En este completo relato el autor nos cuenta su éxito en la ascensión, luego de tres intentos anteriores, a esta montaña que posee una altura de 5.169 metros y que se encuentra en el departamento de San Rafael, y el hallazgo que realizo de posibles vestigios de origen incaico
Cuatro veces intenté el cerro Sosneado; la cuarta se dio la cumbre. Nunca antes un cerro me había exigido cuatro intentos. Cuando esto pasa, uno llega a tener una relación casi personal con la montaña. Ya el Sosneado me era familiar desde mi adolescencia, cuando todos los inviernos íbamos a Malargüe y pasando por la ruta 40 mi padre nos decía: “Miren el Sosneado, por ahí cayó el avión de los uruguayos”.
Las cuatro veces fui con Emiliano Montilla, de San Rafael. El primer intento lo hicimos en diciembre de 2018. Subestimé al cerro por no ser tan alto. Fui en pantalón Adidas y sin campera de pluma. Tampoco tenía información suficiente. El cerro enseguida se encargó de acomodarme. Fuimos con GPS pero sin track, de manera que todo era una especie de exploración para nosotros. Basta con decir que erramos el camino al campo 2 y lo montamos 200 metros de desnivel más arriba, a 4200 m sobre una ladera nevada con bastante pendiente, cavando un pozo en la nieve para nivelar el terreno y protegernos del viento. Afortunadamente jamás me crucé con otros andinistas en el Sosneado, siempre fue mano a mano el cerro y nosotros.
Hablamos de un cerro que escupe piedras. Su composición es de roca podrida, y esto lo comprobamos el segundo día de marcha, cuando Emiliano me pegó el grito de “¡Guarda!”. Una piedra rodaba cuesta abajo desde la ladera que faldeábamos, directo hacia mí. Tuve que frenar y echarme hacia atrás bruscamente.
El día de cumbre supimos lo duro que es el cerro. Escarpado, no da tregua. Estaba bien nevado y eso facilitaba el ascenso con crampones. Era diciembre de 2018 y fue la vez que más nevado lo vi. Llegando a los 4700 m de altura, casi donde empiezan los riscos, la montaña nos informó que debíamos bajar. Cansados, fotografiamos el momento de la derrota y bajamos. Desarmamos la carpa y le dimos hasta San Rafael, llegando de madrugada. El consuelo fue ir a comer “El lomo de la derrota” o “Lomo Defeat”, como lo bautizó Emiliano. Ese sánguche pasaría a ser un clásico que se repitió tres veces.
En abril de 2019 fuimos con Emiliano y otro compañero. Encontramos el cerro totalmente pelado, sin nieve. Su aspecto así es más salvaje, más agresivo. Resaltan los minerales cobrizos y rojo bordó, dándole un aspecto más derruido. Montañistas de San Rafael nos había sugerido evitar la ruta de los riscos, buscando pasar por encima de una cueva, y luego seguir hacia la canaleta.
Esta vez encontramos el verdadero campo 2 o campo base. Se cruza el Portezuelo de La Motte (4000m), descendiendo unos 70 metros de desnivel hacia un valle encajonado que conduce hasta el pie del cerro. Allí, a 3950 msnm, nos tomamos un día de descanso para mejorar la aclimatación. Por la noche, nos despertó el ruido de una piedra rodando cuesta abajo, como si fuera a dar con las carpas. Yo tomé la precaución de arrodillarme para que el impacto no me diera en el cuerpo.
El cuarto día partimos hacia la cumbre y el cerro mostró cuán pesado es subirlo sin nieve, todo por acarreo. La marcha era fatigosa y frustrante. Había que buscar las piedras más estables para traccionar mejor. Nuestro nuevo compañero no se encontraba cómodo con la subida, era un ascenso mucho más complejo que el Lanín y el Plata, las dos montañas que antes había subido. Finalmente cruzamos por encima de la Cueva y llegamos al mediodía a una especie de alero, donde frenamos para comer algo. Los descansos son semi descansos. Uno nunca está del todo cómodo y relajado, siempre hay incertidumbre porque en cualquier momento se puede desprender la piedra sobre la que uno se apoyó. La postura es como de equilibrio, aún sentado. No se puede echar todo el peso sobre un punto, hay que distribuirlo como en la escalada, y eso estresa. Allí vimos una escena que nos acobardó: Una piedra del tamaño de un televisor apareció súbitamente bajando por el canal que teníamos en frente. La piedra chocó contra otra más grande y estalló como una granada, arrojando muchas piedras pequeñas como proyectiles. Era justo por donde teníamos que pasar, así que decidimos abandonar. En el descenso, Emiliano le gritó al tercero “¡Piedra!”, y pude ver a nuestro compañero realizar una hermosa volada de atajada de arquero, hacia el costado, evitando la piedra que iba derecho a él.
Llegamos a la carpa, desarmamos, y bajamos a San Rafael a comer el Lomo Defeat. En el camino bromeamos que la próxima íbamos a traer paraguas de titanio.
Noviembre de 2019, con otro tercer integrante. Montamos campo 1 a 3000 m, campo 2 a 3700 m, y campo 3 a 3950 m (campo base al pie del cerro). El día de cumbre salimos solamente Emiliano y yo. A 4750 erramos el camino y nos metimos en un terreno muy complicado. Bajamos para retomar un camino más adecuado. Nos turnabamos, ya que no es prudente bajar los dos a la vez porque el de arriba le tira piedras al de abajo. Primero bajaba yo unos metros, encontraba una piedra de resguardo, me acomodaba tras ella y ahí comenzaba a bajar Emiliano, custodiado por mi vista que podía informarle si una piedra le venía desde arriba. Este método lo empleamos también la cuarta vez.
En un momento me resguardo en una roca que no me permitía ver a Emiliano. Era normal ver pasar torrentes de acarreo desprendidos por su descenso, pero esta vez el torrente se puso demasiado cargado y empecé a suponer que Emiliano se había caído, y así fue. El torrente era cada vez más grueso, hasta que vi pasar a Emiliano rodando junto con el acarreo sin poder frenarse. Luego de unos 20 o 30 metros de caída acompañado por las piedras, logró frenar. Pero estaba golpeado y paralizado por la caída. Su pantalón estaba destrozado a la altura de la cola. Optamos por bajar. Desarmamos la carpa y hasta San Rafael (tercer Lomo Defeat.)
El Sosneado es de origen volcánico e integró la Caldera del Atuel, un sistema de volcanes que dejó como rastros los cerros vecinos (Overo, Risco plateado, Guanaquero). Su altura es de 5194 m (según GPS). Se cree que su nombre deriva de la lengua pehuenche y significa “donde nace el sol”, dado que los originarios verían los primeros rayos del sol en el cerro. El primer ascenso lo realizaron ingleses en 1935: Eduardo De la Motte, Lowe y Ramsay, por la ruta que hoy es considerada la normal.
Es el cincomil más austral del mundo. Por ello puede ser muy frío. El día de cumbre, el sol pega tarde sobre el andinista, cerca de las 9am, de manera que se pasa frío por varias horas.
Está aislado y en plena cordillera de los Andes. Desde la cumbre hasta la población más cercana, hay 80km. En San Rafael y la zona goza de cierta fama y respeto. Fuera de Mendoza es bastante ignorado por los montañistas.
Para ascender la marcha se inicia a pie desde el abandonado refugio militar Soler, a 2200 msnm, lugar al cual se puede llegar en vehículo normal por el camino del antiguo hotel termal, también abandonado. El ex refugio de gendarmería se ubica en un predio muy bonito, con árboles, a orillas del arroyo Niels, tributario del río Atuel. Desde este lugar suelen partir las expediciones hacia el avión de los uruguayos (una vez encontramos un grupo muy numeroso acampando allí).
Para subir el Sosneado, desde el refugio se inicia la marcha a pie, bordeando el arroyo Niels, subiendo 800 metros de desnivel el primer día hasta montar el campo 1 donde están las últimas vegas. El agua es muy buena y al atardecer la visión es magnífica: el sol se pone justo tras el cerro Seler, en cuya falda permanecieron dos meses y medio los uruguayos del avión estrellado. Sabemos que si los muchachos hubieran elegido bajar hacia el lado argentino, pronto habrían encontrado el hotel El Sosneado o incluso antes algún puesto de arriero. Habrían llegado en un solo día de caminata o dos, a diferencia de los diez que necesitaron para cruzar por Chile. Cuentan Parrado y Canessa (los que cruzaron la cordillera) que no fueron hacia argentina porque les confundió la silueta de un cerro enorme que les hizo pensar que por allí se internaban cada vez más en la cordillera, dado el tamaño de esa mole. Se trataba del Sosneado.
El segundo día de marcha se puede ir al campo base, al pie del cerro (3950 msnm), o bien montar un campo intermedio a 3700 msnm. Para esto se abandona el arroyo Niels y pronto se dobla hacia la derecha (hacia el Este) buscando el arroyo Colorado. Horas después se llega a una planicie apta para el acampe intermedio, o bien se sigue hasta cruzar el portezuelo de De la Motte, tras el cual hay que descender algunos metros para acampar en la base del cerro a 3950 m. Esta jornada implica 1000m de desnivel y lleva entre cinco y siete horas. Sólo hay agua en el campo 1 a 3000m, luego habrá que derretir nieve.
El día de cumbre, si no hay nieve en el cerro, se sube por acarreo. Suele ocurrir que haya muy poca o directamente no haya nieve. En ese caso el esfuerzo físico es notorio, ya que los acarreos son muy sueltos y empinados.
Las opciones para subir por la cara norte, básicamente son dos. Se puede subir hasta los riscos y continuar por ellos hasta la canaleta, caminando sobre un filo de roca podrida y pedazos que se desprenden. Esta ruta es desaconsejable por peligrosa y expuesta, pero tiene la ventaja de que no caen piedras desde arriba. La otra opción es subir por los acarreos que van directo hacia la canaleta, en forma de Y griega al principio, pero aquí habrá que tener cuidado con la caída de piedras, que aparecen súbitamente sin advertencia. Con Emiliano hemos visto aparecer de la nada una piedra del tamaño de una carpa, rebotando (literalmente rebotaba, picando como una pelota de básquet) por el centro del canal de acarreo. Lo curioso es que fue al amanecer, momento en que el calor del sol aún no genera desprendimientos. La peor hora es cerca del mediodía. El uso de casco es fundamental. Se recomienda subir por los costados del canal, pegado a la pared, evitando ir por el centro del mismo.
El objetivo de las rutas es encontrar la canaleta a 5000 m, a través de la cual se franquea una enorme pared de bandas rocosas. Superada la canaleta, el terreno pierde inclinación y surge una nueva banda rocosa, que habrá que superar por un pasaje simple de escalada en roca (cuarto grado), para finalmente llegar al lomo que conduce a la cumbre. Encontrar la canaleta es clave; por otro lugar no se puede acceder a la cumbre. En la canaleta se unen la ruta de los riscos con la de acarreos. Superada la canaleta y el tramo de escalada, hay que buscar la cumbre hacia el sur. Google Earth muestra equivocadamente la cumbre hacia el norte; hay que tener cuidado con esto.
Llegar a la cumbre puede demandar hasta 11 horas. La bajada es por los acarreos, nunca por los riscos, y puede demandar 5 horas. Los andinistas deben cuidar de no arrojarle piedras sueltas al que viene más abajo.
Con Emiliano logramos cerrar un círculo. Volvimos mano a mano como la primera vez que fuimos. El día de cumbre salimos a las 5:30am. Era 1 de noviembre, día de todos los santos. El cerro tenía poca nieve, tuvimos que subir por acarreo casi en su mayoría. De entrada sentimos las adversidades inexplicables: a mi bastón se le quebró el cierre, y tuve que seguir con un bastón y piqueta. A Emiliano le funcionaba mal un crampón, el cual tuvo que guardar en la mochila y seguir sólo con uno. Hicimos buen equipo. Al encontrar la canaleta, pasado el mediodía, supimos que esta vez no se nos escaparía. Costó un poco encontrar el paso de escalada simple. Llegados al lomo cumbrero no sabíamos por dónde estaba la cumbre. En mi mente, la imagen de Google Earth la marcaba hacia el norte así que rumbeamos por allí, hasta que pronto la vimos a lo lejos, hacia el sur.
Es una suave pendiente que remata en una cresta que cae en picada hacia el sur y hacia el oeste. La cumbre me pareció tímida, escondida a lo lejos, suave, muy distinta al resto del cerro que es agresivo y hostil. La sentía como un verdadero remanso. Incluso llegando a ella calmó por completo el viento, cosa mágica. Sentí que una vez que se atraviesa la coraza hostil del cerro, la carcasa con que se defiende, la cumbre aparece buena y mansa, casi bondadosa. ¿Será ésta la verdadera esencia del Sosneado? ¿Será que no quiere que lo subamos y a veces se defiende con su coraza agresiva? Tal como me ha ocurrido con otras montañas, luego de la cumbre, el Sosneado dejó de ser el ogro temido y pasó a ser un cerro bueno, un amigo.
Hicimos cumbre a las 16:30hs, fueron 11 horas de subida. Sé de muchos andinistas que también demoraron eso. Bajamos turnándonos para protegernos de los desprendimientos: uno baja y se resguarda tras una roca, allí protegido de las piedras que tirará en la bajada su compañero, espera la llegada de éste, y así se reanuda. En un descuido Emiliano me gritó “¡Guarda, guarda!”. Alcancé a darme vuelta y pude esquivar una piedra como una pelota de básquet, que venía directo hacia mí. La había soltado sin querer Emiliano en su bajada, por eso insisto en que no deben bajar dos personas a la vez. Al día siguiente nos preguntamos qué hubiera pasado si había viento y yo no escuchaba el grito de alerta.
La bajada fue incómoda. Al atardecer se congelaron los acarreos y el terreno era traicionero, los crampones patinaban en el piso de hielo duro mezclado con piedras. Optamos por unos penitentes incómodos que exigían levantar bastante los pies pero que eran más seguros. Llegamos a la carpa a las 22:30hs, muy cansados. Nos tiramos a dormir sin cenar (tampoco había mucho que cenar, sólo una sopa y alguna barra de cereal que sobrara).
Al día siguiente bajamos contentos, esta vez no habría Lomo Defeat.
El Sosneado ocupó dos años de mi vida. En ese tiempo, con frecuencia lo pensé, recordé, analicé. Por las noches soñaba con su cumbre. Llevé mi cuerpo cuatro veces hasta sus faldas. Una parte mía ya quedó en él. Un cerro no es su altura, ni su desnivel, ni su ubicación geográfica, ni su nombre. Es un pedazo de uno mismo puesto ahí afuera.
En la bajada encontré posibles vestigios de origen indígena, acaso incaicos. Se trata de un círculo de piedras grandes, emplazado en un lomo donde hay una visión privilegiada de los cerros circundantes (¿acaso un observatorio?). Lo fotografié, filmé y seguí bajando. Muy cerca del refugio encontré dos recintos de piedras que parecen tambos incaicos, posiblemente remodelados por el hombre moderno. También en la cumbre, bajo unas piedras, encontré un hueso de camélido (tibia de guanaco o llama), probablemente antiguo, ya que ningún andinista moderno llevaría este tipo de ofrenda a la cumbre.
Estos tres hallazgos me resultaron regalos del cerro, ya que siempre sospeché la posibilidad de que el Sosneado fuera un cerro inca. La sospecha comenzó cuando Glauco Muratti me contó haber visto el esqueleto de un animal bajo la cumbre, posiblemente un guanaco. Cuando llegué a la cumbre busqué el lugar que me había apuntado Glauco, pero el esqueleto ya no estaba. A la vuelta comparamos fotos, la suya del año 88, donde se ve el esqueleto, y la actual, donde ya no está. Pudimos notar algo misterioso: faltaba un promontorio rocoso, justo sobre el cual reposaba el esqueleto del animal. La conjetura es que un terremoto pudo haber desprendido ese gran bloque de piedra, arrastrando hacia abajo el esqueleto.
Envié el material fotográfico a arqueólogos para que lo analicen; sería interesante estudiar la zona con profesionales idóneos. Existe la hipótesis de que en “El indígeno” (ciudadela aborigen cerca del Sosneado) hay evidencia del paso de los incas por allí. Los restos arqueológicos del Sosneado vendrían a reforzar esta teoría, extendiendo la frontera inca unos 300 km más al sur del valle de Uspallata.
En la cumbre del Sosneado encontramos la ingrata sorpresa de que faltaba el libro de cumbre. Había sido bajado dos meses atrás por dos andinistas que en su lugar, dejaron uno nuevo. El libro había sido dejado por los pioneros allá por la década del cincuenta. Esto despertó un fuerte debate entre los montañistas, generando el repudio de muchos que consideran desafortunada la actitud de los andinistas. Sin embargo, parece que el libro será digitalizado y subido nuevamente, lo cual nos brindará información útil de los ascensos registrados en sus hojas.
Cabe preguntarse si el andinista tiene derecho a bajar un material tan valioso y antiguo que pertenece a todos y a la vez a nadie (verlo debería ser un premio para el que llega a la cumbre). Con Emiliano fuimos privados del goce de curiosear sus páginas en plena cumbre. No pudimos ver los ascensos antiguos, ni anotar el nuestro. La tapa del libro reza “NO BAJAR”. Confiamos en que el cerro y los montañistas recuperaremos ese valioso material, para que todo aquel que haga cumbre pueda disfrutar de su lectura en el lugar al que fue destinado.
Centro cultural Argentino de Montaña 2023