luna, lo cual nos permitió seguir la dirección de marcha. Chabod, que hacía punta, giró hacia la izquierda desembocando en un col. Tomamos otro respiro, las rachas de viento helados son indescriptibles, nos resguardamos tras algunas rocas para protegernos; Pastén, el fiel porteador, se levantó y comenzó a patear el suelo para hacer circular la sangre de sus pies, otros le imitaban. Ninguno hablaba. Continuamos subiendo por la pendiente, son las seis y está amaneciendo. El viento allá arriba azota y sacude todo, pareciera que quiere arrástralo todo al vacio.
Todo el mundo considera todavía muy alto y lejano e inalcanzable las dos cimas del Aconcagua. El padre de las montañas, en lengua nativa, yo deseo llamarlo la montaña que no termina jamás. El sol ya había salido por completo, cada uno buscó calentarse con sus rayos. Son cerca de las 08,00 horas, o sea ocho horas que marchamos. La pendiente se hizo más pronunciada; ésta, hace que debamos ir zigzagueando, por momentos nos vamos apoyándonos sobre las piedras. Cada diez pasos nos detenemos para recuperarnos. La cima siempre está arriba, lejana, nuestras fuerzas no faltan, las piernas están fuertes, mientras nos ayudamos con las manos, la esperanza es fuerte. Llegaremos? Pero muchos escaladores se pararon aquí. Son las nueve, las diez, las once, y la cima no está lejana. Aprovecho un alto en la marcha para tomar de la mochila alguna cosa para mi estómago. Me acuerdo que llevo una manzana. Pero estaba dura como una piedra. Debo tirarla. Tomo entonces unos caramelos de menta. Al final, el último tramo. Llegamos, nos recostamos sobre el suelo, no debemos subir más!!
Ah, querido Aconcagua, esta vuelta sos nuestro!! Llegamos al montículo de piedra y con la más grande satisfacción del mundo tomamos la piqueta, que tiene las iniciales del doctor Borchers. Miro el altímetro estamos a 7.040 metros. Es exactamente mediodía: las doce horas, frente nuestro la otra cima unida por una fina dorsal nevada, posiblemente 40 metros más baja. Vemos todos los cerros de alrededor y todos los altísimos colosos de la cordillera. Pero nosotros estamos más altos, dominamos todo. El Aconcagua!! Es verdaderamente el Padre de las Montañas. Depositamos el banderín del Guf Torino con la piqueta de Paolo Ceresa, mientras que nosotros bajamos la de Borchers, como trofeo. Seis fueron los hombres que enfrentaron el desafío: Renato Chabod, jefe de la cordada, Pablo Ceresa, Esteban Ceresa, Piero Ghiglione, el argentino, Teniente Nicolás Plantamura y el célebre arriero Mariano Pastén Castro, a partir de ese momento más, a quien siguen sus perros Tigre y Bocanegra, quizás fueron estos los primeros canes que hicieron cumbre, al menos de lo que se tiene datos.
Son las 12,00 horas, del 8 de marzo de 1934, una intensa emoción invade a los andinistas; se mezclan el frío intenso, la emoción, la alegría y el esfuerzo de los bravos andinistas y porque no, alguna lágrima como expresión de satisfacción; pero la nota más destacada la dieron, dos sudamericanos, unidos por la historia de sus pueblos, sus tradiciones, su religión, su cultura, el deporte y, ahora su triunfo. Argentina y Chile, se abrazaron en lo más alto del continente, ¡ojalá les sigan muchos habitantes de estas benditas tierras!
En el año 1934, luego de la ascensión con los italianos, éstos comentaron, sobre su fiel arriero y compañero de cordada: Es el único guía que hemos encontrado en Sudamérica, que puede ser comparado con los guías alpinos de Suiza e Italia. Los inconvenientes del regreso nos describe Renato Chabod: Creíamos poder descender en la jornada hasta el campamento base, pero el Teniente Plantamura, al inicio del descenso, se encontraba indispuesto, nos hizo perder bastante tiempo y recién a las veintitrés horas, pudimos reunirnos todos en el Campamento de altura, en donde los primeros de los nuestros llegaron a las diecisiete horas. En esta ocasión, Paolo y Stefano Ceresa y el fiel Pastén, fueron admirables por el esfuerzo y la abnegación que pusieron para bajar y acompañar al compañero indispuesto.
Fue por aquí, que Paolo, descendiendo directamente por el gran acarreo, descubrió el cadáver de Hans Stepanek (fue la primera víctima del cerro Aconcagua), a una gran distancia de nuestra ruta de subida. El día siguiente, 9 de marzo, descendimos a Puente del Inca, realizando un tiempo record de tres días y medio, cerca ochenta y dos horas, entre la ascensión y el regreso al Aconcagua, desde Puente del Inca, el cual puede ser susceptible a un mejoramiento en el tiempo.
Cayó la noche sobre el cerro, y los expedicionarios bajaron por el Gran Acarreo. Exhaustos, pero satisfechos, habían logrado un galardón para sus pueblos. Posteriormente Ghiglione, nos decía: Recibimos la noticia que seis horas después que nosotros habíamos coronado la cima, los polacos tomaron el banderín y la piqueta que habíamos dejado en la cumbre. Estuve ansioso y apurado por conocer bien toda esta novela; pero donde encontrar a estos famosos polacos? Supe que los alpinistas se encontraban en Uspallata, donde habían establecido su cuartel general.
El 14 de marzo, los italianos se trasladaron hacia Uspallata. Continuamos con la versión de Piero Ghiglione: En dos horas nos encontrábamos en la localidad de Uspallata, estrechándole la mano a los amigos Karpinski y Dorawski, a quienes había encontrado dos años antes en el Congreso Internacional de Alpinismo, en Chamonix. Fue interesante el hecho de que salió allí la idea de venir a explorar Los Andes, con el apoyo del Club Alpino Polaco, posteriormente, en el Congreso de Alpinismo Internacional, realizado en Cortina, en el mes de septiembre, previo antes de viajar hacia Los Andes, nos vimos nuevamente. Nos dijeron que los valiosos trofeos que habían sido tomados de la cima del Aconcagua, serían religiosamente custodiados en el local de su club, en Varsovia.
Luego de un intento fallido en el año 1934, Federico Strasser, Federico Lance Ortiz, Carlos Anselmi y Plantamura, quienes por razones de tiempo y compromiso de trabajo, los tres primeros, debieron rechazar la invitación de los italianos, se comprometieron a juntarse para intentar nuevamente el Coloso; sus fojas de experiencias eran vastas para la época. Strasser, italiano de origen, tenía gran experiencia adquirida en los Alpes, Anselmi, la traía de su Francia natal, mientras que Lance Ortiz, traía el embrujo andino de su Chile; los acompañaba Mariano Pasten Castro y dos arrieros más. Fue así que, iniciaron su nuevo intento en la segunda quincena de febrero de 1935; también, formaron parte de la partida la esposa de Lance Ortiz y el ingeniero Pedro Moyano. Quince mulares acompañaron los expedicionarios, entre silleras y cargueras.
La nutrida caravana se encaminó hacia los pies del Gigante. Luego de un muy buen período de adaptación, intentaron la conquista de la tan ansiada cumbre, pero el mal tiempo les jugó nuevamente, una dura pasada; las condiciones climáticas nuevamente los hicieron retroceder, luego de estar a escasos metros de la cima. Regresaron al campamento base, y luego, a Puente del Inca, realizándose tras éste, otro intento, al igual de su predecesores. De todas formas, la perseverancia y la idea fija de intentar de nuevo, los hizo retomar la senda, aunque ahora sólo quedaban tres: Strasser, Anselmi y el guía Pastén, firmes y decididos a dar pelea.
El 1ro de marzo de 1935, salieron hacia la cima, sus pasos recorrieron una senda oscura pero conocida, el frío les acechaba, la salida del sol parecía demorar siglos de minutos lentos, las tres figuras ascendieron, en la monotonía de las frecuencias de sus pasos y de los descansos que se intercalaban, para recuperar el aliento y la respiración, que se aceleraba al igual que el ritmo del corazón, como si éste quisiera escapar del pesado cuerpo que, por momentos, respondía como un autómata.
Se hicieron las doce horas, y ya no había más que subir, la pendiente había llegado a su fin. Aparecieron los testimonios de las expediciones anteriores, una piqueta que perteneció a uno de los integrantes de la expedición polaca, algunas tarjetas italianas y polacas, y la mochila del entonces Teniente Plantamura, que la había dejado en la cima, en su interior guardaba aún la Enseña Patria, que, como dijera Strasser, señalaba la dependencia geográfica del Aconcagua.
Regresaron a Plaza de Mulas y al otro día, lo hicieron a Puente del Inca, donde fueron agasajados como auténticos héroes, un palmar más para el arriero y guía, Mariano Pastén Castro, cuya fama comenzaba a crecer, y crecer.
Una temporada más tarde, cayó la cuarta víctima del cerro; se trataba del joven norteamericano Newell Bent, fue un hombre de veinticinco años, estudiante, casado, sano, fuerte y con ideas propias sobre la aclimatación al frío y la adaptación a las alturas, ideas que estaban muy lejos de la realidad de lo que debe ser una aclimatación y adaptación para un ser humano.
Comentaban algunos escritos de la época que pasaba las noches en Puente del Inca, fuera del Hotel, durmiendo casi desnudo. Hizo lo propio en su aproximación hacia Plaza de Mulas; lo acompañaban Pastén y un intérprete chileno, Raúl Vargas Rojas, dado que el joven Bent, sólo hablaba inglés.
En un momento, en un alto de marcha, cuando lo vio caminar en paños menores, en una tarde de tormenta y de intenso frío, Mariano Pastén Castro, con estupor ante la forma inapropiada de andar en este ambiente tan hostil, le dijo a su compatriota Raúl Vargas Rojas, (de veinticuatro años de edad, de origen chileno): dígale que se va a resfriar!.
Cuando el intérprete le explicó al norteamericano lo que le había expresado Pastén, lo miró y se sonrió burlonamente, como manifestándole con su expresión que estaba equivocado, que sabía lo que hacía, y que era un hombre fuerte.
Al atardecer del segundo día, llegaron al borde superior del Glaciar de Horcones, un poco más allá de Plaza de Mulas, acampando en el lugar. Ese día el andinista norteamericano, no comió nada esa noche, en sus ojos se reflejaba fiebre, su cara estaba demacrada, todo lo cual indicaba que no se encontraba bien.
Se acostaron los tres, en una misma carpa. Hacia la madrugada, Pastén, sintió que el cuerpo del norteamericano se apoyaba con insistencia en él. Expresaba Pastén, posteriormente: Durante la noche del 4 de enero, debí frecuentemente apartarme del cuerpo del señor Bent, quien en su sueño intranquilo, me empujaba insistentemente, echándose sobre mí. En un momento, cuando estaba por despuntar el día y ya aclarando, le dije al intérprete: dígale a su patrón que yo también quiero dormir. Y éste, se quejaba en bajo tono, casi sin fuerzas, como si estuviese muy mal.
El intérprete, al verlo en las condiciones en que estaba, se asustó y le sugirió al guía que le diera unos tragos de caña para reavivarlo; Pastén puso su mano en la frente de Bent y diagnosticó lacónicamente: éste no toma más caña. Y continuaba su declaración, Pastén: El aire de la carpa se hizo fétido. A las 07,00 de la mañana, según lo convenido, llegó Beisa, con los mulares, desde Puente del Inca; seguía, Pastén: Me levanté de inmediato y junto con Vargas Rojas, fuimos a interrogar a Bent. Pero éste no articulaba palabra, ni hacía movimiento alguno. Solamente abrió los ojos. Entonces, levantamos rápidamente el campamento y cargamos al enfermo sobre una sillera. Le atamos las piernas para que no se cayera y lo pusimos boca abajo, atravesado en la montura. Yo llevé al animal del diestro y, sin parar alcanzamos Plaza de Mulas, donde el intérprete sugirió examinar al infortunado Bent. Así lo hicimos, lo desatamos, lo recostamos de espaldas al suelo, y lo observamos: estaba muerto. Media hora más tarde, lo cargaron nuevamente en una mula y siguieron la marcha hasta alcanzar Puente del Inca, donde fue visto por las autoridades policiales y luego, enterrado en el Campo Santo de Inca; había muerto de bronconeumonía, según diagnosticó el médico.
El 19 de marzo de 1936, nuestro destacado guía y arriero, Mariano Pastén, acompañó a quien fuera llamado Gran Señor del Aconcagua, el andinista alemán Juan Jorge Link, llevándole parte de su equipo con una tropilla de mulas, para que hiciera su segundo intento durante esa temporada. Lo acercó hacia los campamentos altos, en donde lo dejó, con la esperanza de que en este intento, llegara a la tan ansiada cumbre.
El 22 de marzo de 1936, el andinista alemán, con inmensa emoción, logró coronarla. Lo hizo solo, dado que sus compañeros de cordada de su primer intento, habían pagado caro su intrépida aventura, la cual quedó marcada en sus cuerpos para siempre, como testimonio de la dura lucha. Juan Jorge Link, este hombre que dedicó muchos momentos de su vida, y hasta la vida misma, gritaba y lloraba de emoción, y los ecos de su voz se despeñan, rodaban, retumbaban en las grietas dantescas de la cordillera, y se multiplicaban los nombres de sus seres queridos: su esposa, su hija, los amigos, como si les estuviera comunicándoles desde lejos, su agotador triunfo.
Regresó a Puente del Inca. Luego de una agotadora jornada de alegría y fatiga, sus elementos fueron bajados por Pastén, quien a partir de ese momento, fue quien lo acompañó en todos sus siguientes intentos y ascensiones en el Coloso.
En el año 1937, la expedición chilena, integrada por Fernando Solari, Ruperto Freile, Carlos Espinosa, Alejandro Leiva y Víctor Bianchi, acompañados por el arriero Víctor Cortez, finalizó en una tragedia; los tres primeros, luego de alcanzar la cumbre, bajaron acompañados por un intenso temporal de nieve y viento blanco, esto hizo que se extraviaran y se dispersaron entre ellos, muriendo, como consecuencia de esto, Freile y Solari.
En el laberinto de piedra y hielo yacían Solari y Freile, los dos recios andinistas chilenos. En Puente del Inca se convulsionó el ambiente. Leopoldo Dapiaggi, gerente del hotel y conocedor de la zona, y más precisamente de las actividades en el Aconcagua, reunió a un grupo de hombres y elementos con la idea de salir rápidamente en busca de los infortunados; el grupo estaba constituido por: el médico Julio Imazio, el comisario Horacio Amusátegui, y los baqueanos, Cortéz, Astudillo y nuestro infatigable e infaltable Mariano Pastén. De los dos muertos, sólo se encontró el cadáver de Solari, a 5.800 metros, con muestras de haber rodado varios metros. Sus restos fueron llevados hacia Puente del Inca, para luego ser traslados hacia Chile.
El 7 de marzo de 1938, nuevamente fueron solicitados los servicios del experimentado guía, Mariano Pastén, en el Hotel de Puente del Inca. Su función, esta vez, consistió en trasladar las cargas de un grupo de deportistas. Juan Jorge Link, el vencedor del Aconcagua, era acompañado por los jóvenes subtenientes, Ernesto Riportela y Francisco Merediz. El arriero dejó las cargas y a los andinistas a los 5.700 metros, y regresó, cumpliendo con el deber de acompañarlos y subirles los pesados equipos y materiales, retornando luego al punto inicial, el hotel de Puente del Inca.
Pero el día 13 de marzo, ellos también, luego de ser castigados por el viento blanco y el intenso frío, dieron la espalda al objetivo ansiado, siguiendo las huellas del arriero y llegando, después de dos jornadas, a Puente del Inca.
En el período estival de 1939, llegó una correspondencia al hotel de Puente del Inca, con una solicitud de servicio de acompañamiento y traslado de cargas hacia el cerro Aconcagua, actividad que, como de costumbre durante muchos años había llevado este hotel.
El señor Leopoldo Dapiaggi, fue el receptor del pedido. Con pesar, el archivo que llevaba este señor se perdió o extravió, y no se pudo constatar el nombre de la dama a la que haremos referencia. Cabe mencionar que este documento perdido fue un valioso archivo de gran parte de las expediciones que pasaron por Puente del Inca y por el Hotel, fue como mirar el Aconcagua desde Puente del Inca. De todas formas, podemos citar que la dama desconocida llegó a Puente del Inca, y, además de hospedarse, solicitó la compañía de un guía, y el designado fue Mariano Pasten. En muy poco tiempo, casi algo más de un día, desde que salió hasta que regresó, llegaron a alcanzar los 6.400 metros, pero algo pasó, pues a su regreso, la dama expresó su disconformidad con el apoyo del arriero designado.
Lamentablemente, el habitual mutismo de Pastén, no nos ha permitido reconstruir la aventura de la que fuera el único testigo, pero fue raro dar fe a tan corta experiencia, más sabiendo que en todas las expediciones que le tocó participar, sólo ha habido palabras de alabanza hacia esta humilde y servicial compañía.
Nos decía el andinista y escritor Tibor Sekelj: Lo que hacía Mario Pastén, no podía llamarse precisamente contar. Cuando era posible, contestaba con sí señor o no señor. Sólo cuando uno sabía apretarlo con preguntas formuladas con táctica, y si esto ocurría junto al fogón y con la bombilla en el mate, se le soltaba la lengua para narrar, en frases lacónicas y entrecortadas, los interesantísimos momentos vividos en estas montañas.
En el período estival de 1940, Link, convocó una multitud de gente, para intentar la cima más alta de América. Deportistas y estudiosos se incorporaron y así también fueron quedando en el camino, luego de iniciar la marcha hacia la base del cerro. Tras de ellos, el 18 de febrero de 1940, una tropilla de mulas fueron levantando polvareda y se encolumnaron por la senda, pisándoles las huellas; eran 22 cargueras y fueron conducidas por el baqueano Mariano Pastén Castro. Permanecieron hasta el 28 de febrero, en el campamento base. Luego, formando dos grupos, se inició la marcha lenta hacia arriba. Nuevamente, el baqueano se hizo cargo de las pesadas cargas que fueron transportadas por la recua de mulas. A los 6.200 metros SNM., se instaló el campamento de altura, con vistas a atacar, desde allí la cumbre.
Estuvieron por espacio de algunos días, a la espera de un mejoramiento en el clima, los víveres se fueron consumiendo y empezó escasear la comida. Fue por ello que Link, bajó a buscar provisiones a Plaza de Mulas. Sólo dos personas quedaron en el campamento alto, Adriana Bance y López; el resto bajó para recuperarse.
El día 4 de marzo, Link, subió en compañía de los que se sentían mejor; la idea era alcanzar nuevamente el campamento alto y atacar desde allí la cima, pero el mal tiempo nuevamente les jugó una mala pasada, teniéndolos sitiados dentro de las carpas; el séptimo día, renovaron la marcha muy temprano, con un intenso frío, y con la esperanza de lograr el vértice supremo, salvo el Padre Kastélic, que se fue rezagando y, pese a los ruegos y recomendaciones de todos, siguió subiendo con mucho esfuerzo y muy lentamente; todos coronaron la cima, menos el padre, entre ellos la primera dama del Aconcagua, Adriana Bance, compañera de Link, y, luego de recuperar los testimonios de cumbre, regresaron.
En el camino encontraron al reverendo padre Kastélic, que trató, de ocultarse como un niño, tras unas piedras para que nadie lo obligara a bajar. En su mente perturbada por los efectos de la altura, solo tenía una idea, quería subir o morir en las alturas. Ante esta obstinada decisión, le hicieron firmar un papel y, luego de vana insistencia, continuaron la marcha hacia los campamentos inferiores; pero los temporales posteriores lo sitiaron para siempre en las alturas, sin poder tener la satisfacción de lograr su tan ansiada cumbre. Un año después, la expedición del Teniente Emiliano Huerta, en la cual participaba el servicial Pastén, fue quien descubrió el cuerpo inerte, y luego de dejar a los andinistas y sus cargas en el campamento de altura, fue también el responsable de bajarlo.
Sobre el particular hecho, nos relataba Mariano Pastén: Una vez que abandonamos el vivac de los 5.700 metros, y luego de iniciar la marcha junto a Contreras, descubrí sobresaliendo de un banco de nieve, una tela clara, apenas perceptible, que me llamó la atención. Al acercarme compruebo que es el cuerpo de un montañés yacente, marco con una estaca el lugar bajamos y al día siguiente, en compañía de un policía que nos acompañó en mula hasta el lugar, lo desenterramos y lo identificamos: era el padre Kastélic.
Bajaron hacia el valle los restos mortales del infortunado sacerdote esloveno, el cual fue sepultado en el cementerio de los Andinistas de Puente del Inca. En los primeros días de marzo del año 1942, nuevamente Emiliano Huerta, y un grupo de militares y civiles, intentaron suerte en el cerro, que para Huerta parecía ser un desafío.
Los civiles tenían como misión buscar los restos de Stepanek, primer muerto del Aconcagua, ya que según datos, había sido identificado el lugar donde se encontraba. Nuevamente, y pese a que el Ejército tenía gente adiestrada para el manejo de ganado, Huerta, le confió a Mariano Pastén, la responsabilidad de trasladar el material y los equipos.
La búsqueda no tuvo éxito, y Gossler, junto con Giannaccari, bajaron para esperar al resto del grupo, que estaban ya intentando la cima, la cual fue coronada el 11 de marzo de 1942, a las 15,30 horas. Huerta, junto a Páez, Ramírez y Grasetti, se convirtieron en la primera expedición totalmente argentina que venció el Centinela de Piedra.
En Plaza de Mulas, los esperaban el resto de los expedicionarios y el arriero Pastén, quien se encargó de regresar las cargas hacia Puente del Inca. Para fines de marzo del mismo año, otra vez el ya renombrado andinista Juan Jorge Link, solicitó los servicios de Pastén, servicios éstos que, como siempre luego de sus dos cumbres, se limitaron al acercamiento de las cargas. Las adiestradas mulas y su avezado conductor arrimaron las cargas hasta Nido de Cóndores, lugar éste donde se había hecho habitual arribar, para disminuir el desgaste prematuro de los deportistas y permitir la llegada al lugar con mayores energías, pero había un factor que no tenían en cuenta, la adaptación a la altura.
Luego del traslado, Pastén, regresó a Plaza de Mulas, donde con otros integrantes esperaron el regreso de los tres que intentarían la cima: Juan Jorge Link, Arturo Ermrich y Francisco Siciliano. A medianoche del 31 de marzo de 1942, con la luz de la luna y el frío intenso, arribaron a la cima. El regreso fue dramático, la enajenación por el desgaste y la altura produjo la pérdida, por dos días, de Ermrich, quien, luego de ser encontrado en Nido de Cóndores, se volvió a extraviar esa noche cuando salió de su carpa para hacer sus necesidades, y un tercero día, pasó deambulando durante toda la noche y el día siguiente, hasta que alcanzó a llegar a Plaza de Mulas, agotado.
Adriana Bance, hizo las veces de médica con Link, a quien los dedos de los pies se le habían congelado y ennegrecido, y, antes de que la gangrena avanzara, el andinista le pidió a su compañera que le cortara los ocho dedos de los pies que tenían congelados. Pastén y sus mulas regresaron a los osados andinistas a Puente del Inca.
En el mes de febrero de 1943, sólo una expedición intentó desafiar al Padre de los Andes, y por supuesto estuvo acompañada por los servicios de Pastén. Eran de origen chileno, como él, y su actividad fue científica y deportiva; los hombres que la integraban eran: José Jeffs, como jefe director, Fernando Vargas, Arturo Larrain, Avelino Muñoz, Humberto Escobar, Humberto Barrera, Orlando Scarpini, Raúl Rojas y Alejandro Fergadiott. Muy próximos al triunfo, y a pocos metros de llegar a lo más alto, debieron regresar.
El mal tiempo y el desgaste de dos intentos minaron las fuerzas necesarias para intentar nuevamente la conquista. Regresaron en compañía de los arrieros José Villa y Mariano Pastén Castro. A comienzos de enero de 1944, apareció una figura conocida del ambiente, Alejandro Fergadiott, junto con Walter Bachmann y Juan Harseim, acompañados por Mariano Pastén y sus mulas, alcanzaron los seis mil metros con las cargas y en un tiempo casi récord, para esa época, en solo tres días conquistaron la cima. A su regreso en Nido de Cóndores, su compatriota, Mariano, los estuvo esperando para regresarlos con sus mulas a Puente del Inca.
A fines de enero y a comienzo de febrero de 1944, hizo su aparición en la zona del Aconcagua, y desarrolló sus actividades, dirigiendo otra nueva expedición, Juan Jorge Link, acompañado por su compañera la francesa Adriana Bance, el profesor alemán Walter Schiller, el ingeniero alemán Alberto Kneidl, Mario Bertone, Tibor Sekelj, Eric Grimm, Lita Tiraboschi de Grimm y Juan Zechner.
Mariano Pastén, llevó las cargas, primero hasta Plaza de Mulas y luego, las arrimó con sus mulas hasta Nido de Cóndores, lugar al que llegaron con los primeros copos de un temporal de nieve y viento blanco, e inmediatamente regresó hacia el campamento base; mientras tanto, los restantes andinistas fueron arrinconados durante algunos días dentro de sus carpas. Se sucedieron las conquistas, y también más muerte en el cerro; siendo Pastén testigo y auxilio de algunos, y junto a otros, realizó la búsqueda de los extraviados, pero el mal tiempo no los dejó concretar toda la labor.
Entre los fallecidos, el único que se pudo trasladar hasta Puente del Inca, fue el cuerpo del profesor Walter Schiller. El resto, entre ellos Link, Adriana Bance y el ingeniero Kneidl, al no ser encontrados, por el temporal y por lo avanzado de la época, fueron recuperados en las temporadas venideras; los primeros por el Teniente Primero Ugarte, y el último, por la comisión militar del Capitán Gustavo Eppens, con un grupo de militares y también con los servicios y la ayuda de Mariano Pastén.
Tibor Sekelj, en su libro Tempestad en el Aconcagua, editado en el año 1947, por la editorial Albatros, expresaba: Pastén, de origen chileno para 1947, ya hacía veinte años que estaba trabajando al servicio de los Hoteles Sudamericanos, a cuyo dominio pertenece el Aconcagua. Desde entonces, acompañó a casi todos los expedicionarios que han intentado la ascensión al cerro.
Y continuaba Tibor diciendo: todos los que lo conocemos tenemos un concepto excelente de él. Pero yo modificaría un tanto lo que dijeron los italianos, y diría que Pastén, es el único arriero que puede llamarse guía de la región del Aconcagua. Porque guías, propiamente dichos, no existen en la zona, y Pasten, al igual que los demás arrieros, nunca van a enseñar el camino a los turistas que no llevan mulas, es decir, que no solicitan sus servicios; y donde estos tienen su estación final, allí termina la función de Pastén. Todo ello no le quita valor al bravo Pastén, quien, con sus conocimientos, su resistencia física en las alturas y su intuición de montañés, constituya un valor positivo para cualquier expedición. Si una de sus especialidades era ayudar a los expedicionarios a llegar a la meta, otra, no menos difícil, era bajarlos de la montaña. Cuando le pregunté, una vez, cuál de los expedicionarios le había sido más simpático, contestó que Link. Y para que no se ofendieran los demás, agregó: porque a él, lo acompañé más veces.
El cuatro de enero de 1947, siendo las quince horas, en la localidad de Las Cuevas, departamento de Las Heras, Mendoza, cuando realizaba trabajos con la hacienda, en la Sección Campos de la Compañía de Ferrocarriles Sudamericana, se apretó el pie izquierdo. Por tal motivo, fue revisado por el doctor Roque Polito, quien le diagnosticó posible fractura del dedo segundo; su encargado envió junto con él, a los testigos del hecho quienes lo acompañaron a Mendoza para su control y atención.
Viajaron con el enfermo los testigos, quienes además, eran compañeros de tareas de Mariano. Los arrieros Pablo Trigo y Rolando Beas, y el señor Vicente Maida, encargado de la Sección Campos, quien realizó, antes de viajar y por vía telegráfica, la denuncia ante el Destacamento de Policía de la localidad de Puente del Inca, quedando asentado en libro de guardia del destacamento policial.
Roberto Mangas Alfaro, andinista mexicano, nos decía en su libro México en el Aconcagua y refiriéndose a la expedición de los mexicanos al Aconcagua, en el año 1948: Nos retiramos al oscurecer del pequeño cementerio sin comentar nada (refiriéndose al Cementerio de los Andinistas de Puente del Inca); quizás, en nuestro interior, todos pensábamos que si, por desgracia, alguno llegara a caer en los riscos helados del Aconcagua, aquí vendría a reposar, pero no podíamos hacer estas conjeturas; los malos pensamientos teníamos que destruirlos. Caminamos por la carretera con el gris opaco de la tarde; nos dirigimos a la casa del guía chileno Mario o Mariano Pastén, héroe anónimo del andinismo. Porque él, que ha pisado dos veces la cima de la montaña más alta de América, que ha acompañado tantas expediciones a los campamentos, que ha salvado vidas y rescatado cadáveres de muchos expedicionarios, merece que el andinismo, tanto chileno como argentino, le rindan en homenaje, la expresión sincera de su gratitud. Me despertó verdadera curiosidad por conocerlo.
Llegamos a su casa en la orilla de la pequeña población. Un amplio corredor con una serie de caballerizas, y en un costado, la modesta habitación en la que vivía acompañado por su esposa e hijos (Según datos obtenidos por lugareños, no tenía, al menos reconocidos, ni esposa, ni hijos). Salió a recibirnos. Es de baja estatura, complexión robusta y edad avanzada.
Quizás esta apreciación de Mangas, el de verlo un hombre maduro o avejentado, era por el trabajo duro que realizaba, y se iban marcando a lo largo del tiempo en su rostro y su figura. Seguía en su relato: lo humilde de sus ropas y el modo sencillo de expresarse, nos hizo pensar en nuestros conocidos arrieros de montaña, como Trinidad Villanueva, en Amecameca, y Crisóforo Jiménez, en la ciudad de Cerdán. A las muchas preguntas que le hicimos, sólo nos contestaban con un sí o un no; sin embargo, cuando le comunicamos que éramos mexicanos y habíamos hecho un largo viaje para escalar el Aconcagua, sus ojos se iluminaron y nos dijo: Tengan mucho cuidado; siento en verdad no ser yo quien los acompañe. Ésas fueron sus únicas palabras; pero con ellas entendía perfectamente todo lo que nos quería decir. Y luego nos retiramos. Un gran escritor francés Saint Loup, en su libro Montañas del Pacífico, escribía en estos términos sobre la figura de este arriero y andinista: Si algunos baquianos como Pasten, han seguido a sus acompañados, a través de grandes de dificultades del terreno o de altitud, son excepciones que confirman la regla. ¿Porqué el baquiano, que posee una ciencia de los Andes superior a la de los señores a los que acompaña, no se asocia nunca a las grandes conquistas como los guías alpinos? En primer lugar, porque a pesar del mestizaje la noción de tabú, aunque no cuente ya como ley de la tradición hablada, subsiste en estado subconsciente.
Luego, porque el baquiano es un hombre de caballo o de mula, poco aficionado a la marcha. Se le paga para conducir doscientos o trescientos kilos de material a tal lugar y desempeña su trabajo. No es más que un transportista, y mientras los andinistas escalan, él duerme, toma su mate o sueña fumando cigarrillos.
Además, el andinismo, que se ha hecho académico, no ha necesitado nunca al baquiano para descubrir las vías normales, que son todas fáciles. La sugestión intelectual no ha tenido la misma influencia sobre el baquiano que sobre el saboyano. No se la ha prometido nunca la gloria. ¡El humilde arriero no sabe lo que es un personaje de novela! Pero desde que la sugestión entra en juego, por poco que sea, el mestizo de la cordillera es tan sensible a ella como el campesino de los Alpes y se desnaturaliza también. El caso de Pastén es típico. Pastén es un chileno empleado desde hace quince o veinte años por la Sociedad de Grandes Hoteles Sudamericanos, filial Ferrocarril Transandino, que fue propietario de los terrenos, con el Aconcagua inclusive, hasta que el gobierno de Perón rescató las compañías extranjeras. El andinismo está centrado en el Aconcagua desde hace cincuenta años y las expediciones, parten obligatoriamente del Hotel Sudamericano de Puente del Inca. Necesitan caballerías y el hotel las proporciona.
Precisan de un baquiano para conducir las mulas y el hotel designa a Pastén.... El arriero Pastén ha dejado de ser un nómada y es accesible a la sugestión como los campesinos de Breuil, de Chamonix o de Courmayeur.
Pastén, contagiado por la afición, escala el Aconcagua con la expedición italiana de 1934. Luego con Strasser y Anselmi, en el año 1935. Toma parte en todas las empresas del Link. El andinismo no tiene todavía novelistas, sino sólo periodistas ignorantes de las cosas de montaña, que aplican a los Andes cierta óptica.... meridional.
¡Pasten, se convierte en un gigante del Aconcagua! Los reporteros logran arrancarlo de su silencio. Da su opinión sobre los señores blancos a los que acompaña, con reserva, ciertamente, pero revolucionando las tradiciones mestizas. De catorce víctimas del Aconcagua, siete cadáveres fueron bajados por él...
La terrible leyenda de heroísmo y de muerte lo envuelve ya. Sigue siendo menos fácil de manejar que un Balmat, un Carrel o un Taugwalter, que tienen alma de edelweis, pues está cerrada a toda confianza por la sangre de las razas perseguidas que lleva todavía. Pero, sin embargo, algo ha concluido: ha perdido el contacto con lo que constituía su nobleza de hombre. Ha dejado de ser exclusivamente un arriero, así como los hijos de Carrel, de Balmat, de Taugwalter, han dejado de ser exclusivamente campesinos. En el mestizo indio esta desvitalización sigue un curso especial. Pastén, se vuelve más reservado, inquietante. Husmea las tragedias, sigue las huellas de los andinistas señalados por la muerte... Cuando Marden no regresó, Pastén descubrió en seguida la tienda de campaña abandonada en Confluencia... Sigue siendo honrado.
La policía se ha interesado demasiado por sus idas y venidas por la cordillera para que pueda dejar de serlo, pero hay en su actitud un poco de picardía, como dicen por allí.... ¡En la cordillera han desaparecido muchos aviones que las autoridades no consiguen hallar nunca! ¿Tal vez los contrabandistas son más afortunados? Pastén, conoce a todos los contrabandistas, pero nunca denuncia, jamás informa. Sigue siendo relativamente pobre, pero es un arriero que se gana bien la vida, con mucha habilidad, como veréis. Poco después de la Primera Guerra Mundial, un aviador argentino, Matienzo, que después de otros intentaba franquear los Andes, ejecutó un aterrizaje forzado al Norte de Las Cuevas. Trato de conseguir el Transandino, pero herido, mal equipado y menos afortunado que Guillaumet en la Laguna del Diamante, murió de agotamiento a 16 kilómetros de la estación internacional, sobre un terreno fácil, en el fondo de un valle que ahora lleva su nombre. Fue hallado el cuerpo, pero no el avión, un Nieuport francés.
La República Argentina consagró al aviador con el prestigio de un héroe nacional que va unido a su recuerdo. En 1947, acompañé al bizarro Capitán Aguirre, en patrulla para buscar un Lancaster inglés perdido en esa zona con diecisiete pasajeros, y de un modo secundario, el aparato de Matienzo. Dieciséis horas de esquí sin hallar ningún rastro. Regresamos a Las Cuevas al caer la noche.
En el año 1949, Pastén hace saber confidencialmente a la Inspección de Tropas de Montaña que mediante una prima de 3.000 pesos, (unos 120.000 francos al cambio de 1950), se prestaría a guiar una expedición hasta los restos del Nieuport, de Matienzo. La Inspección no dispone de créditos y declina la oferta, pero encamina a Pastén, hacia los aviadores del Plumerillo. La aviación es rica.
Una semana más tarde trae la máquina histórica que, vuelta a montar en un museo, sirve desde entonces a la edificación de las generaciones futuras... Hacía diez años, o tal vez más, que Pastén, el baquiano del Aconcagua, conocía su paradero. Quizás el mismo lo camuflara cuidadosamente. Su atavismo indio le había llevado a prepararse un escondrijo. ¿Cuántos debe poseer todavía en esa cordillera tan mal explorada?...Pastén, que ha vencido dos veces el Aconcagua y que por haber vencido al mismo, campea un personaje de guía célebre, al mismo tiempo que se reserva escondrijos en la cordillera....
El doctor en Química Giovanni Pinardi, ciudadano suizo-italiano, graduado en la Universidad de Turín, con especialización en Termodinámica en el Politécnico de Zürich, emigró a la Argentina después de la Segunda Guerra Mundial, fue quien propuso la creación de un Centro de Estudios de Física Nuclear, dependiente de la Universidad Nacional de Cuyo.
Realizado su creación, se comenzaron hacer estudios y experimentos, uno de ellos, a principios de 1950, fue la instalación temporaria de placas nucleares, en el cerro Aconcagua. Integró la expedición bajo la dirección del doctor Pinardi, Alejandro Cassis, el entonces Teniente Francisco Gerónimo Ibáñez, el Suboficial Bringa, y quien les realizó el traslado de material y equipo, fue el fiel arriero Mariano Pastén Castro.
En esa ocasión, el conocimiento y entrenamiento de alta montaña, resultarían fundamentales para el logro de los objetivos propuestos, tanto de los andinistas, como de quien llevaba las cargas.
Sobre esta experiencia comentaba, Alejandro Cassis: Ya cerca de fines de 1949, con el Profesor Pinardi, el subteniente Ibáñez de ejército y yo, intentamos subir a la cumbre del Aconcagua para exponer Placas de Radiación Cósmicas. Expedición fallida, donde estándose en los 5.850 metros SNM., (en el Refugio Plantamura), el profesor Pinardi, manifestó que no se hallaba en condiciones de continuar. Algunos días después ya en Puente del Inca, Ibáñez y yo, nos encontramos con el Sargento Bringa, que también se dirigía al Aconcagua, y nos unimos a su expedición a fin de llevar las placas de Radiación Cósmica hasta la cumbre. Ibáñez, Bringa y yo, hicimos cumbre el día 7 de enero de 1950. En esta ocasión quien trasladó las cargas y acompañó a los integrantes de dicha expedición hasta el campamento base, fue Mariano Pastén.
El domingo 24 de enero de 1954, una larga caravana, para ser más exactos, cincuenta y siete mulas en total, se extendieron por el camino atravesando los últimos pasturajes de Puente del Inca. En el aire frío de la mañana, el Aconcagua parecía más alto todavía, más lejano, casi irreal con su penacho de nieve agitado por los vientos.
El silencio es roto solo por los gritos de los soldados que animan las mulas, pertenecían a la Compañía de Esquiadores, subunidad que llevaba ya algunos años desde que fue creada; cada uno de ellos, llevaba a tiro dos mulas cargueras, atadas, detrás de la que van los montados. Eso transcurrió sin choques y juramentos.
A la cabeza de la columna, iba el servicial Mariano Pasten Castro, como le calificara René Ferlet: El Baquiano del Aconcagua, quien abría la marcha. Fue quien les brindó sus servicios junto con al acompañamiento de los militares, para que disfruten del paisaje y luego de un gran esfuerzo, fueran los primeros andinistas en llegar a la cima Sur, por una ruta nueva, difícil y peligrosa, la Pared Sur del Coloso; estos alpinistas franceses no se olvidaron más de su figura, de este destacado y humilde arriero, que sorteando, las rocas y obstáculos, por la mejor senda llegó a la base del cerro por una quebrada poco visitada; este lugar, lugar del campamento base, desde donde partieron para escalar la vertical pared de tres mil metros de desnivel; que a partir del triunfo de estos osados alpinistas, llevó el nombre de su patria, Plaza Francia, en honor del origen de los triunfadores.
Existen un sinnúmero de participaciones más en la montaña, por parte de Mariano Pastén, de las cuales, no tenemos testimonios, pero sin lugar a dudas, este tranquilo y servicial arriero y guía, participó, a lo largo de todos sus años vividos, con su sencilla y humilde compañía, en muchas excursiones a las altas cumbres. Sus últimas apariciones por la montaña, las realizó a finales de los años cincuenta, fecha desde la cual, no se sabe casi nada de su vida; sólo, que se radicó en la ciudad de Mendoza, en el Departamento Guaymallén, en donde pasó sus últimos años y donde es transcripto su domicilio en su documento de identidad.
Murió el 12 de julio de 1964, en la compañía de algunos vecinos, sin familiares directos, más aún por ser soltero o al menos, esa fue la declaración que registró don Segundo Teodoro Ochoa, quien la expresó ante el Registro Civil, acompañando otros datos que son señalados, en el libro de actas del Registro Civil de la ciudad del Departamento Guaymallén, en la provincia de Mendoza.
Su deceso, que se produjo por un ataque de asma, fue certificado por el doctor Antonio Gassol, quien acreditó el fallecimiento; además, se certificó en el mismo documento, el domicilio en donde vivía el guía y arriero del Aconcagua, ubicado en la calle Roberto Sacaría sin número, del lote ocho, en el barrio Belgrano, de San José de Guaymallén, de la provincia de Mendoza, Argentina.
¡Qué ironía de la vida!, ¡pensar que ayudó a ser famosos a tantos andinistas, que pasaron por el Coloso!, y él, por su sencillez, su humildad, y quizás que por su parquedad, fue ignorado en los últimos días de su vida, y más aún, en la necesidad de algún apoyo sanitario para calmar ese mal que le aquejaba; cuando falleció, no salió ningún artículo periodístico, anunciando su deceso, el periodismo ignoraba sus hazañas.
Debo agradecer a un gran andinista chileno, el doctor Evelio Echevarría, amigo entrañable, quien me indujo a rastrear durante varios años, datos sobre Mariano Pastén Castro, y muy especialmente, al suboficial mayor enfermero veterinario Carlos Rosales del Ejército Argentino, quien me ayudó a conseguir, después de buscar en casi todos los registros civiles y cementerios de Mendoza, el lugar y los motivos de su deceso, solicitando al Registro Civil de Guaymallén, estos datos.
Rindo homenaje con esta biografía a este humilde y servicial arriero y andinista chileno, que permitió a varios montañistas, disminuir el esfuerzo y guiar en su ascenso al Coloso y coronar la cima del Techo de América, a la vez de ser el primer chileno en lograr para su país el galardón de llegar a ser primero en hacer cumbre.
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